#YoHagoPaz impulsando empresas para excombatientes y víctimas
Luis Mayorga es un empresario de 39 años, hijo de uno de los industriales más importantes del país, que desde que estuvo en La Habana ha apoyado el proceso de paz y a las víctimas del conflicto.
Un bicho raro. Uno que disfruta escuchar historias de exguerrilleros que dejaron la vida de las armas, aunque en su familia se tejieron —y tejen— historias que difícilmente los bajan de monstruos. “Ellos ven a la guerrilla como enemigos. Yo no. Aunque entiendo sus miedos: un tío de nosotros fue secuestrado por delincuencia común y después vendido a las Farc. Estuvo cuatro años con ellos hasta que les pagaron recompensa. Eso marcó un dolor grande en la familia. Por eso están en otra sintonía”, dice mientras almorzamos en uno de los restaurantes de su familia, en el parque de la 93. La conversación que tenemos sobre desigualdad, pobreza y conflicto armado contrasta con el lugar, de diseño moderno, música electrónica, comida y tragos costosos.
Luis Mayorga tiene 39 años y es hijo de uno de los industriales más importantes del país, don Luis Mayorga, fundador del grupo Lemco y de la fundación Challenger, una de las empresas más reconocidas de electrodomésticos en el país. Su infancia transcurrió entre Estados Unidos y un colegio privado a las afueras de Bogotá. Después decidió estudiar diseño industrial en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
“Soy un convencido del proceso de paz y de las oportunidades que abre. El empresariado en Colombia puede desarrollar dos o tres veces más rentabilidad trabajando con la gente y protegiendo el medio ambiente. Hay una minoría de empresarios en el país que se han lucrado lastimosamente del sufrimiento y la violencia que han padecido las víctimas del conflicto armado, como en el Urabá antioqueño, y ese modelo no puede seguir. Este es un país que no debe ser más tan desigual, tan clasista, tan machista, tan racista”, comenta.
Sabe que es un privilegiado en Colombia, el tercer país más desigual de Latinoamérica, después de Brasil y Panamá, según el Banco Mundial. Y saberlo lo ha sacudido. “Me hubiera gustado haber salido de mi burbujita mucho antes, porque siento que perdí mucho tiempo”, comenta cuando recuerda su adolescencia y piensa el futuro de su hija de 15 meses. Cree que fue por su abuela Conchita, que siempre decía: “hay que hacer el bien sin mirar a quién”, que se interesó en transformar tantas injusticias. Y, claro, habla de su papá, a quien describe como una persona preocupada por el bienestar de la gente que lo rodea.
Estuvo en La Habana (Cuba), en noviembre de 2015, hablando con los guerrilleros que estaban en la mesa de negociacion, lo hizo en representación de los industriales jóvenes y de la mano de uno de sus socios y aliados en estos asuntos, el ingeniero Leoncio Soler, de la Escuela Colombiana de Carreras Industriales (ECCI).
Esa fue la primera vez que habló con excomandantes de la guerrilla, entre quienes estaban Victoria Sandino y Pablo Catatumbo. “Desde entonces ya le estábamos apostando a la implementación del proceso de paz con un colectivo de innovación social que se llama Creatura. Con este desarrollamos una exposición de pedagogía por la paz, en 50 paneles, la mitad explicaba el conflicto armado desde las víctimas, la niñez y demás. Y los otros 25 hablaban de otros procesos de paz en el mundo, de Guatemala, Irlanda y Suráfrica, por ejemplo. Queríamos acercar el proceso y la movimos en varias zonas, en hoteles, en universidades. Simultáneamente conocimos y apoyamos a la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, víctimas de violencia sexual en el conflicto armado, invitados por Pilar Rueda”.
Desde entonces no ha dejado de apoyar este proceso de paz que busca consolidarse en medio de muchas dificultades. Ha participado en diferentes encuentros con la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz con exguerrilleros, exparamilitares, militares y víctimas del conflicto armado. Y en ese camino ha construido afectos y una amistad con exguerrilleros como Pablo Atrato y César Murillo. Así como con exparamilitares como Óscar Montealegre y militares retirados como César Maldonado y Alfonso Romero.
Y, claro, se ha acercado y conmovido con muchas víctimas. Hace poco estuvo en Apartadó, en el Urabá antioqueño, en uno de estos espacios y confiesa que quedó traumatizado con los relatos de las víctimas de desplazamiento. “Escuché a María, una señora de 78 años, que narró que tuvo que irse 13 veces de su casa por la violencia. Se refugió con su familia en el monte, viviendo en las raíces de los árboles, con hambre, con sed, mojados, todo para salvar la vida”, dice y asegura que necesita hacer visibles esas historias en la ciudad, entre el grupo de industriales que conoce, en las conversaciones con su familia a la que califica como “uribista”.
Para Danilo Rueda, director de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, Luis está abriendo un camino importante con el sector privado, para construir empresas democráticas, respetuosas de los derechos humanos, el medio ambiente y las comunidades.
Luis reconoce que no son muchos los empresarios que están en su orilla, pero resalta el trabajo de los empresarios dueños de Bisonte (que producen la marca de betunes Búfalo) y de la marca de champús y productos de aseo: Naturaleza y Vida, empresa que apoya proyectos productivos con excombatientes en Putumayo y Cauca. Por eso su ilusión cercana es desarrollar una red de empresarios por la paz para articular esos esfuerzos y que se puedan sumar más empresarios, porque siente que los esfuerzos están muy dispersos.
Por lo pronto, piensa en 2020 como un año en el que espera empezar la construcción de barrios autosostenibles, con laminados de guadua, en los que viene trabajando, como solución de vivienda para víctimas del conflicto armado. Así como busca sacar adelante varios proyectos agroecológicos para exportar frutas deshidratadas de la mano con comunidades campesinas. También quiere seguir impulsando los Colegios de Paz, una apuesta de educación articulada a las Universidades de Paz, que buscan llevar un diálogo de saberes a los territorios entre responsables y afectados del conflicto.
Cuando le pregunto a Luis por qué cree que es un bicho raro en su entorno toma aire y queda en silencio. “Bueno, no sé. Aunque tampoco me siento de izquierda, solo pienso que si queremos ser un mejor país debemos vencer tanto individualismo, ambición y derroche que se han lucrado de la guerra”.