“Víctima”
Por Ana Cristina Restrepo Jiménez
Es muy probable que todos, alguna vez, nos hayamos sentido víctimas de algo o de alguien. Lo que es casi seguro es que la mayoría nunca ha sido víctima de nada ni de nadie. Una cosa es la percepción movida por lo que cultural y socialmente se suele considerar una “víctima”, y otra el serlo.
Cuando el “Rey de la selva” caza un puercoespín, ¿la víctima es la presa que yergue sus púas para no ser devorada o el depredador cuyas garras quedan heridas en el intento de captura?
En 2019, moderé el panel “Verdad y memoria: dos faros que iluminan la reconciliación”; conversaban Saúl Franco (comisionado de la Verdad), Cathalina Sánchez (entonces directora de la Casa Museo de la Memoria) y Darío Acevedo (director del Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH).
Para aproximarnos al concepto de “víctima”, partamos de una afirmación de Acevedo: “Estamos trabajando con la filosofía de equilibrar un poco la pluralidad de las víctimas que por muchos años estuvo enfocada en víctimas de los paramilitares y agentes del Estado”. El primer obstáculo consiste en la homologación disfrazada de “pluralismo”: “Es que todos hemos sido víctimas”. Si todos somos víctimas, nadie lo es.
Cuando se habló de homicidios en persona protegida (“falsos positivos”), el director del CNMH dijo:
“Estamos en el interés de escuchar a las señoras madres (de Soacha) que perdieron a sus hijos y que alegan que fueron miembros de las Fuerzas Militares los que desaparecieron a sus hijos con engaños”.
Las madres no “alegan”. En aquel entonces, el dato más fiable era el de la Fiscalía: 2248 casos de falsos positivos, 90 en audiencias de imputación de cargos, 7 procesos en etapa de juicio.
La desigualdad en el discurso es una gran veta que define a la víctima: a estas madres, los agentes del Estado no solo les asesinaron a sus hijos, sino que los hicieron pasar por delincuentes. Arrasaron con lo finito, la vida, y con lo perenne, el honor.
Pero es la relación de poder el factor central que determina quién es una víctima. Elías Canetti nos acerca cuando se refiere a la raíz primera del poder: “Potente es lo último que queda de pie”.
Sobre la víctima se impone una potencia superior, con posibilidad de cambiar contextos (por ejemplo: un presidente de la República, superior de un ministro de Defensa que a su vez encabeza una pirámide de mando sobre un cuerpo armado con mandato constitucional de protección a la ciudadanía). Víctima es a quien le subyugan la voluntad y rompen su autonomía.
“El líder que se comporta como víctima propone a sus gregarios un pacto afectivo implícito –y a veces también explícito–, una identificación mediante la potente palanca del resentimiento. Es la clave de todo populismo”; el ensayo Crítica de la víctima, de Daniele Giglioli, permite descifrar la posición del abogado Jaime Granados, quien argumenta que su cliente (terrateniente, exgobernador, exsenador, dos veces presidente, jefe de partido), imputado por fraude procesal y manipulación de testigos, es una “víctima”… ahora atosigada por un fantasma que siente ajeno: 6402.
¿El depredador lame sus garras heridas?
En “Sobre la violencia”, Hanna Arendt pareciera explicarlo con clarividencia: “El clímax del terror se alcanza cuando el Estado policial comienza a devorar a sus propios hijos, cuando el ejecutor de ayer se convierte en la víctima de hoy”
Fuente : https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/victima-HK14696573