Uribe, tan desechado como cebado, y nosotros, tan majaderos
En Colombia a los desamparados que afean el espacio, a quienes
sobreviven en la indigencia, se les suele llamar desechables. Está en
el lenguaje no sólo de quienes les matan en operaciones de “limpieza
social”, sino en la jerga de amplias capas sociales que también de esa
manera participan del fascismo larvado de múltiples formas
. Estamos en
presencia de una situación similar, pero inversa: quien ha ostentado
un grandísimo poder, capaz de liderar y articular una larga y profunda
estrategia política, económica, militar y cultural, blindado con las
alianzas que tejió desde muy joven con el narcotráfico, las bandas de
paramilitares, las castas de políticos y empresarios, hasta llegar a
ser un dependiente del Imperio, en calidad de presidente de Colombia,
ese hombre que muchos aborrecemos por deber y derecho, Álvaro Uribe
Vélez, ha comenzado a morir por dentro y por fuera, desechado
racionalmente, por la red que lo cebó y lo encumbró. El portavoz
Charles Luoma-Overstreet, del gobierno de Obama, ha dicho en
Washington sobre la decisión de la Corte Constitucional que niega el
referéndum para que Uribe se postulara a un tercer gobierno: “es una
nueva señal de que Colombia es una democracia vibrante y madura y
muestra por qué Colombia es una aliado tan valorado por E.U.”.
Hace ya cerca de dos años nos referimos a la necrografía escabrosa de
los triunfales (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=66231), al
hedor de Uribe Vélez, a su condición de jefe de asesinos. Por entonces
gozaba de muy buena salud. Y seguirá un tiempo con esa robustez.
Nuevos premios y palabras de alabanza le prestigiarán. Lo hizo Bush,
lo ha hecho Obama; lo hizo Aznar, lo ha hecho Zapatero; lo hizo el
paramilitar Castaño, lo hace Gustavo Petro, el precandidato por el
Polo, la centro izquierda colombiana, cuya contribución en parte a la
higiene de la “seguridad democrática” del régimen va más allá de la
connivencia con la obra gansteril de Uribe, a quien le acompañan en su
patología contrainsurgente. Tenemos presente lo que dijo Petro en
defensa de su presidente ante las críticas de Hugo Chávez: que atacar
a Uribe era atacar a Colombia. Petro debería saber que millones de
colombianas y colombianos no piensan lo mismo, por ejemplo miles de
madres de los jóvenes ejecutados o desaparecidos por las fuerzas
militares de Uribe.
Reseñado en el puesto 82 por agencias de inteligencia de los Estados
Unidos como colaborador directo del narcotráfico (1991), implicado
directamente en el paramilitarismo y en crímenes de Estado
(1992-2010), Uribe no tendrá ya más poder del que tuvo. No quiere ni
puede ser Fujimori. No le es factible un nuevo asalto para permanecer
en la presidencia, como lo hizo aquel en Perú. Por el contrario, Uribe
admite su retiro formal para recubrirse y no terminar más pronto entre
rejas: necesita no activar más contradicciones, para protegerse del
devenir, que puede ser complicado en caso de que le delaten, frente a
lo cual sus reservas de poder son inmensas, incalculables todavía,
para decir que no sabía, que no fue él, o que lo hizo por la patria.
De nuevo vienen a la mente muchos ejemplos, como el de Manuel Antonio
Noriega, gobernando Panamá a órdenes de los Estados Unidos, pero luego
condenado allí por narcotráfico. Otrora poderosos narcoparamilitares
socios de Uribe están también hoy en cárceles gringas, y saben mucho
del cebado, igual que algunas cosas de sus centinelas. La geometría
del chantaje recíproco no es una ficción. De nuevo en ese país, ahora
con Obama, tienen la llave de importantes ánforas de Pandora. El
pragmatismo de un posible giro se sintetiza en lo que el presidente
Roosevelt o Cordell Hull (de los creadores de las Naciones Unidas,
Premio Nobel de la Paz en 1945), uno de los dos, expresó para explicar
la política internacional estadounidense, cuando dijo sobre “Tacho”
Somoza, de Nicaragua, a quien la prensa calificaba como hombre
sangriento: “sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Uribe es eso. Y él lo sabe. No es ingenuo sino artero, diestro y
siniestro. Usará el caudal de muchos recursos legales e ilegales para
escudarse y, si es posible, y se lo piden, volver a zarpazos. Ya ha
anunciado que estará en alguna trinchera de la política que él diseñó.
Dice que lo importante es que no se abandone la estrategia de
seguridad que afianzó en ocho largos años de embrujo. A lo cual dice
sí una parte del arco de la centro izquierda que sin tapujos le
reconoce aciertos, convalidando el rumbo guerrerista.
Aún así, adulado por detractores, el actual declive personal de Uribe
es factible, cumplida su función. Otros competidores clones dentro del
sistema esperan su turno y que de verdad les entregue el testigo, como
en carrera de relevos. La obligada y oportuna renovación de una
tramoya inteligente, dicta una medida higiénica, como con la
jeringuilla del drogadicto, que ha sido utilizada y puede tirarse. Es
en esa medida que Uribe pasa a ser un desechable opulento pero
peligroso, inmundo pero perfumado, que se regocijará con las medallas
punzantes de ser un mafioso inmune, un paramilitar impune, un sátrapa
incólume y un neoliberal indemne.
A ello han ayudado muchas manos, incluso las del movimiento
guerrillero, que le dejan irse campante e ileso al salón de la
historia interina, donde reposan superiores déspotas, más ilustrados y
célebres que Uribe. El tiranicidio de los poemas no fue posible y
muchos graves errores de gran magnitud deberán ser asumidos por los
ahora derrotados, que no obstante vivirán más allá de los hijos de
Uribe, como grito humano de una rebelión necesaria ante la injusticia.
Por el momento, y es urgente, hay que dejar de ser tan majaderos: el
cambio que produce la imposibilidad de que Uribe sea otra vez
presidente (a quien le quedan, y con él nos quedan, muchas tempestades
por ver: dejará el gobierno hasta el 7 de agosto de 2010), es el
cambio que exige un refinado orden de exclusión, en pos de su mayor
legitimación interna y exterior, sin el lastre de quien puede (así
sea) ser llevado con probabilidad a un tribunal para que responda por
diferentes delitos, pero a quien muy poderosos de todo el mundo le
deben muchos favores.
Cebado y desechable, Uribe vive, y el uribismo vivirá cualificado, con
nuevo rostro y manos limpias, en quien le suceda, dentro de cualquiera
de los candidatos que hoy están en las tablas, ninguno de ellos
dispuesto a renunciar a la férula militarista. Ni uno sólo es decente.
Pero la suma de todos sus prontuarios, no llega ni a las a las
rodillas tendidas de Uribe, desembarazado a partir de ahora de la
motosierra. No existe nadie más perverso y escabroso que pueda ocupar
la presidencia. El crimen de los que se disputan su silla es y será
limpiar los alrededores, cambiar de aparatos, validar la democracia
genocida. Creo que nunca tuvo tanta razón como hoy Javier Giraldo,
jesuita defensor de derechos humanos, al identificar con esas palabras
la institucionalidad colombiana. Esa inteligente democracia genocida
asea y engalana con un nuevo señorío. No vendrá alguien más
delincuente con las manos más manchadas, eso es seguro, pero, como
escribió Rafael Sánchez Ferlosio, “vendrán más años malos y nos harán
más ciegos; vendrán más años ciegos y nos harán más malos”.
Una parte de la llamada oposición muestra auténtica mediocridad:
mientras tiene un explicable sentimiento de satisfacción por la
imposibilidad de reelección de Uribe, monta con pragmatismo una
campaña que le reconoce al mafioso logros y cualidades de su política
y de su persona. No es rentable hablar en contra de la seguridad
democrática de Uribe, porque ésta ha tenido como objetivo a la
subversión. De ese modo tal oposición embriagada con la lógica
electoral, dispensa crímenes ejecutados con la intención de arrasar
las alternativas sociales y políticas, así como naturalmente a la
insurgencia.
A Uribe se le puede comparar con muchos. Pública y acertadamente se ha
dicho que es mucho más que don Corleone. Atrevámonos a otra
referencia: Richelieu. El cardenal servil y cabeza de la monarquía,
primer ministro del rey Luis XIII de Francia en la primera mitad del
siglo XVII. Intrigó, ascendió, comandó tropas, mando matar, ordenó
espiar, se hizo muy rico y nombró a su sucesor, otro cardenal, Julio
Mazarino. Escribió Auguste Bailly (en “Mazarino”, hacia 1900): “No
sabemos si se podría citar un personaje que haya suscitado más odios
que Richelieu. Todo su ministerio no fue sino un largo combate,
implacable, encarnizado. A veces ocurre que la pasión política o la
devoción susciten un fanático y hagan de él un asesino”. Uribe como
Richelieu, temía de los propios y de los adversarios, “hubiera sido
derribado veinte veces de no haberse protegido con una férrea
vigilancia. Y aun así no es seguro que hubiese logrado zafarse de
quienes acechaban para eliminarle cualquier desfallecimiento de sus
guardaespaldas o de su precaución, de no haber terminado con su vida
la enfermedad”. A Uribe le han prejubilado, pero no está tan enfermo:
cebado por el poder, y sólo ahora desechado en parte, estará en su
trinchera, como él mismo ha dicho. Y lo que lo hace criminal lo
defiende. En sus círculos de asesinos, algunos extraditados a Estados
Unidos, ni en otros lados, se olvida su figura.
La triste historia está no sólo en la buena salud de quien hiede, sino
en una oposición pasmada que confunde a Uribe con el rey, que ignora
al Mazarino que ha de sucederle (quien al final cumplió temporalmente
con la “pacificación” emprendida por su antecesor); una centro
izquierda que hoy conciliaría con Richelieu para no ver nunca caer la
cabeza de Luis XVI, siglo y medio después.
Esa versión de la historia sin salida, puede ser superada por una
sub-versión forjada entre la dignidad no perdida de la política, entre
la ética y la cultura de las resistencias. Que no cubra con
oportunismos la dimensión de lo ocurrido en la era del terror de Uribe
y de sus Mazarinos. Las alternativas no son ahora las urnas ya
controladas y huecas, aunque a ellas acudan unas pocas personas
respetables. No normalizar unas votaciones preparadas como máquinas de
lavado de camisas negras con sangre de los de abajo, para que sólo en
ellas participen escuderos de la “seguridad democrática”, es una
correcta opción ética. La salida existe en otros términos, en medio de
un conflicto que debe reconocerse como tal, para atacar con
legitimidad el Ancien régime, el Antiguo Régimen que representa Uribe
y sus Mazarinos.
Majaderos seríamos también si no viéramos una encrucijada importante,
despejada con la no reelección de Uribe. Por lo tanto sí se puede
sacar a Colombia del coma de tantos años. Con una condición: recobrar
la comprensión del conflicto armado y de sus partes contendientes como
proyectos políticos que pueden dialogar. Ésta es la columna vertebral
sobre la que Uribe y sus asesores sicarios han pasado una y mil veces
su atroz maquinaria, negando que existe una confrontación armada.
Uribe construyó su capital político y para-militar negando la
perspectiva de una solución política negociada tanto con el movimiento
popular como con las organizaciones alzadas en armas. Su única opción
salvadora fue la violencia contra el pueblo. Esto es lo que debe
hacerse añicos ahora, para lo cual existen instrumentos y escenarios,
entre los cuales cuenta obviamente la disposición probable de una
franja del propio Establecimiento que puede renunciar a ese método y
hacer viable el comienzo de un pacto.
Del lado de las resistencias, se ha tomado nota de al menos cuatro
hechos: el diálogo epistolar con la insurgencia; la demanda de
concretar acuerdos humanitarios; el compromiso básico de respeto y
confluencia de noviembre de 2009 firmado por las FARC-EP y el ELN; y
la voluntad inquebrantable por ahora de seguir luchando para que Uribe
Vélez y los suyos respondan por tanto sufrimiento infligido en miles
de crímenes de lesa humanidad, por sus estrategias narcoparamilitares
y por el estado de indigencia de millones de colombianos-as que es la
herencia propagada con sus políticas de un capitalismo más depredador
que nunca. Para que no sea más un país que se piense como desechable,
ni la finca del desechado y cebado Uribe Vélez.
“te metiste en crueldades de once varas
y ahora el odio te sigue como un buitre
no escapes a tus ojos
mírate
así
aunque nadie te mate
sos cadáver
aunque nadie te pudra
estás podrido”
Torturador y espejo (Mario Benedetti).
Carlos Alberto Ruiz Socha es jurista, autor de “La rebelión de los
límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la
opresión” (Ediciones Desde Abajo, Bogotá).