Uribe rechaza, rechacemos a Uribe

Ni siquiera los asesinos a sueldo que quieren reactivar la hoguera, ya extinguida, liquidando a los líderes sociales, ni los deschavetados seguidores del mesías Uribe Vélez y de su precandidato presidencial, monseñor Belcebú Ordóñez, los dos personajes que más les cuestan a los contribuyentes colombianos, pues sale de nuestros bolsillos la plata con la que les pagan a los 300 y pico de escoltas que los protegen. ¿No estaría mejor empleado ese dinero en amparar a los líderes sociales y campesinos que están siendo masacrados en el Cauca? ¿O en darles de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos?


¿Qué rechaza el autodenominado vocero del ‘No’, senador Uribe Vélez? ¿Rechaza los crímenes incesantes, con carácter ya de genocidio, que se vienen cometiendo por los bandidos que actúan como brazo armado de la ultraderecha, contra los líderes sociales y campesinos? ¿Rechaza el intento de exterminio físico, asesinato tras asesinato, de la Marcha Patriótica, repetición del que se cometió contra la Unión Patriótica hace tres décadas? No, el senador del ‘No’, dueño y propietario del opositor Centro Democrático, no rechaza esos crímenes, que al parecer prohíja con su silencio cómplice. El senador rechaza la paz de Colombia que habrá de llegar, a pesar del senador, con la firma del nuevo acuerdo entre el Gobierno y las Farc, acto que ocurrió este jueves en sencilla, pero no menos emocionante ceremonia en el Teatro Colón, y que la semana próxima será presentado al Congreso de la República para su refrendación e implementación inmediatas.

Desde los tiempos del ascenso de Hitler y del nacionalsocialismo (nazismo) en Alemania, la táctica goebeliana de la mentira y el engaño para ganarse el favor de masas excluidas del progreso social se ha venido usando continuamente, y con éxito, por movimientos populistas de extrema derecha (política y económica) para tomarse el poder por las vías democráticas electorales (como lo hizo Hitler). Hay, sin embargo, una diferencia a favor de Hitler. El dictador nazi cumplió sus ofertas. Sacó a Alemania de la postración en que la había dejado la Primera Guerra Mundial, le mejoró la calidad de vida al pueblo alemán, hizo de Alemania el país más próspero de Europa. Y cuando ese milagro de resurgimiento tenía asombrado al mundo, Hitler se quitó la máscara y desencadenó la peor guerra de la historia, cuya primera víctima masiva fue el propio pueblo alemán.

Las tácticas electorales goebelianas las vimos en plena producción durante el plebiscito del pasado 2 de octubre. El país fue literalmente cubierto de mentiras por parte de los propagadores del ‘No’ a los acuerdos de paz. Mentiras burdas, unas; refinadas, otras; mentiras grandes y mentiras pequeñas, que un buen número de electores, frustrados y rabiosos por distintos motivos, acogió, sin examen ni análisis, como verdades suficientes para motivar un fuerte apoyo al ‘No’, que terminó ganando el plebiscito por mayoría irrisoria de 50.000 votos.

Esa victoria pírrica del ‘No’ pudo ser una tragedia de darse al revés; es decir, si el ‘Sí’ hubiera ganado por 50.000 votos. Los noístas esperaban renovar la guerra civil con el pretexto de que se había cometido fraude por parte del Gobierno, y quién sabe a qué infiernos habría ido a parar el país con una victoria del ‘Sí’ por mayoría tan insignificante como la que obtuvo el ‘No’. Lo paradójico de ese plebiscito es que a los ganadores les resultó al revés el famoso aforismo del profesor Maturana: ganando, perdieron. En cambio para el ‘Sí’, la derrota fue su victoria.

Al día siguiente de conocido el resultado adverso al ‘Sí’ se produjo la más grande, espontánea y mágica reacción popular de que se tenga conocimiento en la historia del país. Una reacción en las ciudades, en los municipios, en las veredas, en todos los caminos, a favor de la paz en peligro. Como si de repente se hubiera caído el velo de mentiras y engaños que les había cubierto los ojos durante la campaña electoral plebiscitaria, los votantes del ‘No’ se unieron, en su gran mayoría, a las multitudes que colmaron las calles en reclamo de un nuevo y pronto acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc-EP, y entre el Gobierno y el ELN.

El resultado del clamor popular a favor de la paz se vio con la firma del acuerdo definitivo para una paz estable y duradera en Colombia, logrado después de 40 días con sus noches de trabajo en La Habana, entre las delegaciones del Gobierno y la guerrilla, que recogieron, estudiaron y anexaron al acuerdo las propuestas de los autodenominados ‘voceros’ del ‘No’ y las que enviaron cientos de organizaciones y ciudadanos, de modo que el nuevo acuerdo es el epítome democrático del pensamiento ciudadano en todas sus manifestaciones.

No obstante, el senador Uribe y su partido, después de quedarse con los crespos hechos con la campaña de fraude que tenían organizada si perdían el plebiscito, buscaron de repuesto una serie trasnochada de objeciones al nuevo acuerdo, que les permitiera procrastinar la firma de la paz. Han fracasado también en esa manoseada tramoya dilatoria. La paz de Colombia, que el mundo aplaude, que será un modelo para alcanzar la paz en otras martirizadas regiones del planeta, está andando y nadie podrá detenerla. Ni siquiera los asesinos a sueldo que quieren reactivar la hoguera, ya extinguida, liquidando a los líderes sociales, ni los deschavetados seguidores del mesías Uribe Vélez y de su precandidato presidencial, monseñor Belcebú Ordóñez, los dos personajes que más les cuestan a los contribuyentes colombianos, pues sale de nuestros bolsillos la plata con la que les pagan a los 300 y pico de escoltas que los protegen. ¿No estaría mejor empleado ese dinero en amparar a los líderes sociales y campesinos que están siendo masacrados en el Cauca? ¿O en darles de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos?

Uribe rechaza la paz de los colombianos. Los colombianos rechazan la guerra de Uribe.

Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/uribe-rechaza-rechacemos-a-uribe/16758261