Uribe: que paz no
En el programa de entrevistas de Canal Capital del miércoles pasado por la noche el expresidente Álvaro Uribe se comió crudos a sus dos interlocutores, el juez español Baltasar Garzón y el periodista político Pedro Medellín. No le dieron un brinco, como ratoncitos fascinados ante la danza de una cobra.
No pretendo decir que yo lo hubiera hecho mejor, ni nadie: nadie hubiera sabido ponerle dique a la verbosa catarata de gritos y susurros y risotadas que derramó el expresidente. Un maestro.
El tema era la paz. La nueva paz del fin del conflicto armado que ahora propone el gobierno de Juan Manuel Santos en sus conversaciones con las guerrillas de las Farc (y del ELN). Y el expresidente Uribe, con su habitual mirada movediza y más tics nerviosos en las comisuras de la boca que los que le conocíamos cuando tenía el poder, pero radiante de sonrisas autosatisfechas y desbordante de inverosímiles elogios a su propia franqueza (yo soy frentero, yo no soy hipócrita, yo soy leal, yo no sé utilizar armas sucias, yo no soy furtivo, yo enfrento todo, yo no tengo cartas guardadas, yo hablo fuerte y claro…), y apuntando todo el tiempo a sus entrevistadores o a la cámara con su dedo índice rígido de advertencia, dijo que no a esa paz, que no es tal, sino una simple rendición. Ni una sola vez se dejó interrumpir en su soliloquio por Medellín ni por Garzón, que intentaban tímidas y frustráneas protestas; “Pero, presidente…”, le decían, como si todavía lo fuera. Y él mismo, se le nota, sigue sin darse cuenta de que ya no lo es: “El ministro Santos…” etcétera.
Dijo que paz no, porque no hay guerra. Solo terrorismo. Las ‘bacrim’ y las Farc son iguales, y son iguales a Al Qaeda: ahí no hay motivaciones políticas. Pero el gobierno de Santos permite que existan las ‘bacrim’y las Farc y en vez de combatirlas negocia con ellas (“no digo que sea cómplice”), matiza Uribe, desestimulando así a las Fuerzas Armadas, en vez de mantener la eficaz seguridad democrática que estuvo a punto de acabar con las unas y las otras durante su gobierno. Sobre el cual no admite críticas: las que se le hacen son simples “venganzas criminales” de narcotraficantes y terroristas que se sintieron perseguidos por él (incluso aquellas venidas de la propia justicia).
Uribe no acepta errores, salvo el de haber creído que su ministro Santos le iba a seguir empollando con lealtad sus “tres huevitos” hasta volverlos gallos finos. Él no tuvo tiempo (se nota que le hizo falta una segunda reelección).
Al final, cuando exhaustos los dos entrevistadores se atrevieron a explicarle que hacía ya media hora se había acabado el programa (¡ay, si Canal Capital tuviera anunciantes…!) y después de hora y media de no haber contestado nada de lo que le habían intentado preguntar, todavía Uribe se dio el lujo de dictarles las preguntas que hubieran debido haberle hecho.
No se las hicieron. En cambio le hicieron otras dos, tras largos y cautelosos circunloquios. Preguntó Garzón: “Presidente ¿en qué cree usted que puede ayudar (a esto de la paz)?” Y preguntó Medellín: “Presidente ¿no le parece que con sus críticas (a esto de la paz) usted está haciéndole daño( a esto de la paz)?”
Y, por supuesto, la respuesta de Uribe fue rotunda: “no”. Uribe no quiere ayudar a esto de la paz, que es justamente lo que en su opinión hace daño. Las preguntas de Garzón y Medellín le pusieron la respuesta en bandeja.
Desde su punto de vista, que es el mismo que lleva exponiendo diez años, Uribe tiene toda la razón; y por eso trata deliberadamente de hacerle daño a la iniciativa de paz. Su punto de vista es el de la guerra perpetua. De ahí el alivio generalizado porque no sea presidente, sino expresidente, y porque su sucesor, contra todo pronóstico, no haya sido el empollador de sus huevitos.
Del de la seguridad democrática, al menos. En otros aspectos Juan Manuel Santos sí se está mostrando como el fiel continuador de los principios uribistas: en el de la llamada confianza inversionista, por ejemplo, obtenida a punta de dádivas y gabelas para los empresarios, en particular extranjeros. Lo muestra a las claras el caso de la mina de níquel de Cerro Matoso, en Córdoba, que dentro de ocho días, el 30 d e septiembre, debiera revertir al Estado, de acuerdo con los contratos firmados hace 30 años con la empresa minera BHP Billiton; pero que no lo hará. Pese a los debates adelantados en el Congreso por el senador Jorge Enrique Robledo y el representante David Barguil, a las denuncias hechas por la contralora Sandra Morelli y a los conceptos negativos de diversas consultorías contratadas por Ingeominas, el contrato se prorrogará automáticamente hasta el año 2029, y tal vez incluso hasta el 2044, según anunció Mauricio Cárdenas durante su paso fugaz por el Ministerio de Minas.
Pero el contrato es tan leonino que a lo mejor termina habiendo preso.
http://www.semana.com/opinion/uribe-paz-no/185106-3.aspx