Una historia teñida de sangre y algo de esperanza Macayepo o el eterno retorno

Después de la masacre perpetrada por los hombres de Cadena en 2000, 214 familias han regresado a este lugar con la ilusión de una vida.


Ahora yo vivo en el paraíso”. El paraíso de Gabriel Guzmán queda enclavado al final de una remota carretera que se interna por los pliegues de los Montes de María, una región que atraviesa los departamentos de Bolívar, Córdoba y Sucre. El paraíso de Gabriel Guzmán, quien tiene 58 años encima de una piel morena, barba escasa y unas manos gruesas y ásperas, es un caserío pequeño que se extiende por varios montículos de tierra, alrededor de riachuelos, entre espesos árboles y pastos para ganado. El paraíso de Gabriel Guzmán, cuyas fértiles tierras son conocidas por dar un aguacate que muchos califican como el mejor del país, fue invadido en 2000 por 80 hombres del bloque paramilitar Héroes de los Montes de María que asesinaron con palos y piedras a un número de campesinos que oscila entre 12 y 15: para celebrar el segundo milenio de nuestra era nada mejor que devolverse al Neolítico.

La masacre de Macayepo pasó a la historia como una de las más cruentas perpetradas por los paramilitares, un grupo que siempre pudo superarse en barbarie y vergüenza. A principios de ese año ya habían pasado por El Salado, también en los Montes, 450 paramilitares que dejaron tras seis días de música, empalamientos, degollamientos y lapidaciones 61 cuerpos, o al menos, pedazos de ellos. Al año siguiente, como para mantener la mano caliente y el machete goteando, incursionaron en Chengue y tras de sí quedaron en el suelo 27 cadáveres.

Estas tres masacres desataron un éxodo en el que huyeron de sus sitios de nacimiento, de sus parcelas y su sustento, 35 mil familias que prefirieron pasar hambre en la ciudad que ser destazados por los hombres que respondieron a las órdenes de Cadena (nacido y criado en Macayepo), Salvatore Mancuso, Jorge 40, H2 y un sinfín de mandos medios que se encargaron de cambiar la cosecha de aguacate por la de sevicia.

Y ahí comenzó el otro calvario para las familias que huyeron de la muerte con la angustia y la casa a cuestas. El día a día en la urbe (Sincelejo fue el destino que escogió la mayoría de este gran grupo de desplazados) entre el rebusque y la indiferencia. De campesinos a miserables.

Pasaron los años y, tímidamente, algunos comenzaron a volver en medio del hastío de vivir en un lugar que siempre les pareció extraño, hostil, lejano. Primero fueron un par de aventureros, luego otros más y, cuando la cosa comenzó a mejorar, fueron más y más. En 2005, el bloque que comandaba Cadena se desmovilizó y de él no se volvió a saber más: su camioneta fue encontrada incinerada y ninguna pista de su paradero. Paralelo a esto, la Infantería de Marina incursionó en la zona con tres unidades contraguerrilla. A estos dos hechos se sumó la muerte de Martín Caballero en una operación militar; Caballero era el hombre fuerte de la guerrilla de las Farc en los Montes y uno de los principales precursores de la violencia en la zona.

En 2004 se corrió la voz y las familias comenzaron a retornar a Macayepo y, en general, a los Montes de María. El retorno no ha sido fácil, como tampoco inmediato. Juan Pablo Franco, la persona a cargo de la subdirección de atención a la población desplazada de Acción Social, así lo dice al explicar que una vez la gente expresa su voluntad de regresar, se tienen que dar muchos pasos (algunos más lentos y espaciados que otros) para garantizar no sólo el regreso seguro sino una subsistencia digna, una rutina libre de muerte e infamia, con algo para comer todos los días. A la fecha van 214 familias que han regresado a Macayepo, de las 600 que había antes de la seguidilla de masacres de 2000 y 2001.

¿Por qué volver? “Porque acá se vive bueno, porque todos los días hay algo para comer. Porque si no tengo yo el vecino tiene y, aunque me vende, consigo algo. Porque este lugar me gusta”, responde sin dudarlo Ebaldo García, nacido en Macayepo hace 44 años, desplazado a la fuerza en 2000 y retornado hace dos años. En su momento, y sin pudor alguno, García admite que tuvo miedo, mucho miedo. Pánico cuando supo lo que había sucedido en su pueblo. Terror cuando le contaron luego que un primo suyo había muerto en Chengue.

Una historia es, sin ánimo de despreciar cada relato individual, la misma de todos: del campo a la ciudad y de la felicidad al fastidio. Un lugar que Gabriel Guzmán define, tal vez paradójicamente para alguien que tuvo que huir para salvar el pellejo, como el infierno. Ya lo dijo Sartre: “El infierno son los demás”. Los demás que miran para otro lado al ver de frente la tragedia nacional de los desplazados. Franco lo dice más puntualmente: “El desplazamiento nos afecta a todos”.

Una vez más: ¿por qué volver?: “Vuelven porque, en la gran mayoría de los casos, sienten un apego a la tierra, a su lugar de nacimiento, a donde han vivido todas sus vidas”.

Hoy, la comunidad de Macayepo se reconstruye de a poco, con la ayuda del Gobierno y bajo la mirada de la Armada (que es bendecida por los habitantes, pero a quien en su momento se señaló como cómplice por acción u omisión de la masacre de El Salado). Hoy Macayepo aún no tiene una iglesia techada o una plaza de pueblo con todas las de la ley. Sin embargo, hoy Macayepo tiene gente, niños que juegan en el parque, campesinos que le sacan el aguacate a la tierra. Detrás vienen más.

Los vínculos de Álvaro García con la masacre

Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, fue el hombre que ordenó el asesinato de los campesinos de Macayepo, en octubre de 2000. El ex jefe paramilitar sigue, hasta el día de hoy, desaparecido, aunque formalmente se le ha vinculado con la matanza que ocurrió en este corregimiento.

Así mismo, El ex senador Álvaro García Romero, actualmente recluido en la cárcel de La Picota, de Bogotá, ha sido vinculado a los atroces hechos ocurridos en este corregimiento de Carmen de Bolívar.

García aún no ha sido condenado. La Corte Suprema de Justicia se encuentra ahondando en las pruebas que demostrarían los supuestos vínculos del ex senador con grupos paramilitares.

Una de las evidencias que presuntamente implican a García con lo sucedido en Macayepo es una conversación sostenida entre el ex senador y un hacendado de la zona que, a juicio del alto tribunal, comprometen al ex parlamentario con los hechos de octubre de 2000.

Otras matanzas en los Montes de María

Las masacres de El Salado y Chengue pasaron a la historia como algunos de los episodios más cruentos de los muchos que se han dado en la amplia guerra colombiana.

En El Salado, según el informe del grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, se reseñan cómo los paramilitares utilizaron cuerdas de estrangulamiento, se cortaron orejas, se sorteó quién sería el siguiente en morir, se asesinó a una mujer embarazada, se empaló a otra y se degollaron a varias de las víctimas. La masacre ocurrió entre el 16 y el 21 de febrero de 2000.

En Chengue el escenario fue similar al de Macayepo. Una muerte son todas las muertes. A palo y piedras murieron 27 campesinos. Los paramilitares llegaron en tres camiones. Una por una fueron golpeando en las viviendas del lugar y sacaron a sus habitantes a la plaza principal para comenzar la jornada. Todos los muertos eran sindicados por los paramilitares de ser colaboradores de la guerrilla.

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Santiago La Rotta / Enviado Especial | EL ESPECTADOR