¿Un militante puede ser fiscal?
¿sentiría usted que su derecho a la presunción de inocencia está protegido si el fiscal que le asignan para recopilar pruebas en su contra es el cruzado de una causa y él lo ubica en la causa opuesta? Por ejemplo:
¿Si usted es sacerdote e indaga sobre sus actos un fanático anticlerical, si usted es negro y le toca un funcionario racista o si usted es profesor de la Universidad Nacional y le corresponde un militarista apasionado? ¿Podría ser José Obdulio Gaviria el investigador honesto de Piedad Córdoba, o para irnos al extremo, Alfonso Cano el de Jorge 40? Aunque el sistema penal acusatorio les asignó a los fiscales el papel de contraparte de los investigados, todo tiene un límite. En este caso, el de la sensatez que sobrepasó de manera grotesca el integrante de la Unidad Antiterrorista (casi nada) Ricardo Bejarano Beltrán.
El personaje en cuestión es conocido en los juzgados por sus actitudes pintorescas. Sin embargo, no hay que minimizarlo por eso. Cuando Bejarano se arrogó la función de condenar ante el país a la Corte Suprema por el delito de traición a la patria porque no le gustó la sentencia en que se declaraban no válidos como pruebas los documentos del computador de Raúl Reyes, desobedeció e irrespetó el ordenamiento jurídico que indica que la Corte es la máxima instancia. Es sorprendente que a semejante exabrupto, cometido por este hombre en una audiencia pública en que la jueza del caso absolvió, precisamente, a un profesor de la Nacional del cargo de terrorista —y no por la invalidez del computador sino porque el fiscal Bejarano no aportó indicios convincentes contra el catedrático—, la fiscal general haya reaccionado con la tibia explicación de que su subalterno “hablaba a título personal”.
Volviendo a Bejarano, éste es famoso por su conducta emocional. Tiene una página en Facebook en donde puso una foto suya en traje de fatiga. Por ningún lado aparecen sus títulos de abogado. Entre sus actividades predilectas está una que otra jurídica, pero abundan las que le llegan al corazón: “Vietnam War Veteran” es la principal, escrita tal cual. Y otras igualmente simbólicas: “Declaremos persona no grata a Íngrid Betancourt”, “One million voices against Farc”, “Escuela Militar de Cadetes”, “Israel en Colombia”, “Israel en España”, etc. En octubre de 2009, este empleado de la Fiscalía fue sancionado con arresto de tres días por desacato y perturbación de diligencia judicial, por el juez noveno penal de Bogotá. En ese entonces, apareció en internet una carta de respaldo de sus colegas, llena de improperios contra el juez que lo castigó. La carta, que todavía circula en el ciberespacio, tiene un problema: no hay firmas que la respalden.
Bejarano Beltrán parece solazarse con las noticias sobre atentados contra él o, al menos, las difunde presuroso, incluyendo un librobomba que le habría llegado. Hace poco hizo evacuar el edificio de los juzgados por la presunta existencia de un intento de ataque. Se recuerdan aún los preparativos para atentar contra su vida que reportó uno de sus informantes, el mismo que le había servido de testigo para acusar a tres de sus procesados. Nunca se conocieron detalles de la amenaza, pero el fiscal antiterrorista logró que condenaran a los imputados por él. No obstante, el tribunal de segunda instancia los absolvió “por duda”. Que quede claro que nadie en sus cabales desea que este exótico investigador sea víctima de terroristas o sicarios. Pero más les serviría a la democracia y a la Fiscalía que él abandone la impostura de delegado de la justicia y use el vestido que realmente le casa: el de militante de una causa, buena o mala, pero causa al fin y al cabo.
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