Un aporte desde Colombia a la literatura carcelaria

Miguel Ángel Beltrán Villegas, quien estuvo recluido en varias ocasiones en cárceles colombianas, soportando la persecución del terrorismo de Estado, escribió un texto que ha sido publicado recientemente con el título Ignominia tras las rejas. Este texto se inscribe en una amplia literatura escrita desde y a propósito de la cárcel por personas que la han soportado en forma directa.


La literatura carcelaria que está formada por cartas, testimonios, memorias, obras de ficción, tratados sociológicos de la vida cotidiana, autobiografías… hace parte de otra memoria, la de los vencidos, los humillados. Se escribe y se gesta en circunstancias extremas, desafía la represión y la censura, porque el escritor-prisionero además denuncia y se enfrenta, con sus hechos y sus palabras, a los poderes establecidos, incluyendo a los tribunales. El recluso dice cosas que rompen con las verdades oficiales, que muestra la cara de la dominación y la opresión en forma directa, que siempre es negada y silenciada por los voceros oficiales del régimen.

Entre la literatura carcelaria sobresale la generada por perseguidos políticos, rebeldes y revolucionarios en diversos lugares del mundo, entre la que podría considerarse como un hito el libro de Fiódor Dostoyevski , Memorias de la casa de los muertos. (1861) En nuestra América también existe una literatura carcelaria desde el siglo XIX, tras la independencia. Entre los primeros autores que generan una literatura carcelaria puede nombrarse a José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de El Periquillo Sarmiento, quien señaló “Adversa fortuna mía, ¿por qué tan mal me has tratado y con tanta tiranía me tienes aquí encerrado?”. Esa tradición se ha continuado y ha cobrado fuerza durante las últimas décadas en el continente.

De esa literatura que se origina en la cárcel, podemos enumerar, de manera desordenada y muy parcial, algunos textos representativos, de nuestro continente y más allá, de los que citamos algunos apartes.

  • Apuntes para la historia, mi primera prisión y Cartas desde la cárcel del anarquista mexicano Ricardo Flores Magón. Allí dice cosas de este estilo: “La cárcel es de hierro; nunca recibe un rayo de sol. El viento frío sopla de día y de noche y delicado como he sido siempre de los pulmones. Siento que no resistiré otro invierno en esta cárcel en donde no hay calentadores para los presos. En este momento estoy a acalenturado. la fortuna es que no me abato y así mismo me doy fuerza”.

En 1920, desde la prisión de Leavenworth, Kansas, este cuenta las penurias que vivió a su paso por San Francisco, California, y las contrasta con la “buena suerte” de algunos de sus camaradas de lucha: “Mis camaradas de aquella época son ahora generales, gobernadores, secretarios de Estado, y algunos de ellos han sido hasta presidentes de México. Ellos están ricos, son famosos y poderosos, mientras yo estoy pobre, obscuro, enfermo, casi ciego, con un número por nombre, marcado como un felón, pudriéndome entre este rebaño humano, cuyo crimen fue el de haber sido tan ignorante y tan estúpido de haber robado una pieza de pan, cuando es una virtud robar millones. Pero mis antiguos camaradas son hombres prácticos, mientras que yo sólo soy un soñador, y, por lo tanto, es mi propia culpa. Ellos han sido la hormiga y yo la cigarra; mientras ellos han contado dólares, yo he gastado el tiempo contando las estrellas. Yo quería hacer un hombre de cada animal humano; ellos, más prácticos, han hecho un animal de cada hombre, y se han hecho ellos mismos pastores del rebaño. Sin embargo, prefiero ser un soñador que un hombre práctico”.

  • El sexto de José María Arguedas. (1961) El autor explica, en una carta que dirigió a Jhon Murray en 1960, algunos temas de su novela: “¿Puede Ud. Imaginarse lo que significaría para mí ver cómo los asesinos violaban a los hombres hasta volverlos locos? Esa es la parte medular de mi novela. Pero también el Sexto era una prisión política y juzgo con la libertad que he sabido conservar a los líderes de los partidos aprista y comunista que conocí en el Sexto”. En otra carta de 1961 decía: “Odio desde la infancia el poder fundado en la riqueza material. Y casi todos los que me rodean no persigue otro fin más alto para sus vidas que ese miserable objetivo. Te parecerán ingenuas mis palabras, pero a ti se te puede hablar con ingenuidad . El Sexto y todos mis pocos relatos están plenos de odio a esta parte oscura del ser humano y de una fe absoluta en que podrá vencer el mal”.
  • El vagabundo de las estrellas, de Jack London: (1915): “ He pasado estos ocho años en San Quintín, la cárcel estatal de California. Cinco de esos años los pasé en la oscuridad, “aislamiento total”, así lo llaman. Los hombres que son capaces de soportarlo lo llaman la muerte en vida. Pero durante esos cinco años conseguí ser más libre de lo que muchos hombres han llegado a ser nunca. A pesar de hallarme incomunicado, no sólo fui capaz de viajar más allá de los muros, sino también de viajar por el tiempo. Aquéllos que me encerraron durante esos insignificantes años me regalaron, sin ni tan siquiera ser conscientes de ello, el esplendor de los siglos. Vosotros, perros carceleros, no sabéis lo que es un hombre. Medís a los demás en el espejo de vuestra cobardía. Miradme bien, yo soy un hombre. Vosotros no sois ms que marionetas. Yo soy vuestro señor. No podéis arrancar de mi ni una queja, y os parece extraordinario porque sabéis muy bien con qué facilidad gritaríais vosotros”.
  • El presidio político en Cuba, de José Martí (1871) De acuerdo con Cintio Vitier, esta es una obra hecha “con el ritmo del silencio ignominioso, de los palos y cadenas del presidio”. Son suyas estas palabras: “Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás. Nace con un pedazo de hierro; arrastra consigo este mundo misterioso que agita cada corazón; crece nutrido de todas las penas sombrías, y rueda, al fin, aumentado con todas las lágrimas abrasadoras”.
  • Cartas desde la prisión, del uruguayo Raúl Sendic: “Durante esos trece años de prisión sólo fue posible escribir cartas durante breves periodos. Pero, además, esas cartas eran censuradas minuciosamente para cuidar que no tuvieran ningún contenido político o algún atisbo de posición en los problemas sociales. Pero hablando de temas humanos, como se habla en ellas, esto es casi imposible, y hay cartas que están ahí que rebotaron dos o tres veces contra la censura antes de poder abrirse camino hacia el mundo exterior”.

Sendic, tras ser sepultado en vida durante una década, a pesar de la enfermedad y el sufrimiento podía decir un tiempo después: “Me parece que con los enfermos mentales la gente, -y yo en particular-, tiene prejuicios como con los presos comunes. Después que uno los conoce se da cuenta cuánto hay de leyenda negra en lo que piensa la gente, -y pensaba uno- de estos parias de la sociedad. Yo creo que en (la cárcel de) Punta Carretas, en 600 o 700 presos que conocí lo que se puede llamar irrecuperable no pasa de 20. La solidaridad es grande y es raro que alguno, por ejemplo, no pueda tomar mate porque la familia no le trae yerba; siempre hay alguno que le da de la suya. Cuando ponen alguno en libertad los actos de despedida (…) son de auténtica alegría”.

  • Cartas desde la cárcel, de Antonio Gramsci: Sobre esta obra y lo que representa decía en 1947 Benedetto Croce: “El libro que se publica ahora pertenece también a quien es de otro u opuesto partido político y le pertenece por razón doble: por la reverencia y el afecto que se siente por todos aquellos que mantuvieron alta la dignidad del hombre y aceptaron peligros, persecuciones, sufrimientos y muerte por un ideal, que es lo que hizo Antonio Gramsci con fortaleza, seriedad y sencillez…”
  • Cartas desde la prisión, de Rosa Luxemburgo: “La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensan diferente”, su frase emblemática escrita desde la cárcel en junio de 1916.

Hemos mencionado estos ejemplos, y extractado algunas citas, porque ellas ilustran el dolor y el sufrimiento, pero más importante, la lucha, la resistencia, y sobre todo la dignidad, que han personificado hombres y mujeres encarcelados en diversas épocas. Esos libros se han convertido en testimonios vivos, como si hubieran detenido el tiempo, que denuncian la injusticia y la sed de venganza del capitalismo contra aquellos que se le oponen y osan enfrentarlo. Porque como decía Eugenio D’Ors, citado en 1930 por Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel, “Existen dos modos de matar: uno, designado abiertamente con el verbo matar; el otro, el que queda sobreentendido bajo el delicado eufemismo, ‘hacer la vida imposible’. Es la forma lenta y oscura de asesinato consumada por una multitud de cómplices invisibles. Es un asunto de fe sin corona y sin llamas, perpetrada por una Inquisición sin juicio ni sentencia”

En esa perspectiva debe ubicarse el texto de Miguel Ángel Beltrán, cuya prosa dura, directa, sin concesiones, es un ejemplo de dignidad, en medio de la ignominia que ronda no solamente en las cárceles, sino en la sociedad colombiana. Su lucha también se expresa a través y con sus escritos, con los que rompe el silencio cómplice y complaciente que niega la existencia de presos políticos en nuestro país. Habría que recordarles a todos aquellos académicos que desde la Universidad Nacional y otros lugares representan la ignominia a nombre de una supuesta pureza intelectual y académica apolítica que, como decía José Martí: “Si no luchas al menos ten la decencia de respetar a quienes sí lo hacen”.

Con este escrito, Miguel Ángel Beltrán nos recuerda la desigualdad, injusticia y miseria de nuestra sociedad, que se revive en la cárcel como un microcosmos de lo que es este país. Hablar contra la corriente, enfrentar las mentiras de los medios de desinformación y sus sicarios con micrófono y procesador de palabras, soportar el cinismo de muchos académicos de la Universidad Nacional, a eso es a lo que podemos llamar dignidad, que es otra forma de decir que se está vivo, porque otros están muertos en vida desde hace tiempo y la indignidad los carcome. Como lo dijo con lucidez Eduardo Galeano, poco antes de morir: “¿Cómo averiguar si uno está vivo o es un muerto viviente? Habrá que preguntarse hasta qué punto soy capaz de amar y de elegir entre la dignidad y la indignidad, de decir no, de desobedecer. Capaz de caminar con tus propias piernas, pensar con tu propia cabeza y sentir con el propio corazón en lugar de resignarte a pensar lo que te dicen. […] Los desafíos que uno enfrenta cada día son los que te abren una rendija para elegir entre la dignidad y la obediencia. Libre es el que es capaz todavía de elegir la defensa de su dignidad en un mundo donde, quieras o no, en algún momento tendrás que tomar partido entre los indignos y los indignados”.

Por eso, Miguel Ángel Beltrán siempre ha sido un hombre libre, aunque hubiera estado encerrado en una cárcel de alta seguridad, desde donde nos ha dado lecciones de dignidad, tal y como lo ejemplifica con sus libros y escritos. Es un hombre con decoro, puesto que, como decía José Martí, “en el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.