Teología desde las víctimas

En este espacio y en las palabras de víctimas que afirman sus derechos a la vida y a los territorios como Raúl Palacios, Nilson García Chocho, Jani Rita Silva, Luz Marina Cuchumbe y Marco Velazco, hemos conocido lo que han vivido, viven y proyectan, lo que han construido desde la destrucción y lo que significan como resistencia inédita, creativa y valerosa las Comunidades Construyendo Paz en los Territorios, CONPAZ, de Red de Alternativas a la Impunidad y Globalización del Mercado, REDA, en el Putumayo, Cauca, Valle del Cauca, Meta, Chocó, Antioquia, Sucre, Magdalena.

Teología desde las víctimas

Universidad Nacional de Colombia, 25 de junio del 2013.

Sus palabras son de Dios

Todas y todos víctimas de graves violaciones a los derechos humanos que destruyeron vidas humanas, relaciones comunitarias, construcciones sociales largamente tejidas y la vida de la naturaleza. Viven en zonas marginales y de conflicto armado y desde allí construyen alternativas, no se han resignado a ser víctimas pasivas, no han creído que sea voluntad de Dios el proceso de desplazamiento. Han sido señalados de guerrilleros por la forma clara como han señalado la responsabilidad estatal, con su accionar legal e ilegal (fuerza pública y paramilitares) en las graves violaciones a los derechos humanos y delitos cometidos en su contra, a pesar de la claridad con la cual han exigido a las guerrillas respeto a sus apuestas.

Ellas y ellos hablan pausado, con convicción y pasión; a pesar de lo que han vivido. En sus palabras, en sus gestos y actitudes no hay expresiones de venganza simplemente exigen sus derechos. Han sido amenazados de muerte pero tienen profundas convicciones que les han llevado a defender sus opciones a pesar de las amenazas contra su vida.

Teologías desde sus tragedias y esperanzas

Estas mujeres y hombres, sus comunidades no han pretendido enseñar teología, ni hacer teología, ni suscitar reflexiones de fe, ni invitar a la fe; tampoco han pretendido desafiar el poder, oponerse al desarrollo, develar las relaciones entre diversas instancias del Estado y la criminalidad; ni poner en evidencia (desde hace 17 0 20 años) el paramilitarismo, la parapolítica, la paraeconomía o laparareligión pero lo han hecho. Solo buscaban sobrevivir con dignidad y se unieron para resistir al despojo, decir su verdad, contar lo que han vivido, exigir justicia por los atropellos padecidos y exigir la reparación de lo destruido, relaciones y construcciones tejidas pacientemente durante muchos años de trabajo. Todo esto lo han hecho por una simple razón: sentían que debían hacerlo, que era su deber y que era mejor “morir de pie, con dignidad en el territorio que morir de hambre, de tristeza, de ‘pena moral’ fuera de él”.

Y se han articulado para resistir a la tentación de vender su historia, su dignidad, su verdad, sus convicciones, para honrar la sangre derramada de familiares y amigos, preservando la herencia de sus ancestros; se hermanaron para recordar, para no olvidar y lo hicieron con sencillez aprendiendo del pasado, de la experiencia de otros, de la observación de la realidad y orientados por una pregunta fundamental: para afirmar nuestro derecho a la vida en los territorios, a la verdad, a la justicia ¿Qué podemos y debemos hacer y cómo lo podemos hacer, con los recursos limitados y el poder avasallador al que nos enfrentamos?

En su caminar nos han permitido acompañarlas como Comisión de Justicia y Paz. En este ser y hacer nos enseñan. Desde el acompañamiento reflexionamos, interpretamos lo que vemos, oímos y palpamos, escudriñamos el significado de los sucesos diarios hacemos reflexiones teológicas en las que percibimos y reconocemos una experiencia de fe, una teología profunda en la que las comunidades plantean su crítica a unas maneras de vivir la religión. Estas críticas, si las aceptamos, obligan al cristiano a volver, sin evasiones, a su núcleo fundamental: el proyecto del reino de Dios anunciado por Jesús que implicó un cuestionamiento de fondo al poder religioso, cultural, político, económico que, al final, lo llevó a la muerte.

Su dignidad hace presente a Dios entre nosotros

Desde una mirada creyente estas comunidades son unlugar teológico, es decir, lugar de revelación de la acción de Dios en una historia concreta, en una construcción situada en la cual, su motivación de fe y su fuerza humana, están materilaizando la “voluntad de Dios”, aportando sus experiencias y conocimientos de fe. Pero sobre todo, por la forma en que han sido víctimas, son un lugar desde el cual Dios llama, a la conciencia de los creyentes en particular y de la humanidad en general, a modificar el rumbo de una historia de muerte e indignidad; son un lugar histórico para ver el actuar de Dios, un lugar que muestra que “son reales la opresión y la esperanza de los pobres” como también son reales “los mártires y la víctimas innumerables de todo tipo” , víctimas que generan vida como Juan Díaz, Orlando Valencia, Walberto Hoyos, Benjamín Gómez, Argénito Díaz, Manuel Ruiz y Samir Ruiz con cuyo asesinato pretendían generar miedo para detener su exigencia de derechos pero que se han convertido en fuerza para avanzar.

Ellas, las comunidades y personas, cuestionan, sin saberlo, las palabras teológicamente dichas sin contenido, las palabras teológicamente correctas que no dicen nada, las teologías que se expresan muy bien pero sin relación con la vida y en cambio, ponen de presente el valor de unas acciones expresadas con pocas palabras, de unas palabras mal dichas que dicen mucho, que expresan una teología enraizada en la vida, encarnada en la realidad, hechos que muestran la experiencia concreta del Dios de la historia.

Nos recuerdan algo obvio y por obvio olvidado: que el criterio de fidelidad a la trascendencia, a Dios y en caso cristiano al proyecto de Jesús lo constituye los hechos, las acciones concretas que materializan el querer de Dios. Estás comunidades recuerdan a las teologías: que Dios actúa en la historia, con frecuencia al margen de lo religioso y que la Teología de la Liberación nació “de la experiencia de las víctimas, de la experiencia del reverso de la historia, de la irrupción del pobre”.

Estas comunidades han recorrido un largo y espinoso camino y han avanzado, hacia el seguimiento de Jesús: el Reino de Dios, definido como “la vida justa y digna de los pobres, abierta siempre a más ”. Lo vemos con nitidez en la manera como, en medio de las ambigüedades de la condición humana, afirman su derecho a expresar su verdad y lo hacen de múltiples formas, como algo natural, con sencillez y transparencia. Lo vemos en la persistente lucha por la justicia, entendida no sólo como justicia jurídica sino como algo integral (económica, social, religiosa, cultural) que tiene unas dimensiones éticas insospechadas; en el amor por su tierra, por la naturaleza, por la humanidad, expresado en sus acciones diarias; en la fidelidad a la vida, a los suyos, a la memoria de sus construcciones, de su historia; en el respeto profundo a los muertos, al dolor y al sufrimiento por esto se convierten en testigos significativos para muchos y muchas, sobre todo sabiendo lo costoso que es en Colombia llamar las cosas por su nombre y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; lo vemos, también en la memoria de la barbarie que nuevamente crucifica, mata, destruye para que el imperio del capital se conserve, pues conviene que mueran unos para salvar el modelo.

Ellas muestran con claridad que en el proyecto del Reino no hay dicotomías entre lo trascendente y lo inmanente, es decir, entre el cielo y la tierra; son víctimas que generan una reflexión teológica que recuerda la dimensión integral del Reino con su “trascendencia teologal –el reino es de Dios-, pero se ha insistido en hacerlo también a través de la trascendencia histórica: el desplegamiento de la vida justa y digna en todos los posibles niveles: personal, social, moral, religioso, del espíritu”

Ellas que construyen alternativas desde la destrucción, desde la muerte, cuestionan un modelo de sociedad que se edifica sobre la muerte y la teología que sacraliza esa sociedad o que se acomoda a ella para no incomodar ni incomodarse, denunciando su profunda contradicción que olvida que la “democracia con hambre/ es un flor encima de un cadáver. Y Dios no es un Dios de cadáveres sino un Dios de vida y por eso toda teología de la liberación deberá proclamar que la constitución de un nuevo orden mundial es un mandamiento divino, al que la humanidad puede desobedecer acarreándose la muerte”.

En estas comunidades hayuna fuerza ética, antigua y nueva: la dignidad; antigua porque siempre ha estado ahí, nueva porque la forma de asumirla, decirla y mostrarla es nueva, lo hacen con una fuerza profunda que contrasta con la sencillez de sus palabras, sus tonos bajos, seguros, sin estridencia pero sí con contundencia. Una dignidad por encima de la vida, a costa de vida y para salvar la vida. Unas nuevas relaciones de igualdad desde abajo, desde la destrucción, desde la solidaridad de “los vencidos”, desde la fragilidad, desde las apuestas por una resistencia apocalíptica que cuestiona al poder y a la religión que lo legitima.

La resistencia apocalíptica ha sido consciente que “El culto imperial tenía una importancia crucial en los habitantes del Imperio y es un elemento central en el Apocalipsis. La supremacía de Roma se fundaba en su poderío económico y el militar que ayudaba a mantener el primero. El culto era un mecanismo ideológico mediante el cual los habitantes del imperio se identificaban con los poderosos y los gobernantes, a la vez que obtenían favores, sobre todo económicos y políticos. Por este motivo la crítica al culto imperial fue uno de los motivos centrales del Apocalipsis” y del cristianismo primitivo en general. A través de la historia, la apocalíptica ha hecho una constante “llamada a resistir y mantener la propia identidad. Una llamada a mantener la identidad de quienes no reconocen más Señor que Jesucristo”.

Esta práctica ética genera unas nuevas relaciones que cuestionan de raíz la “ética” neoliberal de la ganancia como valor supremo, la acumulación como meta y fin último, la eficiencia entendida como la máxima ganancia en el menor tiempo, con el mínimo esfuerzo, ética que está justificando la destrucción masiva de vidas humanas y la vida natural, la vida del planeta, que son llamadas eufemísticamente “externalidades ”. Este actuar nos acerca a lo esencial de la moral cristiana distante, en ocasiones, de la “moral” predicada. “La pregunta fundamental de la moral cristiana es doble: primero, que historia es la que hace justicia al Dios del reino; segundo, que hay que hacer para instalar el reino de Dios en la historia. El sentido del “deber ser” de la existencia cristiana, con su triple dimensión mística, ética y política, no se basa en una exigencia genérica de ser bueno, sino en la experiencia de la urgencia agradecida de responder al llamado de ser como Jesús” .

Las comunidades hacen explicita su mirada ecológica que supera el antropocentrismo prepotente. Se encuentran en interdependencia directa con su entorno natural que llama hermanas a todas las creaturas en las que ven la obra del creador; ven el territorio sin del valor comercial, porque está conservandolo y/o redescubriendolo en todas sus dimensiones espirituales, trascendentes, de memoria, de relación con los ancestros y como el espacio de posibilidad de todas las relaciones que dan sentido a la vida.

Las palabras sencillas e indómitas, de estas comunidades que hemos escuchado en este lugar son fuente y fuerza de salvaciónpara los pobres, para las víctimas, para la humanidad atropellada por un modelo económico, cultural religioso que va recorriendo el mundo dejando una estela de dolor, de hambre, de muerte y destrucción porque recuerdan y afirman, con su actuar, que la última, definitiva y creíble palabra no la pronuncian los voceros oficiales del capital por sus medios masivos de información o “domesticación” sino las víctimas desde el “reverso de la historia”.

Pero me atrevo a interpretar que estás comunidades también pronuncian palabras de salvación para el poder porque lo desnuda, le devuelve la imagen de su miseria, de su barbarie y al mostrarlo tal como es, como en un espejo, las personas que lo encarnan se colocan frente a la disyuntiva de asumir las consecuencias destructivas de su ser y empezar un proceso de cambio de opciones y actuaciones o seguir el mismo camino deshumanizante que llevará inexorablemente a la destrucción de la humanidad, colocándose definitivamente de espaldas, en contra de Dios, porque: “Quien entienda la trascendencia de Dios como la mayoridad de su amor, inconcebible para nosotros, puede comprender que la liberación de los pobres es algo que pertenece al ser de Dios, el Padre que nos vino a revelar Jesucristo: un Padre definitivamente parcial en favor de sus hijos que sufren la marginación, que son víctimas oprimidas y que lo que hace justicia a esa trascendencia es amar como él no ha amado” .

La paciente y pertinaz lucha de las comunidades por la justicia ha ido desenmascarando estructuras muy bien organizadas de poder causantes de su sufrimiento, verdaderas máquinas de guerra, de muerte, de destrucción al servicio de capitales que planearon desplazamientos de comunidades para apoderarse de las tierras para la industria extractiva (oro, cobre, coltan, petróleo, biodiversidad), la infraestructura (carreteras, represas, puerto) y la agroindustria (palma, banano, ganadería extensiva, coca) todo al servicio del gran capital… esta larga lucha ha mostrado la interacción entre poderes político, militares, policiales y diversas instancias del estado al servicio de grupos económicos. Esta realidad de muerte y destrucción en la perspectiva cristiana es parte del pecado estructural, pecado social, un concepto olvidado por la mayoría de las iglesias a pesar de estar en el centro de la experiencia cristiana, la experiencia de Jesús, quien con su actuar cuestionó profundamente las estructuras de poder de la sociedad de su tiempo y por eso se aliaron para asesinarlo el poder político, económico, social, cultural y religioso.

Al desenmascarar el pecado estructural asumen una actitud profética que va señalando las verdaderas causas de la violencia que han vivido lo cual les genera descalificaciones, señalamientos, mostrando el verdadero talante del mensaje cristiano. El obispo HelderCamara decía que si Jesús se hubiese dedicado a curar enfermos, dar de comer a los hambrientos y perdonar pecados todavía estuviese vivo y añadía: “cuando doy pan a los pobres dicen que soy un santo, cuando pregunto por qué hay pobres dicen que son comunista”. Estas comunidades están poniendo al descubierto una estructura de pecado similar a la que acabó con la vida de Jesús.

Las comunidades, con la forma de asumir el riesgo permanente la destrucción y la muerte, son testigas de la dimensión histórica de la resurrección. La imagen bíblica del pequeño retoño, del brote que surge de la selva destruida y sobre el que se posa el Espíritu es un símbolo a través del cual podemos ver cómo estas comunidades se han convertido en camino de justicia, de paz, en una nueva presencia de Dios, porque con la fuerza de la unidad y solidaridad están enfrentando la muerte física y espiritual que el paramilitarismo, las empresas y el Estado en sus diversas dependencias locales, regionales y nacionales les han impuesto.

Sobre este “brote” se ha posado el Espíritu del Dios de la vida que con la resurrección a Jesús de Nazaret, víctima del poder religioso, político y económico se transformó en fuente de inspiración y fortaleza para todas las víctimas de la historia:

  • El Espíritu de valentía para decir no a la seducción del dinero ofrecido por las empresas a cambio del territorio, de la verdad y la dignidad.
  • Espíritu de inteligencia para desentrañar las causas de la muerte, del desplazamiento, para identificar la maldad de las ofertas de las empresas y sus cómplices, para evitar convertirse en aliados ingenuos e inconscientes de los responsables de la destrucción y muerte que ahora se presentan como benefactores, aliados del progreso y salvadores de su territorio.
  • Espíritu de sabiduría para vivir en medio de los victimarios, como corderos en medio de lobos, con la astucia de la serpiente construyendo espacios alternativos para defender la vida y el territorio y lazos de fraternidad con víctimas en diversas partes del mundo.
  • Espíritu de fortaleza para resistir a las provocaciones y agresiones de los victimarios cambiando su dolor, su rabia e indignación, en fuerza para afirmar sus derechos y confrontar la lógica que las empresas quieren imponer.
  • Espíritu de dignidad que los lleva a decir basta a tanta ignominia y a levantar su voz, su rostro, su verdad, su historia como estandarte que devela el verdadero rostro el capital trasnacional.
  • Espíritu de solidaridad, desde las víctimas, desde abajo que los llevó a articularse con otras víctimas en la REDA, Comunidades construyendo paz en los territorios, en Colombia y en diversos países del mundo con la Red de alternativas a la globalización del mercado y la contra la impunidad.
  • Este pequeño brote dejó de ver la realidad por medio de las apariencias de los interlocutores que llegaron, sin decirlo, en nombre de los intereses causantes de la muerte; de la apariencia de los bienhechores que los invitan a tener paciencia y a recibir proyectos que buscan romper la exigencia de justicia; empezó a desconfiar de los medios de información, en su mayoría propiedad de responsables, beneficiarios o cómplices del desplazamiento y tomó como criterio para el “juicio” la defensa de la vida, del territorio, la verdad, la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la dignidad.

Termino con la invitación a tomar conciencia del poder y la fuerza del Imperio del capital, de nuestra limitación y fragilidad y de la certeza que “El mal y la injusticia, el poder de este mundo injusto y opresivo, no duran por siempre. La comunidad, como la mujer llevada al desierto saldrá vencedora” , de esto dan testimonio personas y comunidades que el poder del Imperio no ha logrado doblegar, ni hacer que renunciaran a sus convicciones, a sus opciones, que han preferido morir, ese fue su triunfo y por eso hoy nos fortalecen.

Alberto Franco CSsR
Comisión Justicia y Paz

Notas

1. Sobrino Jon, De una teología solo de la liberación a una teología del martirio, en Comblin José, González Faus José Ignacio y otros, Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina, Editorial Trota, Madrid 193, 102.

2. González Faus José Ignacio, Resumen y conclusiones, en Comblin José, op. cit., 346.

3. Sobrino Jon, op.cit., 110.

4. Ibídem, 110.

5. Ibídem, 351

6. Bernabé Ubieta Carmen, El apocalipsis: una postura de Resistencia ante el Imperio, en Rafael Aguirre (ed), Así empezó el Cristianismo, Verbo Divido, Estella (Navarra), 2010, 358-359.

7. Ibídem, 360.

8. HOUTART François, Intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el panel sobre la crisis financiera, 30 de Octubre del 2008.

9. Bravo Gallardo Carlos, Del tema del éxodo al Seguimiento de Jesús, en Comblin José… op.cit., 93.

10. Ibídem, Bravo, 88.

11. Isaías 10,33-11,9.

12. Cf. Franco Alberto, CSsR, Alternativas a la crisis desde la víctimas en Colombia, en el XXIX Congreso de Teología, El cristianismo ante la crisis económica, Ed. Centro Evangelio y Libración, Madrid, 2009, 165-173.