Su memoria vive en nosotros
Así se denominó el ejercicio de memoria que tuvo lugar en el marco del Segundo Encuentro Artístico, Cultural y Popular de Jóvenes Construyendo Paz en los Territorios, realizado del 26 al 30 de julio de 2015 en la Zona Humanitaria Nueva Esperanza en Dios, Cacarica Chocó, cuenca de la que fueron desplazadas 23 comunidades afrodescendientes en el año 1997 bajo la operación militar-paramilitar Génesis por la cual el 20 de noviembre de 2013, la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió una sentencia 1 ratificando la responsabilidad al Estado Colombiano en las graves violaciones a los derechos humanos cometidas contra las comunidades del Cacarica.
En ese ejercicio de memoria las y los jóvenes provenientes de Zonas Humanitarias, Zonas de Biodiversidad, Zonas de Reserva Campesina y Resguardos Humanitarios de Curvaradó, Jiguamiandó, Pedeguita Mancilla, Dabeiba, Buenaventura, Valle del Cauca y Putumayo, reivindicaron la memoria de jóvenes desaparecidos y asesinados bajo las estrategias de violencia sociopolítica que han enfrentado por muchos años en sus territorios.
Los jóvenes compartieron experiencias de lo que han vivido en diferentes momentos de sus procesos organizativos y del momento actual, a propósito de hechos recientes como el asesinato de Cristian Aragón Valenzuela, joven de 17 años de edad, habitante del Espacio Humanitario Puente Nayero de Buenaventura, el pasado 19 de julio de 2015, a manos de estructuras paramilitares que operan allí, como represalia por la decisión que tomó de no hacer parte de estos grupos y plantear una propuesta de vida distinta a la que forzadamente han tomado muchos jóvenes en esa ciudad; o como el proceso judicial que se inició contra 13 jóvenes líderes estudiantiles y defensores de derechos humanos de Bogotá, acusados entre otras de rebelión y terrorismo, faltando al principio de presunción de inocencia de estos jóvenes y evidenciando una falta total de garantías al libre proceso.
En un primer momento de la actividad, cada comunidad se reunió para compartir lo que conoció de los jóvenes asesinados y desaparecidos de sus comunidades; además de hablar de las circunstancias en que fueron asesinados o desaparecidos, compartieron las historias de vida de cada uno, dónde vivieron, con quién, qué les gustaba hacer, qué los caracterizó, cuáles eran sus sueños a futuro, entre otros aspectos. El intercambio de experiencias a través de las anécdotas relatadas por adultos y jóvenes fue la oportunidad para seguir entretejiendo la historia de cada una de sus comunidades, pues independientemente de haber conocido o no el hecho y la persona que memoraron, cada participante de la actividad comenzó a apropiarse de esas historias de vida y a identificarse con cada joven del que se habló.
A partir del dialogo y las historias compartidas, en cada comunidad eligieron un elemento con el cual simbolizaron a la persona que memoraron. Un representante de cada comunidad socializó con el grupo el elemento que eligieron y relató el porqué de ese elemento; balones de fútbol, trofeos, gorras, fotos, escritos, canciones, un motor, una botella, entre otros elementos trajeron a la memoria a esos jóvenes alegres, amantes de los deportes, de la música, del territorio, jóvenes rumberos, trabajadores, recocheros, competitivos, soñadores, serviciales, entusiastas y luchadores.
El compartir de cada recuerdo suscitó muchos sentimientos encontrados, alegría, tristeza, nostalgia, dolor, añoranza, pero sobre todo sentimientos de amor por la vida y por la resistencia; en ese ejercicio cada joven asesinado o desaparecido se hizo presente a través de cada participante del encuentro que inevitablemente se sintió identificado con su historias de vida, con su cotidianidad, con lo que les gustaba hacer y lo que soñaban.
Hacer este ejercicio implicó de alguna manera ponerse frente a un espejo, verse reflejados en historias de vida tal vez lejanas en el tiempo pero cercanas en el momento vital en el que ellos y ellas se encontraban; afinidades con sus gustos por la música o por el futbol, semejanzas en las actividades que desarrollaban, sembrar, manejar bote, ayudar a sus padres en sus quehaceres cotidianos, ser del mismo territorio, tener la misma edad, profesar las mismas creencias, entre otras similitudes llenaron ese momento de identidad y de “sentir con el otro”.
Ese espacio permitió que una vez más ellos y ellas se reafirmaran como jóvenes caminantes a lo largo de la historia, llenos de vida, de expectativas y sueños, llenos de fuerza, motivación y ganas de transformar sus realidades, dispuestos a crear y a recrear, dispuestos a dejar atrás el dolor pero no a olvidar a esas personas que aunque ya no están, viven en ellos y ellas, “viven en nosotros”.