Sin dolientes
POBRE Bogotá. Tanto aspirante a gobernarla y tan poco interés real en ella.
Si en la campaña electoral del año pasado nos hubieran asegurado que el propio jefe de Estado, dos de los candidatos a la presidencia de la República y el gerente general de un canal de televisión estarían considerando, doce meses después, postularse a la alcaldía, nos hubiéramos reído del chiste. Estábamos muy despistados. Como decía el Chapulín Colorado, no contábamos con su astucia. Álvaro Uribe por sí mismo o a través de otro, no necesariamente Peñalosa; los excontendores del mandatario actual, Mockus y Petro, y Paulo Laserna, pasaron, de repente, de posicionar los tres huevitos, el no todo vale, la unión del Polo alrededor de su nombre con Iván Moreno incluido, y el rating de programas de concurso, novelas y noticieros, a preocuparse por el funcionamiento de Transmilenio, la construcción de la calle 26, el puente de la 100, y las inundaciones, creanlo o no. Semejante cambio de foco en estos personajes, cuya agenda hacía tiempo que no tenía que ver con la problemática capitalina, no despertó la inquietud de nadie. Al parecer en el Distrito no hay dolientes porque todos callamos, resignados, y la indignación no existe.
A la hora en que se publica esta columna ya habrá culminado el evento de lanzamiento de la candidatura de Petro, esta vez por firmas, hace unos días con un movimiento con Mockus no descartado todavía; hace un año con el Polo, pero buscando que hubiera unión alrededor de su nombre —siempre el suyo—, con el liberalismo y Cambio Radical. Antes con… etc., etc., etc. Probablemente ya se sabrá también si Paulo Laserna dejó la fama mediática para buscar la política. Pero faltan, todavía, semanas antes de que Mockus resuelva sus dudas metódicas y resuelva cómo diablos va a explicar que su válida inquietud por el apoyo de Uribe a Peñalosa no era ética sino táctica: destrucción de su colega y partido para sobrevivir él, en una copia exacta de la estrategia petrista cuyo lema es que “muera (políticamente) el que no esté conmigo”. Nada más parecido a una secta que el mockusismo o el petrismo.
Sin embargo, el mejor instalado para el inicio de la competencia es, qué rareza, Álvaro Uribe. Su capacidad de manipulación aún le alcanza para voltear a la U a su antojo, bien para destruir al partido Verde —logro que ya tiene entre el bolsillo— y garantizarle, entre tanto, su apoyo parlamentario a Peñalosa mientras deshoja la margarita; bien para ceder ante los ruegos de sus áulicos de que no delegue más, no vaya y sea que el candidato verde le resulte un Santos local. El lío será cuando el exmandatario diga su última palabra. Para entonces, las posibilidades de Peñalosa de volver a la alcaldía ya estarán liquidadas: los verdes auténticos lo habrán abandonado o los uribistas que se tomaron la foto con él le habrán dado la espalda con la misma facilidad con que lo apoyaron o lo someterán a sus intereses, como si fuera su subalterno.
Nos quedarán entonces pocas opciones: un par de jóvenes bien intencionados con cero experiencia administrativa y pocos títulos académicos para su alto nivel social; una mujer inteligente que curiosamente siempre antepone sus amistades mediáticas y sus recursos económicos a sus esfuerzos personales y méritos profesionales. Y un locutor cuyo talento consiste en capturar en su red muchos peces del río revuelto. Resuelta ya la Presidencia, el botín ahora es la capital ¿Qué buscan en Bogotá los candidatos: el poder para sí o salvar la ciudad? Con perdón de todos, el disfraz de lo segundo no puede ocultar lo primero. Pobre Bogotá.
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