Seguridad nacional
En su nombre se han cometido todo tipo de abusos y, sin embargo, no es posible encontrar una definición única y unívoca del término, ni para qué sirve, ni a quién favorece, ni quién la implementa, ni cómo, ni cuáles son sus alcances.
La seguridad nacional, se supone, sirve a los máximos intereses del Estado. La seguridad nacional establece, en teoría, los cimientos básicos sobre los cuales reposa la supervivencia del Estado: defensa de los ciudadanos —todos o algunos—, integridad territorial, acceso a energía y materias primas, rutas de navegación, estabilidad económica y defensa de las fronteras. Es defendida por las herramientas en poder del Estado: diplomacia, ejército, músculo financiero, servicios de inteligencia, territorio y alianzas.
La seguridad nacional asume que los intereses del Estado y del Gobierno, en general, son los mismos y así determina sus actuaciones, selecciona los peligros, los enemigos, los amigos, los objetivos y los medios. En las sociedades más democráticas, democracia entendida desde el punto de vista occidental, la seguridad nacional defiende supuestamente el Estado de derecho.
La doctrina de seguridad nacional identifica lo que el Estado considera sus más serias amenazas y qué tanto se vale y se puede hacer para neutralizarlas: terrorismo, crimen organizado, tráfico de drogas, armas y personas, crimen cibernético, guerrillas, refugiados, estados enemigos o actores no estatales, desastres naturales, información.
En nombre de la seguridad nacional se ha torturado, asesinado, perseguido, invadido, espiado, masacrado, bombardeado, chuzado, destruido, violado la ley y los derechos fundamentales. En su nombre se han erigido infranqueables muros detrás de los cuales se ocultan “secretos de Estado” y prácticas siniestras. En su nombre se ha ocultado la historia.
En ocasiones las buenas intenciones de un gobernante se estrellan con ese gris establecimiento encargado de la seguridad nacional, terminando este último imponiendo su credo. Uno que no necesariamente refleja la opinión mayoritaria de los que supuestamente está defendiendo.
Edward Snowden no es más que otra víctima de la doctrina de seguridad nacional, al igual que Assange o los taxistas bogotanos. Divulgar que Estados Unidos chuza a todo el mundo puede parecer altruista a los ojos de muchos, pero para el aparato fantasma de la seguridad nacional es la más grave de las violaciones y debe ser castigada a como dé lugar. Todo se vale.
http://www.elespectador.com/opinion/columna-432715-seguridad-nacional