Savonarola y Piedad

Soy profano en derecho, pero al fallo del procurador Alejandro Ordóñez contra Piedad Córdoba le distingo a la legua su pobreza jurídica.


Me ha ocurrido igual con otras sentencias chapuceras firmadas por el mismo doctor, quien se supone debería ser un jurista con idoneidad. La que promulgó, por ejemplo, a favor de la segunda reelección presidencial, y que en la Corte Constitucional ni siquiera la sacaron del sobre, pues les bastó con escuchársela por televisión.

Me cuentan amistades que tengo por esos lados, que los magistrados no sabían si bostezar o reírse. Y es que el Procurador, cuando habla, pone un punto seguido entre una palabra y la siguiente, lo que le asemeja cada frase a un camión de veinte toneladas trepando una cuesta en tercera. Yo tuve trato periódico con él hace unos años, y el hombre hablaba de corrido y era muy simpático con sus dichos santandereanos, de modo que su excesiva parsimonia al expresarse es algo que apenas lo afecta cuando se mete con temas de jurisprudencia que desconoce, o que siendo de su dominio decide traicionarlos por imperativos ideológicos o teologales.

Esa dicotomía entre la ciencia jurídica y el fanatismo de monasterio, es lo que se le pegotea en el ritmo de sus discursos, y por supuesto en el contenido de sus fallos, que sin excepción le salen prerrenacentistas. Él no redacta sentencias, sino que profiere anatemas. Desde su visión exaltada, no hay infractores, sino herejes. Si se internara en un convento, su fluidez sería óptima, estaría en su sopa, y el Ministerio Público se salvaría de la esquizofrenia.

Que me perdone Piedad, pero es que ella encarna imaginarios que perturban la tranquilidad del Procurador. Contestona, libertaria, cosmopolita, estudiosa, afro, salsómana, y dejémoslo ahí. Suficiente para enervar la misoginia de un funcionario obligado contra su voluntad a ser recatado. De allí que sea la candidata ideal para la hoguera. A menos que no sea paja eso de que Colombia es un Estado social de derecho.

Nada de raro tiene entonces ese fallo contra ella en el que lo que son conjeturas subjetivas se presentan como pruebas contundentes (eso, por ejemplo, del manoseado y póstumo computador de Raúl Reyes). Lo que son hechos anodinos y corteses, se valoran como indicios de traición a la patria (lo de las flores y la boina en el Palacio de Miraflores). Lo que fueron reflexiones académicas, se califican como actos punibles (el elogio de lo subversivo en los saberes, en la U.N.).

Lo que fue una gestión humanitaria autorizada por el entonces presidente, adquiere carácter de iniciativa insurreccional emprendida por la senadora a favor de las Farc. O sea que Piedad, para no “extralimitarse”, debió negociar lo de la devolución de los 15 secuestrados, en cuatro momentos distintos a lo largo de dos años, sin cruzarse palabra con quienes los tenían. Complicado eso, salvo si se esperaba que ella los rescatara montando sendos operativos por cuenta propia. Ni a Piedad, ni a ninguno de los intrépidos “colombianos y colombianas por la paz” los veo en esos trotes.

En cuanto a las visitas a Simón Trinidad y a Sonia, en las cárceles norteamericanas, tuvieron como testigos al cónsul de Colombia y a una patota de miembros de la seguridad gringa. No faltó sino Rambo. Difícil armar una conspiración con tanto mirón. Sin esa charla con los dos extraditados, además, la devolución de los 15 rehenes hubiera sido imposible. Esa vuelta tocaba hacerla.

Tanto ese contacto, como los otros tenidos por Piedad en los momentos y con las personas a que se refiere el fallo, pertenecen a la memoria pública, fueron cumplidos a la luz del día y divulgados a los cuatro vientos. Pero Ordóñez Valderrama, valiéndose de la supuesta (o real, no sé) amnesia nacional, alude a ellos con un tono falsamente revelador, intentando conferirles un aire clandestino que jamás tuvieron.

Lisandro Duque Naranjo