Ricardo Villa Salcedo
Es la escena de una película de esas que nadie quiere quedarse al final, una tragedia de dos cabezas, es la historia de Santa Marta. Hoy nadie sabe quien manda en la ciudad pero se ha naturalizado la extorsión, hasta el del raspao, el vendedor de mango, el de los jugos, cualquiera que produzca unos pesos y pueda ubicarse.
El cobro de la “seguridad privada” por motociclistas que parecen fantasmas en la noche de los barrios de la ciudad, el conocido “gota gota”, única forma de adquirir electrodomésticos, camas y muebles sin contratos, ni intereses pactados, eso si, te cobran todos los días en la puerta de tu casa. Cualquier persona que quiera montar un negocio sin permiso de los paramilitares, entiéndase Urabeños, Rastrojos, Paisas u otro nuevo nombre, queda marginado y se expone al sabotaje a la amenaza y al atentado.
Luego vino la marimba, a mediados de los 70 y con el auge del consumo de marihuana en Estados Unidos, la Sierra Nevada de Santa Marta empezó a ser una estratégica despensa en donde la producción y las rutas de exportación heredaban los trazados de los tiempos del contrabando. La bonanza permitió las primeras fortunas y con ellos se atrajo a traficantes del interior. Uno de ellos fue Hernán Giraldo quien fundó junto a ganaderos y terratenientes del departamento el grupo paramilitar Los Chamizos, grupo que terminaría por controlar toda la región.
Para ese entonces Ricardo Villa Salcedo se había convertido en un fenómeno electoral en el Magdalena, había obtenido la mayor votación de un líder independiente y había pasado de tener una carrera ascendente en el nuevo liberalismo a ser un líder político de la naciente Alianza Democrática M-19 en Santa Marta. Había sido senador y candidato a la Asamblea Nacional Constituyente por esta colectividad. Su labor como defensor dederechos humanos y abogado de la gente más necesitada lo había puesto en el ojo del huracán.
En sus últimas columnas en el periódico El Informador se había dedicado a denunciar la captura ilegal del mercado de Santa Marta y hechos de corrupción en la ciudad. En este tiempo había decidido tomar un caso emblemático, tomo poder como defensor de un grupo de campesinos que vivían en la zona de Pozos Colorados quienes estaban siendo desplazados bajo amenaza, también defendía a la Corporación Nacional de Turismo que había comprado unos terrenos al ICBF. Quien fuera en ese entonces el alcalde de Santa Marta, Hugo Gnecco y un grupo de inversionistas habían desencadenado una ofensiva para comprar estos terrenos pues sabían que dicho sector se convertiría en Zona Franca y por lo tanto los precios de la tierra favorecerían inmensamente a los propietarios, era el gran negocio.
Como muchos Hijos e Hijas he reconstruido la vida de mi padre a partir de los recuerdos de sus amigos y de mi madre principalmente, todos tienen un cuento sobre él y sus inventos, algunos de mis profesores en la Universidad Nacional me contaron unos de los mejores que he escuchado. Eduardo Umaña Luna me contó varias veces uno que me gusta mucho. Estaban recibiendo los trabajos finales en la clase de Derechos Penal y Eduardo llamaba a lista pidiendo cada trabajo, cuando llamo a Villa Salcedo Ricardo, el joven estudiante respondió que no había traído el trabajo y el profesor le preguntó entonces cuál era el motivo, a lo que este contestó con desparpajo: he estado cumpliendo una misión revolucionaria.
El profesor Umaña respondió con una sonrisa cómplice: muy bien camarada, déjeme felicitarlo, en su misión revolucionaria tiene 5, en el trabajo 0. Otra profesora me contó que en una visita que hicieron como estudiantes a una cárcel en Bogotá, el grupo se había detenido antes de ingresar porque Ricardo tenía que retirar el giro que su padre le hacia todos los meses para su sustento en la capital. Ya al interior de la cárcel se distribuyeron por grupos y él decidió visitar el pabellón de presos políticos. A la hora de salir, el profesor responsable empezó a contar sus estudiantes y faltaba uno, evidentemente el grupo no podría abandonar la cárcel sinque apareciera el estudiante, pasaron varias horas hasta que lo hallaron y lo convencieron de salir. Ya en la calle se empezaron a dispersar los estudiantes y Ricardo se acerco a mi confidente y le dijo: oye no tendrás veinte pesos que me prestes, es que me quede sin lo del bus.
Ricardo Villa Salcedo Sin Olvido