Responsabilidad y cambio
Más y más congresistas uribistas son detenidos por sus vínculos con los paramilitares o renuncian a sus curules para evadir la acción de la Corte Suprema de Justicia, cuyos magistrados son sometidos a una campaña de descrédito por parte de funcionarios públicos, entre ellos el director de Acción Social.
Mientras tanto aumenta el número de jóvenes víctimas de los falsos positivos del Ejército, así como el inconmensurable dolor de sus seres queridos y la vergüenza de los colombianos. Con desazón observamos además que los procesos en la Fiscalía General de la Nación por la yidispolítica, por el affaire Tasmania o contra el ex director del DAS y muchos congresistas parapolíticos duermen el sueño de los injustos.
Pese a esto las nuevas generaciones de colombianos pueden tener esperanza en el futuro. Los seis años de gobierno Uribe han servido para desechar concesiones a la guerrilla que antes creíamos necesarias con el fin de alcanzar la paz. Ese mérito de la política de “seguridad democrática” debemos reconocerlo. Pero esos seis años también han servido para destapar una dolorosa realidad: los estrechos vínculos entre el paramilitarismo y los partidos y movimientos de la coalición de gobierno, así como la degradación de algunos sectores de las fuerzas militares. La política de “seguridad democrática” no tiene nada de democrática; salvo que se entienda por tal el mero respaldo de las mayorías y no el sistema de gobierno que mejor garantiza el respeto de las libertades y de los derechos de todos.
No el fracaso en el trámite del referendo reeleccionista ni las envidias y las traiciones en el seno de la coalición de gobierno sino los vínculos paramilitares y los asesinatos masivos de inocentes llevarán al cambio de gobierno, con fortuna a partir de 2010. Fue el mismo presidente Uribe quien pidió al pueblo que lo juzgaran únicamente por los resultados de su gestión. Y esos resultados están a la vista: una guerrilla debilitada y un país esperanzado, pero crecientemente empobrecido y con dirigentes y militares que burlan la ley, ahondan la injusticia y avivan el odio entre los colombianos. Un país viable necesita mirar su historia con orgullo y admiración. El uribismo es responsable de que ello no sea posible pese a la propaganda y a los avances militares. La ventaja de la actual situación es que podemos revalorar la importancia de la seguridad y al mismo tiempo persuadidos de que paramilitarismo, guerra sucia y corrupción electoral son incompatibles con la democracia.
En manos de la población colombiana, sobre todo de la población joven, sea religiosa o no, carismática o católica, judía o musulmana, queda la responsabilidad de elegir al próximo Congreso y Presidente de la República. Por fortuna el acceso masivo al sistema educativo permite que los y las jóvenes hagan responsables a los gobiernos en las urnas. Ya no los privilegios de sectores sociales acomodados y oportunistas, ni el tráfico de influencias entre las cúpulas políticas y económicas, podrán determinar los resultados electorales. Como una gran ola amarilla y roja se avecina un cambio en Colombia gracias a la digna dirección y al fortalecimiento de partidos políticos de la oposición. Ya hubiera querido Europa, en tiempos de guerra y nacionalismo, contar con suficientes demócratas, resistentes tanto a la seducción como a la persecución oficiales.
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Nota: Debemos condenar la inescrupulosa politización del arte a manos de comunicadores interesados en impedir el cambio (¡véase a María Isabel Rueda y su absurda columna contra Shakira!). La madurez y la inteligencia de las nuevas generaciones se impondrán sobre la malicia del ancien régime y posibilitarán un mejor futuro para una Colombia democrática, justa y en paz.
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Rodolfo Arango