Resistencia en el Ariari: forjadores de la Comunidad de Vida y Paz
Desde lo profundo de la región del Ariari (Meta), estos cuatro testimonios nos recuerdan cómo se creó la Zona Humanitaria de la Comunidad de Vida y Paz (Civipaz). Otra experiencia de resistencia y resiliencia en medio del conflicto armado en Colombia.
Puerto Esperanza queda en el Meta, en lo profundo del alto Ariari. Es un caserío sin puesto de salud al lado de un caudaloso río sin puente que deben cruzar los campesinos para ir a sus fincas. Ese río, donde se han ahogado varios este año, es hoy el mayor miedo de sus habitantes. Pero que ese sea hoy su mayor temor es motivo de alivio para quienes crecieron en medio de las balas, los falsos positivos y la rabia de la guerra.
Según el Informe ”Pueblos Arrasados” del Centro Nacional de Memoria Histórica, Puerto Esperanza, vereda del Castillo, sufrió la progresiva violencia del Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y, para mediados del 2003, las cerca de 60 familias que habitaban la región debieron abandonarla.
El caserío quedó desierto por meses. A mediados de 2005, los líderes sociales desplazados en Villavicencio, inspirados por un viejo campesino cafetero caucano, militante de la Unión Patriótica (UP) llamado Reinaldo Villalva, decidieron enfrentar pacíficamente la violencia de los paramilitares y sus cómplices en la brigada VII y regresar a sus tierras.
Esa fue la semilla de Civipaz y estos son sus relatos.
***
Mariela
Foto: Mariela es presidenta actual de Civipaz. Atrás en la imagen Reinaldo y su hijo asesinado en Puerto Lleras.
En un país como Colombia uno no nace líder, se hace.
Así fue con Reinaldo, el fundador de esta zona humanitaria. Imagínese sí no, él organizó a la gente en Ciudad Porfía, a todos los desplazados que íbamos llegando del Alto Ariari, se fue al Chocó a conocer una comunidad de paz y regresó y nos dijo a todos: Vamos a volver a la tierra, tengo una idea.
Así nació la zona humanitaria de Civipaz, acá en Puerto Esperanza. Qué tal ese nombre dizque Puerto Esperanza, plena zona roja. Crecimos siendo Zona Roja.
Reinaldo fue el artífice. Cuántas vidas salvó esta zona humanitaria en el corazón de la guerra, no sabría decirle. Porque acá siempre ha habido guerra, primero vinieron a dar los liberales huyendo de los Chulavitas, luego los campesinos desplazados del Tolima y el Huila. Vea, detrás de esa cordillera queda el Sumapaz, ahí tan cerca y tan lejos estamos de Bogotá, quizás ese sea parte del problema.
Cuando llegaron las guerrillas, se hizo fuerte la Unión Patriótica. Empezaron a matarlos como a finales de los 80 y comienzos de los 90. Uno creía que lo había visto todo, pero lo peor vino después.
De vez en cuando venían soldados del ejército y torturaban a uno u otro campesino, los obligaban a hacer de guías en las excursiones y los echaban adelante para que la guerrilla los matara, saqueaban las fincas, mataban a algún muchacho y lo presentaban como guerrillero.
Me acuerdo de un señor ya, tenía ¿cómo se llama eso? retraso mental, el ejército lo mató y dijo que era de las FARC. Y uno sabiendo lo sano que era el viejo. Todo eso está registrado en este libro que hicieron los de la iglesia.
En el 2002 llegó otro ejército, estos tenían un brazalete de las AUC. Los soldados de la Brigada VII se burlaban, nos decían: No se asusten de nosotros que atrás vienen los mocha-cabezas. Y empieza esa matazón desde Medellín del Ariari, Puerto Unión, Caño Lindo…
A mi me desaparecieron un cuñado. Ahí fue cuando todo el mundo decidió irse, no había como vivir. Nos fuimos para Villavicencio por una carretera que había hecho la gente a punta de pico y pala por Miravalles, porque no había forma de pasar por Granada. Los paras tenían retenes por toda esa carretera. En Ciudad Porfía, Villavo, fuimos a dar 35 familias del Castillo y Puerto Esperanza.
Reinaldo había sido presidente de la junta de la vereda de La Esperanza. Era muy querido por la comunidad. Insistía siempre en que había que trabajar organizados para hacer escuelas, mejorar los caminos, llevar los niños a estudiar.
En Villavo eso fue muy duro, todos éramos campesinos y allá en la ciudad todo es plata. Hasta para un vaso de agua hay que tener plata. Y nosotros de dónde. Reinaldo nos llamó un día y dijo: “Acá tenemos que hacer algo para volver”.
***
Luz Dary
Foto: Luz Dary, esposa de Reinaldo
Mis papás me trajeron de cuatro años y cuando cumplí los quince conocí a Reinaldo en la vereda. Ahí nos enamoramos y nos casamos.
La familia de Reinaldo venía desplazada del Cauca. Eso era como a finales de los cincuenta. Mucha gente venía derrotada de esa guerra. Reinaldo no, él siempre era muy optimista.
Él quería estudiar, pero el papá no lo dejó. Decía que eso era para las mujeres, que los hombres trabajaban el campo. Y él se hizo agricultor. Leía a escondidas porque era peligroso. Tenía muchos libros de revoluciones y de historias de socialismos, cuando venía el ejército corría a esconder sus libros.
Así le empezó a gustar la Unión Patriótica, porque ellos hablaban de cambio social. La vida de nosotros los olvidados siempre es y será difícil. Y la palabra de cambio siempre atrae.
Cuando el ejército empezó con los bombardeos contra la guerrilla, nos tocó padecerlo en carne propia. Un día Reinaldo estaba recogiendo su café, él amaba sembrar café, y llega el helicóptero a ametrallarnos. En esa casa estábamos tres familias. Uno no sabía ni para donde correr. A mi me pasó la ráfaga silbando la cara, una bala larga atravesó las paredes y me alcanzo a rozar.
El ejército todo se lo llevaba. Nos robaba las cosas y las guardaba en atados para enviárselo a sus familias. Nos dejaban sin nada.
En esas, Reinaldo siempre buscaba ayudar, se desesperaba por ayudar. Él era un hacedor, si un vecino se enfermaba buscaba que lo atendieran, si se necesitaba un puente, organizaba la gente para construirlo. Varias veces llegaban vecinos que no tenían nada para comer y me decía: “Mija, parta la panela y désela al vecino”.
Cuando llegaron los de las AUC en el 2002, Reinaldo contó solo en ese año 130 campesinos muertos. Nos tocó irnos para Villavicencio, quedaron solo seis familias. Allá fue a la Defensoría, a la Cruz Roja Internacional, a todos lados.
En julio viajó a Cacarica, Chocó, a conocer una comunidad de paz. Y regresó con la idea, dijo que ya sabía cómo podíamos volver a la finca. Pero él no pudo ver la idea hecha realidad.
El día que lo mataron, venía de una reunión en la Defensoría. Me dijo “Mija, otra vez lentejas”. No le gustaban las lentejas, pero no había más. Estaba comiendo cuando vino el señor del billar de Ciudad Porfía y le informó que lo llamaban al teléfono. Reinaldo se paró y se fue a atender la llamada. Mi hija la mayor (tuvimos 4 hijos: tres mujeres y un varón, que me mataron en Puerto Lleras) siendo una niña se fue detrás del papá. Él la hizo devolver.
Yo seguí comiendo cuando oí los tres tiros. Me asomé y un muchacho joven de cachucha iba corriendo con un revolver en la mano. Una vecina gritó: “Luz Dary, fue Reinaldo”.
Cuando llegué todavía tenía aliento, lanzó el último suspiro, ahí en mis brazos, en la calle, tan lejos de la finca.
La policía que estaba a dos cuadras, se demoró media hora en llegar. Nunca investigaron y todavía salieron a decir al otro día que habían matado a un comandante guerrillero. Es muy triste, vale más la vida de un perro que la de un cristiano.
Llevábamos 35 años viviendo juntos, entonces ni me pregunte qué extraño de él. Porque vendí todo para no recordarlo. A veces me parece verlo en el fondo del Puerto, en esas casas llenas de agujeros de bala y maleza a las que nunca nadie regresó. Sobretodo creo verlo en las noches, va solo, cargando sus bultos de café rumbo al mercado.
Menos mal siempre hemos estado acompañados, acá hubo más líderes que dijeron no vamos a dejar morir la idea de Reinaldo. Gente como el padre Henry, como otros que hicieron posible que regresáramos.
***
Padre Henry
Foto: Padre Henry en las ruinas de las casas a las que nunca nadie regresó.
Estoy en la región desde el 96, cuando exterminaron el Comité Cívico de DD.HH. Y nunca me fui. Cuando me dijeron que las familias estaban organizándose en Villavicencio para regresar, empecé a ir los fines de semana para acompañarlos. Don Mario, comandante de los paras, me mandó un mensaje de que ya estaba enterado de mis movimientos en Villavicencio, que mejor me dedicará a las cosas de la iglesia.
Así y todo no me fui.
Esta región estaba desolada, destruida. La relación entre la Brigada VII y los paras era evidente. Esa gente empezó a controlar el mercado y les tocaba a las mujeres ir a hacer la remesa, si bajaban los hombres los desaparecían.
A mi los paras me invitaban a tomar gaseosa, me decían que los confesará porque a los asesinos les pesan los muertos. Pero yo siempre me negué. Una vez llegó uno de ellos que había matado a varios y me dijo: “Padre, quiero descargar un par de muertos”. No le acepte confesión.
Por esos días conocí a Reinaldo, era un hombre callado, concentrado en las cosas de la comunidad. No se hacía notar, pero cuando hablaba decía cosas profundas. Él junto a otra líder que recuerdo mucho, Lucero, eran muy importantes en Puerto Esperanza. La gente les tenía confianza.
Yo estaba en Bogotá cuando mataron a Lucero. A ella le dije que le traía un helicóptero, que le traía el obispo, le rogué que se fuera. Pero no se quiso ir. Me respondía: “No me voy, yo decido cuando me muero. No ellos.” Era una mujer muy recia. Una noche me enteré que los paras habían llegado por ella. Como su hijo mayor se abrazó a su cintura y no dejaba que se la llevaran, los mataron a los dos, en la esquina de la casa.
La muerte de esos dos líderes inspiró a la gente a crear la zona humanitaria. Primero, se pensó como una zona transitoria. La gente llegaba de todos lados de Villavo, llegaban como fuera, a pie, en bicicleta. Nos reuníamos en la Iglesia de Nuestros Dolores en Porfía.
Las familias fueron recuperando la confianza y un grupo empezó a hacer visitas exploratorias de regreso con acompañamiento internacional. Los primeros días hicimos unas misas, los paras tenían presencia fuerte en la zona, así que veníamos con el obispo.
Así se compró la finca en lo alto de la vereda y se trabajó la tierra. Se construyeron las casas, se cercó y se pusieron los avisos de que iba a ser una zona humanitaria, que no aceptaba la presencia de ningún actor armado. El 18 de marzo de 2006 vinieron las primeras familias a vivir. Ese año tuvimos las medidas cautelares que le exigían al estado proteger esas familias.
Con esos primeros retornos, cuando nadie enfrentaba a los violentos, se demostró que se podía perder el miedo, que se les podía enfrentar sin armas, que ellos no tenían la última palabra sobre las vida. Se demostró que a mayor capacidad organizativa, mayor posibilidad de resistencia.
Detrás de esas primeras familias, llegó más gente.
A veces me da una profunda nostalgia. Me pregunto por qué sigo vivo, tanta gente cercana ha muerto. Es como si me sintiera culpable de estar vivo. Ellos también tenían un propósito. En el centro de Civipaz creció una inmensa ceiba, el árbol de la vida. Ahí hay un mensaje pintado: “Sí el grano de trigo cae en tierra y no muere queda infecundo, pero si muere da fruto”.
Al lado del mensaje están los nombres de toda la gente que dio su vida para que Civipaz viviera. Entre esos el de Reinaldo.
***
Deisy
Foto: Deisy junto a su familia.
Yo era muy chiquita cuando regresamos con mi familia a Puerto Esperanza. Ya de eso diez años que llevo viviendo en la zona humanitaria. Y no le miento, acá hay muchas falencias, usted las ve desnudas en las paredes agrietadas o en el fango que tenemos de entrada, pero ha sido una vida tranquila.
Los primeros días me tocaba hacer vigilia. Me dieron un pito y me dijeron pite fuerte si ve a alguien armado acercarse. Esos primeros días fueron de mucho miedo.
Al comienzo se veían los paras allá en la montaña, acostados, a veces disparaban ráfagas al aire para asustarnos. Pero nunca se metieron a la zona humanitaria, sabían que ahí mismo se les venía todo el mundo encima. Si había que bajar al mercado, íbamos todos en grupo. Nadie salía solo.
Luego el miedo se fue perdiendo.
Foto: entrada de la zona humanitaria Civipaz en Puerto Esperanza, Meta
Ahora la región está más tranquila. El mayor golpe reciente fue la victoria del no en el plebiscito. Pensé, va a volver la guerra, los paras se van a envalentonar. Acá seguimos esas votaciones desde el café internet de Puerto Esperanza y no podíamos creer los resultados. Pero hay que echar pa´ lante, como siempre.
Sueño con que mi hijo estudie, algo que nosotros no hicimos por estar sobreviviendo. Sueño con que sea como el papá o como tantos buenos hombres que han pasado por acá.
Hay gente que destruye y gente que construye. Don Reinaldo fue un constructor, ojalá hubiera vivido para ver este lugar, porque este lugar nos salvó la vida. Nos dio la seguridad para actuar en colectivo, para recuperarnos, para volver a soñar.
Cada 18 de marzo, el día que se fundó Civipaz, hacemos una misa en el árbol de la vida. Vienen familias de todo lado, gente que pasó por acá, aún si están lejos. Ese día oramos y recordamos.
Como dice el Padre Henry, las nuevas generaciones deben formarse contando y oyendo las historias de quienes ya no están. Porque no hay nada peor que sentir el vacío de olvidar los antepasados. Reinaldo y tantos otros vivirán mientras los contemos, ese vínculo es hoy Civipaz, un vínculo de amor y memoria.
Fuente: http://colombia2020.elespectador.com/territorio/resistencia-en-el-ariari-forjadores-de-la-comunidad-de-vida-y-paz