Reflexiones sobre la minería
La minería ha existido desde los inicios de la humanidad; eso es evidente. A causa de los metales se levantaron imperios y se generaron guerras. Y, en cierto modo, la conquista de los territorios de América fue el fruto de una búsqueda ansiosa de metales, en especial del oro.
Pero hasta hace algunas décadas la minería era fundamentalmente una actividad artesanal, que no generaba grandes conflictos con la naturaleza. Ahora enfrentamos una realidad completamente nueva, en la que convergen muchos factores que hay que tener en cuenta, sea la explotación incontrolada, la contaminación del medio ambiente o la participación de grandes empresas multinacionales. De ese modo, aunque la “locomotora minera” pueda parecer una fuente de recursos para el progreso de la nación, nos preocupa que esa no sea la cara que perciben nuestras comunidades concretas, que sólo ven desunión y desolación.
Minería y minerías
Es conveniente comenzar aclarando que hay muchos tipos de minería. Y no me refiero a la diversidad de recursos que se puedan obtener (metales, hidrocarburos, energía), sino a los distintos métodos para hacerlo. En lenguaje sencillo, se puede hablar de minería artesanal e informal, como el barequeo, que es fundamentalmente una actividad manual. Más compleja es la minería artesanal que se realiza en socavones bajo tierra, buscando una veta de carbón o de oro, con el peligro de gases y derrumbes. También hay minería tecnificada que utiliza grandes maquinarias y métodos químicos de separación de metales. Estos diversos tipos de minería pueden ser legales o ilegales, según se tenga autorización o no del Estado.
En la práctica, la pequeña minería artesanal debería ser organizada y protegida por el Estado, mientras que la minería industrializada debe ser verificada y fiscalizada por el Estado, pues suele ser la más contaminante del medio ambiente. Por otra parte, el porcentaje de accidentes laborales suele ser mayor en la minería artesanal, a causa de la falta de mecanismos de control y de supervisión en normas de seguridad.
Recursos no renovables
Conviene tener en cuenta que hablamos de recursos que no son infinitos. Una cosa es un bosque que puede ser replantado y otra muy distinta el carbón mineral que se extrae debajo del bosque. La minería tiene que ver con recursos no renovables.
Las empresas mineras saben bien que su ciclo vital es explorar, explotar y marcharse a otro lugar. De ahí la urgencia por detectar lo que les sirve y desechar lo que les sobra. Al Estado, en sus organismos de vigilancia, le corresponde detectar los comportamientos irresponsables de las empresas que no se rijan por estándares sociales y ambientales reconocidos internacionalmente. El flagelo de los desechos químicos que contaminan directamente o por infiltración sigue siendo materia continua de los noticieros.
El manejo de los recursos hídricos es también un problema innegable. Para lavar los minerales se necesitan cantidades ingentes de agua, lo que genera fácilmente la disminución del recurso para los habitantes de la región.
Por lo general, la industria minera se vale de mucha tecnología y poca mano de obra. Además, la mayoría de los empleos son temporales, sin generar verdadero progreso para el entorno.
Los títulos mineros
Resulta curioso que apenas el Estado Colombiano abrió el abanico de titulaciones, inmediatamente se abalanzaron sobre la torta gran cantidad de empresas nacionales, internacionales y multinacionales. Y me pregunto si no será que otros países han comenzado a exigir mayores garantías de participación y de protección ambiental, mientras que la legislación colombiana en materia de minas aparece frágil y manipulable.
Tal como está la política de los títulos mineros, son evidentes diversos problemas aún no resueltos:
1) la cuestión social: No es clara la exigencia para que las empresas extractivas dialoguen desde el comienzo con las comunidades que habitan en el lugar de las exploraciones y las explotaciones, lo que genera evidentes conflictos de disociación y descontento, especialmente cuando las comunidades ven amenazados sus recursos hídricos y la tradición agrícola que han tenido por décadas.
2) la realidad ambiental: Las empresas no necesitan de licencia ambiental para efectuar las etapas de exploración; sólo la deben tener al momento de la explotación minera como tal. Pero ya las perforaciones exploratorias son un evidente peligro para vertientes subterráneas de agua, por ejemplo;
3) la política tributaria: Las exoneraciones están a la orden del día, lo que hace que las empresas terminen aportando al Estado solamente unas migajas. Esto lo ha demostrado reiteradamente la Contraloría, llegando a decirse que “les pagamos para que se lleven la riqueza”;
4) la práctica de la seguridad pública: Con frecuencia se ve a los organismos del Estado (Ejército, Policía, etc.) sirviendo de guardianes de las empresas y poco dispuestos a darle las mismas garantías a los campesinos del lugar;
5) la doctrina jurídica: Tampoco está resuelto cómo interpretar la legislación colombiana que dice al mismo tiempo: a) que el primer constituyente es el pueblo, b) que el subsuelo es del Estado y c) que quien otorga los títulos es el Gobierno de turno. Esto fue ampliamente debatido en el Senado en noviembre de 2013, pero sin mayor clarificación por ahora. Si bien es cierto que el Estado tiene competencia sobre el subsuelo, eso no elimina la competencia que las comunidades (digamos municipalidades) tienen sobre el suelo, y su pertinencia a la hora de consultar el parecer de la gente para defender su suelo.
Como dice el Documento de Puebla: “Si no cambian las tendencias actuales, se seguirá deteriorando la relación del hombre con la naturaleza por la explotación irracional de sus recursos y la contaminación ambiental, con el aumento de graves daños al hombre y al equilibrio ecológico” (n° 139). Y el Documento de Aparecida: “En las decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza, las poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas” (n. 84).
“Tuya es la tierra y cuanto la llena” (Salmo 23,1)
¿Qué decir a todo esto? ¿Cómo analizarlo y tratar de entenderlo? Para los cristianos, la tierra no es una piñata en la que quien quiera arrebata lo que quiera. La tierra es una herencia y una responsabilidad.
El libro del Deuteronomio nos ofrece dos afirmaciones complementarias: Por un lado, se reconoce que “Del Señor son los cielos, aún los más altos, así como la tierra y cuanto hay en ella” (10,14); pero también que Dios la da a su pueblo: “tierra buena, de torrentes, de fuentes, de aguas profundas que brotan en el fondo de los valles y en las montañas, tierra que produce trigo y cebada, viñas, higueras y ganados, tierra de olivos, aceite y miel, tierra que da alimento en abundancia, tierra donde las piedras contienen hierro y de cuyas montañas se extrae el cobre” (8,7-9).
La tierra es, pues, un don de Dios. Y la tierra significa cultivos agrícolas y ganaderos, y también recursos de minería. No hay oposición sino complementariedad. La riqueza mineral debe armonizarse con la riqueza vegetal o animal, sin sobreponerse. Esta tensión existirá siempre, pues la tierra es una herencia gratuita y frágil, “que recibimos para proteger” (Aparecida n. 471).
No podemos todos pretender ser ‘primitivistas’ en el uso de la naturaleza y tenerla simplemente como un objeto de admiración. La naturaleza es un medio de vida, pero siempre acercándonos a ella con respeto y utilizándola responsable y sabiamente. Conscientes de que “el ambiente como recurso pone en peligro el ambiente como casa” (San Juan Pablo II, 24 de marzo de 1997).
La minería actual se mueve en el ámbito de la ciencia y la técnica, y corre el peligro de despreciar la sabiduría y la conciencia. Pues no basta la ciencia para orientar nuestro futuro; es indispensable la sabiduría. La ciencia nos indica cómo aprovechar el subsuelo; la sabiduría nos enseña a proteger el medio ambiente. La ciencia nos da instrumentos y técnica; la sabiduría nos da pensamiento y conciencia. La ciencia nos muestra todo lo que puede el ser humano; la sabiduría nos recuerda todo lo que nos hace humanos, hijos de Dios.
“Ustedes brillan entre ellos como estrellas en un mundo oscuro, llevándoles el mensaje de vida” (Filipenses 2,15-16)
Vengamos a algunas conclusiones:
El tema de la minería es un tema complejo. Hace falta mucho estudio, diálogo y discernimiento.
Hay que alabar los diversos grupos de estudio y de acción no violenta que defienden el medio ambiente y las tradiciones culturales del pueblo.
También habría que alabar a las empresas mineras que ‘hilan delgadito’ en cuanto a ecología y diálogo con las comunidades, en cuanto a extracción minera responsable y en armonía con el entorno agrícola.
Y felicitar a los responsables a nivel local, regional y nacional del cuidado del medio ambiente que asumen con seriedad este deber y mantienen un ojo avizor hacia la minería, sin dejarse sobornar ni engañar.
Reiteramos la importancia y urgencia de revisar la justicia tributaria de los recursos provenientes de la minería. El Estado no puede aparecer frágil garante de contratos leoninos. Además, los recursos de la minería deben servir equitativamente al Estado y a las comunidades interesadas, de modo que respondan de veras a una justicia distributiva.
La participación activa de las comunidades (constituyente primario) debe garantizarse desde el inicio del proceso minero en cualquier localidad.
El borrico y el camello
El Papa Francisco ha dicho (7 septiembre 2013): “La actividad extractora, como tantas otras actividades industriales, tiene repercusiones ecológicas y sociales que pasan de una generación a otra”.
Cuenta una leyenda oriental que iban de camino un borrico y un camello. El borrico llevaba la mirada hacia el suelo, atento a las piedras que pisaba. El camello, en cambio, miraba adelante, hacia el horizonte. Como el borrico tropezaba con frecuencia, se atrevió a preguntarle al camello cómo hacía para caminar erguido y ágil. El camello le dijo: Veo que tú miras hacia el suelo y sólo te preocupas del paso que estás dando en el momento. Yo miro adelante para prever los pasos que debo dar después.
En esto de la minería, ¿somos borricos o camellos?
+ Noel Londoño,
Obispo de Jericó
Febrero 2015