Presidente: olvídese de dañosas fantasías turísticas que destruyen la naturaleza.

Horas antes de posesionarse como presidente, Juan Manual Santos protagonizó una curiosa ceremonia en la sierra nevada de Santa Marta. Allí, disfrazado de aspirante a mamo (cacique), se reunió con representantes indígenas que le entregaron un bastón, un collar con cuatro piedras y un legado. Era -palabras de Santos- un “mensaje de nuestros hermanos mayores, guardianes del equilibrio universal”, para velar por “la naturaleza, con la que debemos estar en armonía”.

Hace pocos días, hablando ante sus hermanos menores del Congreso Nacional de Hotelería, Santos reveló que autorizará la construcción de un hotel de siete estrellas en el Parque Tayrona. Semejante anuncio, justo cuando renace el Ministerio de Ambiente, equivale a dar como regalo de bautizo un tetero envenenado. Acabamos de enterarnos, pues, de que en uno de los más valiosos parques naturales de América el Gobierno se propone violar la ley y permitir un super-ultrahotel para los multimillonarios que gozan de la naturaleza rodeados de mayordomos, caviar, champaña y sábanas de seda, cuatro de las características de estos establecimientos de los que solo hay 22 en el mundo. Sobra agregar que a los hermanos menores se les abrieron las ganas de instalar sus propios hotelitos en el área.

¿Por qué se mamó el mamo Santos de su compromiso? ¿Se lo comió a cuentos alguna empresa interesada en jugosos negocios? ¿Decidió venderle el parque al diablo para conseguir pingües utilidades? ¿Desconoce lo que significa el Tayrona para los colombianos y para los amigos de la naturaleza en el mundo entero?

Hablamos de montar un hotel con descaradas exigencias de infraestructura y comodidades de sultán en una zona natural única, donde una montaña se lanza en picada al mar desde los 5.775 metros y crea multitud de microclimas, bahías, calas y playas propicias para albergar, entre otras, más de 100 especies de mamíferos, 320 de aves, 30 de reptiles, 400 de peces y casi 800 de plantas. Todo ello sin contar lo que significa como patrimonio arqueológico y étnico.

Me extraña que quien recibió el collar de los arhuacos promueva en esta región privilegiada un hotel de las mil y una noches sin consultar con los indígenas, los científicos ni los colombianos. ¿Ignora Santos que el Tayrona es, también, un símbolo de la lucha por el medio ambiente? Hace casi 40 años, Misael Pastrana quiso hacer algo parecido a lo que hoy él propone y lo derrotaron las protestas callejeras, la oposición nacional e internacional y la opinión científica. Varios directores del parque han sido asesinados por defenderlo y los estudios que desaconsejaban levantar allí grandes hoteles están más justificados que antes. Aquella lucha despertó la conciencia ecológica nacional y mostró a los jóvenes desencantados de la política que había otras causas dignas de apoyo.

¿Es tan ingenuo Santos de imaginar que podrá entregar el parque a “trotamundos adinerados y conocedores” (así definen a su clientela los hoteles de siete estrellas) sin que nadie se indigne?

El Tayrona tiene muchos problemas, desde paramilitares hasta falta de civismo. Pero no los tiene por ser “muy” parque sino por ser “poco” parque. Es decir, por tolerar en su seno propiedades privadas y otorgar licencias de construcción en ellas. La lucha de los años 70 impidió que lo arrasaran unos insólitos hoteles, pero subsisten muchos de sus males crónicos. En estos años, el parque ha acogido un turismo prudente y plural. Hay lugar para los que duermen en colchoneta, en hamaca o en unas malocas suficientemente cómodas y respetuosas del medio como para satisfacer a ecologistas exigentes. En Internet es posible ver las excelentes calificaciones que otorgan al parque los visitantes.

Presidente Santos: olvídese de dañosas fantasías turísticas que crean poco empleo y destruyen la naturaleza. Consagre más bien sus esfuerzos a recuperar del todo este parque que hemos de legar en las mejores condiciones a nuestros hijos. Solo así honrará el collar de los mamos.

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