Preguntas

La opinión pública está pendiente de dos cuestiones: ¿Está Santos conversando con los movimientos guerrilleros en Cuba? ¿El general Santoyo echará al hoyo a Uribe? Cruciales respuestas que definirán el rumbo que tome el país.


Las conversaciones en Cuba —o en cualquier otro sitio— con las guerrillas se podrían estar desarrollando. Se dice que el propio Enrique Santos, hermano del presidente, es la cabeza del intento. Un general en retiro… el general Lora, por ejemplo, que ha estado siendo consejero en la materia. O el mismo coronel Londoño, exembajador en Cuba y que siempre ha tenido buenas relaciones en particular con el Eln. Podría ser. Pero a la hora de la verdad, poco importa quién esté detrás del intento de ayudarle a Santos a “bajar tranquilo al sepulcro”. Las uvas están maduras. Piedad, Clara López, Navarro, Iván Cepeda lo avalan. La frase del presidente, muy ‘churchilliana’, por lo demás, parece ser la primera respuesta: “La paz es la victoria”; un revire a Uribe, que sigue enfermizamente obsesionado con hacer la guerra hasta el último tiro. Las Fuerzas Armadas, en voz del general Navas, respaldan a Uribe y desafían tácitamente al comandante constitucional: “La paz tiene que llegar algún día, pero después de ganar la guerra en el campo de batalla… para lograr la paz hay que ganar la guerra, y la guerra se gana en las selvas de Colombia”. Lo que se temía y se dijo: la estrategia de Uribe pasa por dividir la opinión de, por lo menos, la alta oficialidad. Santos está volviendo a barajar las cartas con la renuncia protocolaria del gabinete. El uribismo en el gobierno es un lastre demasiado pesado y peligroso. Con esas gentes haciéndole contrapeso desde adentro, ningún acercamiento va a lograr. Son, hoy por hoy, no la oposición, sino sus enemigos.

El general Santoyo está tomando pista. Primero echará al agua al generalato de corazón verde y luego pondrá en negro sobre blanco las relaciones de Uribe con los paras. Mancuso lo anuncia: el general, hombre de la seguridad del presidente, hacía lo que le mandáramos. Es que de esa relación entre el uribato y los paras no falta sino Uribe. No es posible que todos sus compinches caigan y estén dispuestos a pagar solos y en silencio, por más plata que tengan. Podrían hacerlo si Uribe tuviera la posibilidad de regresar y de sacarlos de la olla, pero, por lo que se ve, ese palo está podrido y de ahí no saldrá una cuchara. ¿Qué podría Santoyo —hombre con cinco millones de dólares entre el bolsillo hoy— haber hecho ayer a favor de la colaboración que recibía de los paracos y de los narcos? Darles información sobre las ONG, la izquierda y la oposición y facilitarles la exportación de coca —aceite para la maquinita de matar—, imprescindible todo para hacer la guerra. Esa relación de la Fuerza Pública —y Pauselino y Del Río son ejemplos— era indispensable para vencer o tratar de vencer. Sin guerra sucia no hay —no había— posibilidad de derrota, y cerrada esa puerta, no queda otra opción que la de llegar a la victoria haciendo la paz. La guerra sucia no tiene caso hoy. Se amenaza con ella todavía: si nos extraditan, volvemos a las armas, como grita el comandante Gonzalo. Igual que Escobar: Preferimos una tumba en Colombia. Santos lo entendió: no extraditará, por ahora, al Canoso, lo que sugiere que las víctimas y las porquerías que hicieron con el respaldo de oficiales de las FF. AA. y de políticos pesan más que la coca exportada. Con toda razón, además. La verdad sea dicha: sin coca el país habría estallado solito. La coca lo salvó de la tan temida revolución social. Con el Canoso en Colombia no dejarán de temblar Bessudo y los hijos de Uribe.

Así que estamos en el umbral de grandes verdades. Paradójicamente Santoyo podría ser la ficha de Dios en este embrollo al destapar las cartas que hundan a Uribe y salven a Juan Manuel y de paso a Enrique. Ojalá sea así.

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