Pin-pan-pum

Seamos francos: El país de los Carlos, Ricardos, Robertos ya no existe. Inclusive, añado, ni siquiera el de los John Jairos o Dandenis.
Hoy el reino es de los Yuserlys, Aryeys, Darlenys. Un país llamado desde hace ocho años patria. Fue saliendo a flote poco a poco y coronó contra viento y marea. No hubo prólogos ni presentaciones. No salió de la nada. El milagro se fue sembrando en las sierras, en los valles, en las cordilleras, de abajo arriba, tumbando la selva, desplazando el café, asociándose a las vacas.


Fue dominando juntas de vecinos, alcaldías, concejos, parroquias, cuarteles, hospitales, escuelas, directorios. Fue avanzando hacia el centro, hacia el hueso. Compró jueces, aduaneros, curas, sargentos, generales, gerentes. Inatajable, inapelable. Nadie pudo atajarlo. Se fue enraizando, trepando, sustituyendo, dominando. Ni el cáncer ni el pecado ni el mismo patas han sido tan avasalladores. Fue corrompiendo todo lo que tocaba, todo lo que se le oponía, todo lo que se le cruzaba. Hasta que enterró el país. Costó. Costó mucho. No se ha hecho el arqueo de lo que costó porque a nadie le importa. Sólo en el Catatumbo cobró 9.000 vidas. Pero habría que sumar y sumar y sumar: La Negra, Honduras, Mejor Esquina, Trojas de Cataca, Guachicono, La María, Mapiripán, El Naya, Macayepo, El Salado.

Y los otros muertos, los asesinados a mansalva, los tiro a tiro. Coronaron. Sus héroes fueron promovidos, exaltados, condecorados, entronizados. Verdaderos patriotas de la nueva patria. Administradores ejemplares de votos y balas y plata. Fundaron una patria donde sólo valen los negocios. Los buenos para los ricos; los malos para los otros, para nosotros, para los electores. Todo debidamente garantizado por las armas, las oficiales y las otras, las asociadas. Todas bien pagadas. El país ha optado. No nos quejemos ¿Podríamos quejarnos? ¿Quién oye? ¿A quién le importa? Echaron mano de una borrachera para justificarse. Se optó por la sangre, la corrupción, el gamonalismo, el favoritismo, la unanimidad. Los cooperantes, las recompensas, las chuzadas, hacen su agosto y llevan ocho. Una vez más, hemos elegido a la misma perra cambiándole la guasca. ¡Qué más da! La suerte está echada y ellos han pasado el Rubicón. Nada los detendrá. No retrocederán. No hay vuelta de hoja. La hoja la tienen —y afilada— sobre nuestra nuca. Al que se mueva lo decapitan. Mientras los negocios prosperen; mientras la bolsa se hinche; mientras se lleven carbón, petróleo, agua, oro, no habrá paz ni en los sepulcros y esa será la patria que hereden nuestros hijos. Uno no puede creer —pero ya es hora— que sean ellos los que han sacado las pistolas, los que ahora dicten la ley, interpreten los códigos, cuenten los votos y se les siga creyendo, votando por ellos, eligiéndolos para que haya más negocios turbios o no; para que reporten más falsos positivos —al fin vienen desde el 84—; para que cuenten más desaparecidos que nunca aparecerán porque están enterrados, desmembrados y —lo peor— olvidados. Las repartijas y las rebatiñas están a la orden, son el orden.

¿A quién se le ha ocurrido la idea del Estado? ¿A quién le importan los derechos? ¿Quién los defiende si al fin y al cabo son “pura politiquería”? Hemos llegado a la fase superior de la barbarie, el estado de derecho de las chequeras. Los intereses creados han creado su propio Derecho, lo imponen a su manera y para su provecho exclusivo. ¿Qué más esperamos? Inclinémonos ante la realidad: el país que quisimos está muerto. Nos han derrotado. Nos quedarán ojos para mirar, pero ¿quién hablará en voz alta? ¿Los verdes? ¿Los grises? ¿Los tornasolados? Y entonces: ¿quién los oirá? Apaguemos y vámonos. Pero ¿para dónde? ¿En qué lugar del mundo se desgajan aguaceros como los nuestros? ¿En qué lugar del mundo se taburetea sin ton ni son a la sombra de un almendro? ¿En qué lugar se descuera del prójimo con tanta gana y con tanta inocencia? ¡No, ni modo!

Puerto Leguízamo, 18 de marzo de 2010.

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