Pescadores sin río y sin mar en el Pacífico nariñense
“El hombre levantó el machete y lo dejó caer con fuerza sobre el borde del bote ¡Casi me mocha la mano! (…). Si no es porque me lanzo al agua me mata”. La escena, como sacada de una película, no es proviene de la ficción. La vivió Ancízar Riascos, un pescador del municipio de El Charco, Nariño, quien habla con miedo de aquella tarde en la que estuvo a punto de morir junto con tres compañeros en el río Tapaje, en Nariño.
“Fue el 16 de septiembre, como a las 3 y 30 de la tarde. Cinco hombres armados con machetes y pistolas alcanzaron la metrera (embarcación mediana de madera) en la que íbamos. Nos dijeron que les entregáramos la pesca, unos galones de gasolina, el motor y la plata. Billete no llevábamos, por eso nos echaron al agua para que nos ahogáramos. Ese día se murió uno de mis amigos, el viejo Alfredo. No resistió y se lo tragó la corriente”, recordó. Desde aquella ocasión Ancízar se olvidó de lo único que sabe hacer: pescar. El miedo no lo dejó volver al río, ni al mar.
Los “piratas”: así llaman a las bandas delincuenciales que desde Chocó hasta Tumaco, por todo el corredor pacífico, están ahogando las esperanzas de quienes subsisten de la pesca artesanal.
Ancízar es uno de los casi 300 pescadores de la Costa Pacífica nariñense que han tenido que huir de las mareas de la violencia en los últimos meses, según la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales (Anpac).
Vivía en el municipio de El Charco, un distrito especial que tiene influencia en las localidades de La Tola, Iscuandé, Bocas de Satinga, y Mosquera. Junto con Tumaco y Barbacoas, son las poblaciones más afectadas por las bandas criminales y los delincuentes comunes, de acuerdo con la Gobernación de Nariño y la Brigada 23 del Ejército.
Todos estos municipios están rodeados por espesa selva, atravesada por ríos, que desde el aire parecen serpientes. Las brisas del mar libran a estas poblaciones del bochorno que llega a los 37 grados centígrados, pero, paradójicamente, son las playas y los esteros los lugares más peligrosos.
Desde Tumaco hasta Buenaventura, entre 1998 y 2006, se vivió el terror de los paramilitares en sus disputas por territorio con las guerrillas del Eln y las Farc. Ahora los habitantes de esta región observan callados cómo el narcotráfico ha creado una cofradía macabra, que según datos de las Fuerzas Militares tiene en llave a las Farc, al Eln, a bandas de delincuencia común, a ‘Los Rastrojos’ (grupo armado al mando de Javier Calle Serna, del cartel de ‘Los Comba’) y a una agrupación de la que se habla mucho, pero de la que se conoce poco: las ‘Águilas Negras’. Los hombres que casi matan a Ancízar y a sus amigos dijeron ser de este grupo.
“Salen armados en lanchas rápidas y al que pasa lo interceptan para robarlo. Someten a poblaciones enteras a sus pretensiones”, denunció el alcalde de El Charco, William Ernesto Peñaranda Oliveros.
Las ‘Águilas Negras’ no tienen un cabecilla, sino que según la Policía son una organización de delincuentes que trafican cocaína para el mejor postor. Varios de sus jefes han sido capturados en los últimos días. En octubre la Policía detuvo en Barbacoas a alias Danny y alias Migua, señalados de cometer homicidios, desapariciones y reclutar a menores de edad. Estos hombres serían, además, responsables de amenazar y robar a pescadores en los ríos Raposo y Telembí. La Infantería de Marina también capturó en flagrancia, hace pocos días, a tres miembros de ‘Los Rastrojos’ que hurtaban lanchas pesqueras en Buenaventura y Tumaco.
ONG como la Corporación Nuevo Arco Iris estiman que las ‘Águilas Negras’ y ‘Los Rastrojos’ cuentan con más de 1.000 hombres en Cauca, Nariño y Valle. Arco Iris sostiene que los neoparamilitares cambiaron su forma de actuar. “No se pasean uniformados como antes. Ahora andan de civil, a veces portan armas de forma visible y sólo lo hacen ostensiblemente en el momento de cometer hechos violentos”, citan en su reciente informe.
La actividad pesquera en el río Telembí cayó vertiginosamente en los últimos tres meses y el alcalde de Barbacoas, José Arnulfo Preciado Cabezas, tiene su propia teoría sobre la razón: “Unas 200 familias no regresaron a su actividad por temor. Los roban, los matan, los amenazan y los desarraigan”. Dice que cada día salen del municipio 10 a 18 personas, muchas son pescadores.
Arcadio* es uno de esos ribereños que se quedó sin río en Barbacoas. “Y sin mar, porque me fui para donde un hermano en Iscuandé y allí la cosa sí que está jodida”. Es tal el miedo que les han infundido a los habitantes de estas poblaciones, que para hablar de las Farc, el Eln, las ‘Águilas Negras’ o ‘Los Rastrojos’ la gente comenta en susurros.
A las ‘Águilas Negras’ también atribuyen la masacre del concejal de El Charco David Enríquez Tello, sus dos hermanos y dos primos, pescadores y líderes comunitarios, ocurrida el 1 de octubre.
Un día después, 122 personas fueron desplazadas por ese mismo grupo en Iscuandé. La cifra fue confirmada por Fabio Trujillo, secretario de Gobierno de Nariño, quien se mostró preocupado ante la grave situación humanitaria en la Costa Pacífica.
Al decir del defensor del Pueblo, Vólmar Pérez, en la zona hay una lucha por el control territorial entre las Farc, ‘Los Rastrojos’ y las ‘Águilas’, por ello hizo un llamado al Gobierno sobre el aumento de los desplazamientos y desapariciones forzadas. ¿Por qué no han podido controlar a estas bandas? El alcalde Peñaranda Oliveros dice que la Policía Nacional cuenta para ello con una lancha, pero la Gobernación no les ha dado el motor.
Ante el accionar criminal, El Charco pasó de 30.000 habitantes a 25.000 en los últimos cinco años. Sólo en 2010 cerca de 200 familias se han desplazado a Valle y Cauca, según la Alcaldía.
Además de ‘Los Rastrojos’ y las ‘Águilas Negras’, en la región operan la columna móvil Daniel Aldana y el frente 29 de las Farc, cuyos cabecillas Gustavo González Sánchez, alias Rambo y alias John Jairo, son señalados por el Ejército y la Armada de controlar extensos cultivos de coca y negociar con narcos, incluso de México.
Manuel Bedoya, presidente de la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales (Anpac), advierte que de los casi 10.000 pescadores de la Costa Pacífica, al menos 50 desaparecieron o murieron por hechos relacionados, al parecer, con el narcotráfico.
“Los utilizan para llevar insumos o coca, cosa que no sólo hacen por necesidad, sino por miedo a que los maten con sus familias. El 40% se han ido a trabajar en laboratorios y dejaron la pesca. Pero porque el mismo Gobierno estigmatizó a los pescadores al señalarlos como narcos, cuando en realidad son víctimas”, dijo Manuel Bedoya.
Un ejemplo del sufrimiento de esta comunidad a manos de narcos lo da Gloria Elsy López, esposa del pescador Atilio Rentería. En la mañana del 16 de marzo de 2009, Atilio y cuatro colegas zarparon de pesca en La Playita, Buenaventura. Nunca regresaron. “Desde que no aparecen me imagino que los han matado”, sentenció Gloria.
Dice Manuel Bedoya: “Se comenta que la droga sigue saliendo, que hay sumergibles y que los pescadores llevan la coca (…), pero pocos se preguntan ¿qué pasa si un pescador se niega? ¡Pues lo matan!”.
Por esto y por mucho más hay familias como la de Arcadio o la de Ancízar que ahora están lejos de Barbacoas y de El Charco. Viven desplazados en Pasto, la capital de Nariño. “Es una ciudad fría, lejana a mi costa, sin río, donde la brisa quema”, dijo Arcadio, mientras tiritaba.
* Nombre cambiado a petición de las fuentes