Personal
Es que no es nada personal. No es odio ni rencor ni fobia ni prejuicio. Para mí es claro que un político corrupto puede ser un buen padre, que un coronel sanguinario puede querer a su patria como a su madre, que un cura pederasta puede pedirle a Dios por la salvación de la humanidad, que un dirigente futbolero tramposo puede ser un estupendo contador de chistes.
Pero la ley es la ley y los hechos son los hechos. Creo en tener compasión por alguien que se denuncia, que se critica, que se discute. Pero este, el de escribir columnas, no es solo el oficio de celebrar los logros de este lugar asediado por sí mismo, sino también el oficio de poner en evidencia el desprecio de la justicia, el maltrato de lo público, el irrespeto de la ciudadanía, el regodeo en el fracaso de la sociedad, la violencia a la hora de encarar a los otros.
Pienso en aquella columna de principios de septiembre en la que Don Popo, el transformador social que escribe para El Espectador, consigue probar que el Germán Vargas del coscorrón es también un padre sensible con sentido del humor. Pienso en el video de comienzos de este mes en el que el senador Besaile se despide del país, rodeado por el drama de su familia, antes de seguir su camino a La Picota: “Yo les entrego un ser humano padre de tres hijos: un ser ejemplar…”, “confiamos en la justicia divina…”, “a los hombres los podemos engañar pero a Dios jamás…”, dice su esposa a la cámara. Pienso en la amabilidad de los políticos que he conocido en los lugares menos esperados, de Iván Duque a Paloma Valencia, para confirmar que no es en lo personal, sino en lo público, en donde es preciso ponerles los puntos a las íes.
Pienso en la amabilidad de los políticos que he conocido en los lugares menos esperados para confirmar que no es en lo personal, sino en lo público, en donde es preciso ponerles los puntos a las íes.
Quizás el expresidente Uribe sea un gran abuelo, pero sigue abriéndose paso estigmatizando campesinos. Tal vez el exvicepresidente Vargas sea un noble miembro de familia, pero es capaz de sugerir no solo que el tribunal para la paz es una venganza, sino que la candidatura de De la Calle hace parte de un plan malévolo de las Farc. Puede ser que el exprocurador Ordóñez sea buen vecino, pero solo en las novelas distópicas se lanza a la presidencia un hombre que cree que quemar libros es un acto pedagógico. No dudo de que el excandidato Zuluaga sea cálido con sus escoltas, pero a estas alturas es de cínicos negar que las campañas de 2014 tuvieron el empujón de Odebrecht. Debe ser amable la representante Restrepo, pero esa campaña sucia suya que amordaza las fotos de sus rivales es la cumbre de la violencia: la violencia que no se sabe violencia.
El gran problema de Colombia, en fin, es la justicia: que cada quien tenga la suya y que no haya. Que este establecimiento socorrido por la corrupción haya sido bendecido por una Rama Judicial postrada. Que ciertos curas y ciertos militares tengan en común con ciertos empresarios y ciertos terratenientes el miedo a aclararles las cuentas a los jueces de todos y la convicción de que la ley es para las muchedumbres. Es grave que la congresista Restrepo, que ya ha entrado en la tradición de los que “actuaron solos”, no vea violencia política sino ingenio en su campaña de redes: “los callaremos en las urnas”, por Dios, peor imposible en un país donde “callar” y “urnas” no han significado lo primero que viene a la cabeza. Es revelador que la justicia especial para la paz, que debería ser la última de las justicias para unos cuantos, se les haya vuelto este lío a los supuestos protagonistas del país.
Pobres todos, claro, porque tienen familias, porque adoran a sus mascotas y son simpáticos y creen en Dios y en la Virgen. Pero es que no es nada personal: hay que cumplir la ley de puertas para adentro, sí, que no es poco acá en Colombia, pero de puertas para afuera debe ser igual.
Autor: Ricardo Silva Romero
Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/ricardo-silva-romero/personal-politicos-colombianos-145228