Peregrinar en el Jiguamiandó – Día 3
Hoy una nueva jornada de los 101 peregrinos. Caminantes, navegantes, orantes, poetas, artistas, soñadores. Desde la tercera noche en el Jiguamiandó la constatación de la destrucción de la naturaleza, los síntomas de la aniquilación de la biodiversidad, los signos del progreso manchado en sangre y destrucción.
Nuevos relatos, nuevas fotos de la destrucción ilegal, ilegitima del Patrimonio de la Humanidad, de la obra por Dios creada para que sus legítimos habitantes vivan allí. Adjuntamos fotos y relato
Bogotá, D.C. Agosto 10 de 2005
COMISION INTERECLESIAL DE JUSTICIA Y PAZ
TERCER DIA
Peregrinación
Macro Ecuménica y Ecológica
En el Jiguamiandó y el Curvaradó
(Zona Humanitaria, Nueva Esperanza, Agosto 2005) Muy temprano se ven encendidas las cocinas, son cerca de las cuatro y treinta, minutos antes los gallos cantan, el frío levemente cubre nuestros cuerpos. Un café caliente, anticipa a los versos, los cánticos y las oraciones de todas y de todos los creyentes. Minutos después entre el tímido sol un baño en las aguas correntosas del Jiguamiandó, y luego el otro espacio del encuentro arepas de maíz, el chocolate, el agua.
A eso de las nueve de la mañana. Empezamos a abordar las embarcaciones, nos trasladamos desde la Zona Humanitaria de Pueblo Nuevo hasta la Zona Humanitaria Nueva Esperanza. Fueron 45 minutos de navegación, varios viajes, hacia el medio día nos juntamos los peregrinos. Todas y todos en las aguas verdosas, azulosas en medio de la frondosa vegetación, experimentamos la frescura armónica del río y los árboles, en algunos viajes con la constante lluvia,
Cien metros antes de llegar al lugar de desembarque, divisamos las cuerdas amarillas que delimitan la Zona Humanitaria, lugar de la población civil, lugar de los sueños, de la protección, de la sobrevivencia, de la educación, de la economía propia visibilizada con una inmensa pancarta de tela azul con las palabras Zona Humanitaria Nueva Esperanza, y luego, pequeñas pancartas acompañando otra que expresa: “zona humanitaria no se permite el ingreso de armados”.
Agolpados niñas, niños, jóvenes y adultos, de pieles distintas, mestizas y afrocolombianos se entremezclaron con palabras de bienvenida, abrazos de regocijo. Algunos decididos a disfrutar el agua como niños nuevamente a nadar, y poco a poco, rompiendo la timidez, pero también el miedo los niños se lanzaron al agua, atravesaron a nado más de la mitad del río en su amplitud, y empezaron a jugar “nos da miedo bañarnos aquí mucho tiempo, nos da miedo atravesar tan lejos el río, en la otra orilla nos han hecho daños, a veces ellos se ocultan entre la maleza y nos atacan, en verano se cruzan el río y nos matan, nos han llevado a mucho de nuestros padres, otras veces llegan por helicópteros”.
Y luego, en medio de visitas a cada una de las casas donde nunca falto un tinto, ni una lágrima, ni un recuerdo ni una alegría íbamos escuchando las historia, los relatos, los testimonios de lo hermoso que han vivido, de lo que construyeron y de lo que la guerra destruyo desde hace 8 años cuando apareció la estrategia paramilitar, nos contaron del único desplazamiento por confrontación armada y de sus múltiples intentos para protegerse en la hermosa tierra que Dios les dio. “Si Dios no estuviera con nosotros, no nos hubieran protegido con esta tierra, donde los árboles o el río no han dado luz, protección, Si Dios no nos hubiera elegido para vivir en este Territorio nada tendríamos que hacer aquí, pero Dios esto no los dio a nosotros y a ustedes los que habitan en la tierra”.
Luego del almuerzo atravesamos el río Jiguamiandó era la primera vez que muchos de los integrantes de las comunidades lo hacían después del último desplazamiento del 2001, cuando Nueva Esperanza, el sitio original del poblado fue destruido por una incursión paramilitar. Miedo y tensión en los habitantes tradicionales, fue como caminar en el desierto, como cuando el pueblo de Israel buscaba la libertad. Invitados por dos familias, quienes han habitado desde hace más de 40 años unas mejoras dentro del Territorio Colectivo del Jiguamiandó, cruzamos en busca del paraíso, ellos tenían el temor de no encontrar su tierra como antes, ya se rumoraba que había sido dañada y destruida para dar paso a la Palma.
Después de veinte minutos de marcha entre rastrojos, entre vegetación primaria y secundaria, en medio de hermosas flores, de contemplar múltiples mariposas de colores, de la reina del pacífico acompañando, de verdes de muchos verdes, nos encontramos de repente con la abismal, lo trágico. A nuestros ojos un canal que modificaba la antigua quebrada de Bijao, una obra artificial que amaino lo cristalino del agua, de la que tomaron, de la que se refrescaron sus habitantes, de la que vivieron más de 5 tipos de peces. Un canal en línea recta de más de 3mts de ancho por 4 de profundidad signo de los ideales del “progreso” inhumano, sin principios de respeto a la vida, a la biodiversidad. Percibimos los rastros de maquinaria pesada, moles de metal arrasando, o en las lógicas destructivas del consumo, limpiando. “Nosotros no autorizamos esto, hace dos meses uno jóvenes que andaban de cacería se dieron cuenta que existía este canal, le falta muy poco para llegar hasta el río Jiguamiandó. Para hacer este canal andan con militares y paramilitares porque cuando escuchábamos las maquinas trabajando, montaban retenes en la orilla del río y llamaban a las personas que veníamos subiendo. Nosotros queremos volver a nuestra tierra, recuperarla, nos la dejaron nuestros abuelos, de esta tierra no queremos salir, nosotros no sabemos de palma africana que la siembren donde quieran menos en la tierra que no es de ellos. Antes no lo contaron, yo creía que esto era mentira, pero es verdad. Han destruido mi vida”.
Era el momento del llanto, del dolor, era el tiempo de la constatación de lo que uno a veces se niega a creer pero es realidad, era los minutos de la crisis. “Pero por qué Dios, por qué la violencia contra nosotros y contra el territorio. Por qué Dios, esto es injusto”. Y el tiempo del ritual de la afirmación, de la Vida, de la Esperanza. En un árbol Guarumo a 10 metros del canal colocaron un letrero en madera que dice: “En Esta mejora del Territorio Colectivo del Jiguamiandó no se autoriza la siembra de palma aceitera”:
En ese que fue un templo de Dios, un espacio de contemplación de la creación, las divinidades volvieron a hacerse presentes “Todos venimos de la tierra y a la tierra vamos. Todos somos hijos de la tierra, todos somos hermanos, aún aquellos que le hacen daño a la tierra, por ellos también pedimos. Cerremos los ojos y pensemos en los frutos de esta tierra que consideremos los más valiosos, llevémoslos con la memoria hasta la raíz del guarumo en la que pusimos el letrero, así se inició el tiempo Kankuamo, el rito a la madre tierra.
Recogida la cosecha de los frutos de la tierra y plantados con la mente, un tabaco verde fue el sello, el signo de unidad de los pueblos de Europa y Norte de América con los pueblos afrocolombianos, mestizos e indígenas, entre los cristianos de diversas iglesias, y de todas y todos con la madre tierra.
“Cada uno lo fuma y lo pasa al otro que ese humo llegue a al cielo que después enterraremos el tabaco en el árbol que alberga la decisión de las comunidades sobre el territorio. Así nos unimos en un sueño, el de volver a encontrarnos con nuestra madre tierra, con sus riquezas, con el sueño de la justicia ante tantos hombres que la quieren destruir. Si dejamos de soñar estamos derrotados, nuestro sueño es como el humo del tabaco empezamos a soplar, se aleja, no lo vemos, pero sabemos que está ahí, que se hace aire, que volvemos a soplarlo en nuevos tabacos compartidos entre nosotros”.
Hacia las cinco de la tarde emprendimos el camino de regreso hacia la Zona Humanitaria de Nueva Esperanza, primero caminando y en la caminada, en el peregrinar en lo que hoy vimos, madre tierra virgen, fijamos un nuevo texto, un intento por evitar la destrucción, por evitar la aniquilación, con nuestras almas invocando la protección del Territorio, ya muy cerca de las orillas del río Jiguamiandó, llamamos, clamamos al respeto a este Territorio, Patrimonio de la Humanidad.
Y llegamos nuevamente embarcados a la Zona Humanitaria. En la noche de nuevo las palabras, las humanas divinizadas, las construidas en las historias de fe de los pueblos. Palabras, las de allá y las de acá, las de la solidaridad y la resistencia, la de las alegrías y los proyectos de vida. Las palabras en el cuerpo, en la danza, en el teatro, palabras de la memoria del Territorio y de la Vida.
Palabras exhumando los sueños. Palabras rompiendo los miedo. Palabras invocando la vida. Palabras recreando el mundo. Palabras del nuevo nacimiento. Palabras del Maná. Palabras de las fuerza del Espíritu. Palabras de fe.
Peregrinos en la Cuenca del Jiguamiandó