Para no comer cuento
En un país que no lee es fácil pronosticar que muy pocos leerán las casi 300 páginas de los acuerdos de La Habana, que son importantísimas pero farragosas y fatigantes. Ni siquiera creo que la mayoría lea los útiles resúmenes.
La gente prefiere formarse una opinión con el mínimo esfuerzo, bien a partir de lo que oye en los medios o del rumor callejero, de lo que “se anda diciendo”. Aunque la prensa escrita informe concienzudamente sobre lo acordado, como lo ha hecho, son la radio, la televisión y las redes sociales las que más influyen en la opinión masiva. Pero sucede que al pasar por estas instancias la realidad objetiva suele tergiversarse. Lo pude comprobar hace poco, en relación con la denuncia que hice en esta columna: en cuestión de horas ya había toda clase de deducciones erróneas y de especulaciones lejanas a la verdad.
Muchas veces se trata de simple ligereza, que no es ni mucho menos un pecado venial. El mundo va de prisa, no se lee bien o se lee al sesgo, no hay tiempo para la reflexión ni para la investigación. El rigor es lo de menos. Pero otras veces lo que se impone es el prejuicio o la “mala leche”, la tergiversación deliberada o la mentira. Y una suma de todas estas cosas es lo que vemos en los partidarios del No. Álvaro Uribe, por ejemplo, asegura, sin sustento ninguno, que los pactos de La Habana nos conducirán al castrochavismo; José Felix Lafaurie, que el derecho a la propiedad de la tierra está en riesgo; el procurador, que las Farc “van a dejar las armas tras el acuerdo final, pero más adelante el Estado los volverá a armar”. Y Paloma Valencia, que “no hay libertad para votar y los alcaldes y gobernadores están presionados a que voten por el Sí para que reciban inversiones en sus territorios”. También se ha dicho que se negoció el sistema democrático o que a los guerrilleros se les darán miles de hectáreas. Ni hablar de las interpretaciones arbitrarias o malintencionadas que aparecen en el documento firmado por Óscar Iván Zuluaga, Iván Duque Márquez y Carlos Holmes Trujillo, dirigidas a azuzar el No en los que sólo conciben mano dura y venganza: que “los cabecillas pasarán de ser los victimarios de una comunidad a ser sus autoridades: presidente, congresistas, gobernadores, alcaldes, concejales, diputados” o que las Farc, “el primer cartel de cocaína en el mundo, hizo de esos acuerdos con el gobierno el mayor concierto delictivo para blanquear su fortuna”. Y así, de mentira en mentira y tergiversación en tergiversación, le van lavando el cerebro a la gente que no se ocupa de leer lo acordado o los análisis de los expertos, pero que sí oye lo enunciado por los opositores al Sí. Si leyeran, verían que cada uno de estos argumentos resulta derrotado por la letra de los acuerdos, y que hay explicaciones válidas para cada una de las decisiones tomadas.
En los días previos al plebiscito hay que ser, pues, realistas, y tener claro que lo acordado debe darse a conocer a través de síntesis fieles, sencillas, claras y por vías de alcance masivo. A ver si las mayorías que poco leen —o leen mal— no comen cuento.
Fuente: www.elespectador.com/opinion/no-comer-cuento