Palabras gastadas

No hay nada más gastado en Colombia que la palabra perdón. Se pide perdón y se sigue adelante. Sin asumir responsabilidades ni recibir sanciones.


Un hábito que se ha vuelto casi una afirmación refleja que repiten quienes se sienten o se saben culpables, y que Salvatore Mancuso intentó elevar a Ley de la República. Con “lágrimas de cocodrilo” les pidió perdón a las víctimas en vivo y en directo por televisión, durante el acto de desmovilización de sus 1.400 hombres del Bloque Catatumbo en 2005, después de matar centenares de campesinos a su paso por La Gabarra, Tibú… Un libreto que siguieron con igual desfachatez todos los jefes paramilitares en las audiencias de Justicia y Paz.

El turno esta semana fue para el expresidente Álvaro Uribe. Pidió perdón a través de su cuenta de twitter, por haber nombrado a Jorge Noguera en el DAS. Como si no fuera vox populi, antes de su llegada al DAS, su cercanía y complacencia, como la de muchos de los dirigentes, ganaderos y agricultores del Magdalena, Córdoba, César, Bolívar, con el bloque Norte de las Autodefensas liderado por los “niños bien” de las Auc, Salvatore Mancuso y Jorge 40. Venía de ser el gerente de la campaña presidencial de Uribe en el Magdalena. Una proximidad lo llevó a hospedarse en su casa en Santa Marta, donde debió constatar entonces la pasión de Noguera por las armas. Cuando las denuncias por irregularidades en el DAS forzaron su renuncia, Uribe lo premió con el consulado en Milán y cuando tuvo que regresar, judicializado, lo defendió con una vehemencia que aún resuena.

Se trató sin duda de un perdón mediático. Sin convencimiento. No habían pasado 24 horas cuando ya estaba el sábado pasado, en un discurso en Barranquilla, sembrando nuevamente y a todo pulmón, el manto de duda sobre la Corte Suprema de Justicia. Afirmó no poder creer lo que la Corte decía había ocurrido en el DAS de Noguera, en su gobierno. No pudo ocultar su irritabilidad conocida cuando la justicia topa con sus subalternos de confianza. El expediente de la Corte contra Noguera que revela la infiltración paramilitar en la Central de inteligencia del Estado, dependencia directa de la Presidencia de la República, eriza la piel.

Pero siguen los perdones. Perdón pidió el presidente Samper en nombre del Estado por la masacre de Trujillo, Valle, hace ya quince años. Y hace un par de meses el presidente Santos lo hizo con los sobrevivientes de la masacre de El Salado, allí en su propio pueblo frente a quienes vivieron el horror de aquella interminable noche. Y lo hizo el ministro Vargas Lleras forzado por las leyes internacionales, por el asesinato del senador de la UP Manuel Cepeda.

Y vendrán nuevos perdones, como los que están por llegar de quienes han ido apareciendo mencionados en la correspondencia recién revelada del paramilitar Carlos Castaño. Serán perdones, como el que pidió Mario Uribe en la Corte por haberse reunido con Salvatore Mancuso en su finca de Tierralta. Esta vez será por haber pertenecido al círculo de confianza de un criminal de la dimensión de Castaño. Perdón, una palabra tristemente gastada en un país que la necesita tanto. Si fuera de verdad.

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