¿Otra vez?
Al comienzo se dijo que el propósito era mediar entre esos señores y buscar su reconciliación, pero después, por fortuna, se ha dicho que se trata más bien de configurar una alternativa.
Está bien: no hay razón para acallar los debates, aunque sean tan precarios como el que en este momento protagonizan esos antiguos aliados. En el fondo no es más que la eterna pelea colombiana entre el que tuvo todo el poder y no supo aprovecharlo, y el que ahora lo tiene y tampoco sabe qué hacer con él.
La tragedia de la oposición en Colombia consiste en que los desafíos del país siempre excedieron su entendimiento y sus habilidades. Siempre nos oponemos a una manera mezquina y fosilizada de manejar el país, pero a la hora de proponer alternativas imitamos en todo el estilo de los viejos poderes, hacemos política exactamente como la hicieron por siglos esos liberales y esos conservadores a los que tanto criticamos. Los mismos congresos, el mismo estilo de participación, las mismas camarillas representando a un pueblo siempre ausente, la misma asombrosa costumbre de no contar con los ciudadanos por andar contando los votos.
Y aunque siempre hay alguien que les dice: señores, no cuenten votos, formen ciudadanos, ¿de qué les servirá ganarse por azar unas elecciones, si cuando se tomen decisiones no hay un ciudadano que salga a las calles a apoyarlas?, nadie escucha esas recomendaciones porque todos están calculadora en mano contando los votos quiméricos que les darán sus puestos y sus curules.
Ojalá no pase lo mismo con este nuevo esfuerzo, aunque no hay muchos motivos para confiar. Lo primero que se dice es que no tienen programa, pero al menos prometen reunirse para ver si se les ocurre uno. Siendo políticos experimentados, economistas y técnicos, intelectuales y periodistas, se diría que lo único que les falta es lo que más se necesita para hacer política: empresarios y pueblo.
Se requieren empresarios con compromiso, a no ser que se busque el desmonte de la economía y la burocratización de todas las cosas. Y se necesita el pueblo, porque sin pueblo ¿para qué cambiar nada? Es un error que del pueblo sólo nos interesen los votos, porque sólo el pueblo tiene conocimiento real del país y de sus necesidades, y el entusiasmo que nace de seres verdaderos, con dolores, sueños y alegrías nacidos de la dificultad y de la lucha.
Mucho tiempo nos extraviamos pensando que lo que necesitaban los países eran revoluciones radicales que pusieran todo cabeza abajo. Los comunismos y los socialismos llevaron a olvidar que lo que Colombia no pudo hacer jamás fue una sana reforma liberal que volviera mínimamente cierto el discurso de la democracia y verdadero el discurso de la modernidad.
Lo que necesitamos es combatir los monopolios, enfrentar el problema de la tierra, poner a los grandes propietarios a producir y a tributar, desarrollar la infraestructura vial, los puertos marinos y aéreos, proteger inteligentemente los recursos naturales, vender bien los que haya que vender y proteger con la vida los demás, ofrecer estímulos verdaderos al trabajo y a la creatividad, formar parte de la integración latinoamericana, fortalecer un empresariado que tenga sentido patriótico y compromiso, que defienda lo suyo y participe en la construcción de un país con seguridad para sus hijos y dignidad y tranquilidad para todos los ciudadanos. Lo que necesitamos es una gran cultura de la democracia, del debate crítico, de la dignidad ciudadana; una cultura de conocimiento, de creación, de solidaridad y de afecto que nos integre en una memoria compartida y en unos sueños comunes: nada que no haya soñado el pensamiento liberal.
Nadie requiere azarosas y sangrientas revoluciones sino inteligencia, sentido de la responsabilidad, grandeza de propósitos y amor por el país: lo que casi nunca han tenido nuestros empresarios ni nuestros dirigentes.
Sabemos quién representa a las castas viejas y quién a las castas nuevas, pero ¿quién representa a la Nación y a sus más altos valores? Muchas fuerzas tendrían que caber en un movimiento verdaderamente comprometido con cambiar el país, con modernizar el país, con normalizar el país.
Ese proyecto sencillo y razonable, generoso y lúcido, sí podría ponerles freno a las arbitrariedades de los que venden nuestro tesoro a cualquier precio, a las corruptelas de los políticos, a las mezquindades de los propietarios, a los horrores de las bandas criminales, a la brutalidad de las mafias y de las guerrillas, a la soberbia de los viudos del poder y a la arrogancia de sus dueños.
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