Otoño
Dos patriarcas, Jorge Rafael Videla y Efraín Ríos Montt. El primero murió la semana anterior. El segundo fue condenado por crímenes en contra de la humanidad. Ambos vivirán en los anales de la historia universal de la infamia.
Desde 1985 Videla se negó a reconocer la legitimidad del juicio en su contra, aseguró desconocer los hechos por los cuales se le acusaba y rehusó testificar. De manera similar, desde el comienzo del juicio en su contra, Ríos Montt afirmó desconocer las masacres que se le imputaban y hasta la sesión final había rehusado declarar.
Entre tanto, sus abogados se ocupaban de desplazar la culpa hacia abajo, hacia las jerarquías menores, como suelen hacer las élites en Latinoamérica una vez han utilizado el pesado instrumento de la fuerza para defender sus intereses y desean regresar a la “normalidad”.
La historia de ambos hombres es la misma.
Durante una reunión de comandantes de las fuerzas armadas de la región en 1975, Videla dijo que “deberán morir tantos argentinos como sea necesario para proteger al hemisferio de la conspiración comunista internacional”.
Ríos Montt, por su parte, lanzó en 1982 una campaña anticomunista conocida como “Armas y Verduras”: “Si están con nosotros, los alimentamos; si no, los matamos”.
Nunca importó que la tal conspiración jamás hubiese existido. Se trataba en verdad de un conjuro de mentes calenturientas en el Departamento de Estado norteamericano, las multinacionales y sus beneficiarios locales en la paranoia de Guerra Fría.
Lo que sí existía, porque siempre ha existido en Latinoamérica, es la convicción de que las masas son atrasadas, incultas e incapaces de gobernarse. Si saltan a la palestra de la historia, por ejemplo en nombre del socialismo, es porque otros las manipulan.
Tales son los supuestos conspiradores, inventados en Latinoamérica sobre la base del complot judío-masón-bolchevique que ya se habían inventado los juristas y teólogos afines al franquismo en España. La tal cruzada anticomunista, que cuenta a Videla y Ríos Montt entre sus héroes, tiene por donde se la mire una profunda connotación antipopular si es que no racista.
No sorprende, entonces, que la de Ríos Montt hubiese tenido como principal adversario a la etnia maya ixil.
También en Colombia la violencia política se ha dirigido contra etnias afro e indígenas, en particular la más reciente.
Lo que sí debería sorprender, o escandalizar, es que la Corte guatemalteca haya decidido anular la sentencia contra Ríos Montt.
No es el fin de la batalla legal, pero constituye una vergüenza para la región entera y una muestra de que los beneficiarios de las acciones de gente como Videla y Ríos Montt aún ejercen poder.
Se trata de un capítulo más en la historia universal de la infamia.
* Óscar Guardiola-Rivera
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