Orgullos y crecimientos volátiles
Nos gusta confundir la parte por el todo. No faltará quien se sienta orgulloso por los $26,1 billones que se ganó el sector financiero hasta agosto, o porque aquí crece la inversión extranjera al 16%, o, como lo vi estos días en un aeropuerto y luego en un congreso internacional, que el tema en disputa entre extranjeros sea, como si se tratara de fútbol, el mayor índice de crecimiento económico del respectivo país.
Que cada quien alimente la autoestima patriótica como quiera, sin olvidar, eso sí, que el tal crecimiento viene menguando, como lo reconocieron ayer codirectores del Banco de la República, o que la inversión nuestra no arranque afuera.
Pero informes como el de Educación para todos, de Unesco, obligan a repensar el camino que llevamos. Que 42%, casi la mitad, de niños en hogares más pobres retrase su ingreso a la escuela, y que, otra vez, sólo la mitad de ellos termine el bachillerato, evidencian que nos estamos especializando en desigualdad. Para no hablar de los críticos índices de deserción por falta de recursos, embarazos prematuros o deficiente calidad en competencias para el empleo. El problema de ingreso escolar tardío también afecta al 11% de familias menos pobres y las pone en riesgo de retroceder en su calidad de vida. En todo el sur del continente uno de cada 12 ni siquiera termina sus estudios secundarios.
Esa desigualdad en educación genera, desarrolla y legitima la desigualdad para toda la vida. Con razón el informe habla de crecimientos económicos volátiles. Y deja un dato provocador: cada dólar gastado en educación se multiplica por 15 a la hora de medir crecimiento económico. Paradójico, como pudiera ser que al privilegiar ayuda estatal para unos pocos estudiantes en el exterior vaya en desmedro de cobertura de un número mayor de estudiantes pobres.
A menos que esos pocos, que quizás no regresen a trabajar, también sean la parte que corresponde al orgullo general.
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