Notas de Buhardilla

Por: Ramiro Bejarano Guzmán.

Así como critiqué a la jerarquía de la Iglesia católica cuando apoyó al candidato Uribe y luego su primera reelección, ahora igualmente encuentro censurable que se opongan a su segunda reelección. Los curas sólo deben predicar el evangelio.


El cardenal Rubiano hizo de la Semana Santa ocasión propicia para oponerse a la segunda reelección del mesías, pero para no quedar mal, salió con el chorro de babas de que hay que dejarlo descansar, para que pasado un período vuelva a quedarse en el poder otros ocho años, o a lo mejor indefinidamente. Según el inefable Roy Barreras, esta es una represalia de los curas católicos contra Uribe, porque ahora anda con los cristianos. Y lo dice un experto en volteadas. Sólo falta que la reelección desate una guerra religiosa.

No es la primera vez que los curas se entrometen en política. Lo han hecho en todas las épocas y en todos los gobiernos, porque no ha habido un Canciller que sea capaz de recordarles que en virtud del Concordato celebrado entre Colombia y la Santa Sede, el Nuncio Apostólico no es pastor sino un embajador más, o que la Iglesia y el Gobierno deben andar cada uno por su lado.

En el caso de Uribe el maridaje del poder civil con el eclesiástico ha sido notorio; por eso en sus gabinetes ha estado presente Escrivá de Balaguer. De esa luna de miel, los curas consiguieron que la ministra de Educación, Cecilia María Vélez, restableciera la educación religiosa obligatoria en los colegios públicos.

La excusa que invocan estos jerarcas católicos para meterse en política es la de que, como ellos también son ciudadanos, pueden intervenir libremente, porque no han perdido sus derechos políticos. Eso no resiste el menor análisis.

Cuando los curas hablan desde los púlpitos a sus feligreses, no lo hacen como ciudadanos sino como voceros de un culto religioso. Eso no significa que pierdan su condición de ciudadanos, porque pueden elegir, y si se retiran del sacerdocio, también podrán ser elegidos, y si además se atreven, podrán hasta tener hijos, como el presidente Lugo del Paraguay.

Con el frágil argumento de que los clérigos pueden participar en política porque son ciudadanos, también podría un ministro de Estado invocar su condición de católico, para meter baza en la Iglesia.

Ya quisiera ver la cara del cardenal Rubiano, si Fabio Valencia Cossio en vez de haber dicho la tontería de reclamar para Uribe poder vitalicio como el del Papa, exigiera que nombraran sacristán en la catedral de Medellín a otro de sus parientes. Pobre Valencia Cossio, cada día se parece más a su jefe y menos a él.

Los sacerdotes hacen valer el Concordato celebrado entre la Santa Sede y el Estado a propósito de reclamar sus derechos e independencia de la jurisdicción civil, pero lo desconocen a la hora de cumplir sus obligaciones. Si se respetara ese tratado, ningún cura, por más colombiano que sea, podría intervenir en política, así como no pueden meterse en las iglesias los funcionarios del Estado, aun cuando sean católicos.

Por supuesto, el actual Gobierno no tiene autoridad para alzarse ahora contra las soterradas instrucciones de los prelados que con sus homilías amenazan la segunda reelección de Uribe, pues ha gobernado con ellos, los ha consentido y se ha dejado consentir. Terminó siendo víctima de su propio invento. En su afán de mandar entre incienso y camándulas, les permitió lo que no debió permitirles jamás. Amén.