Nobel-eando: prisioneros de la paz
Nadie los ha elegido, pero Uribe, Pastrana y Ordóñez se autoproclamaron voceros del No.
No hay entretenimiento más apasionante que la realidad. Por estos días la realidad colombiana es lo más parecido a una película de Kusturica: velocísima y disparatada. Hay gente pegada a la radio y el celular que lleva varios días sin dormir debido al oleaje de acontecimientos que se suceden en un abrir y cerrar de ojos. El epicentro que ha ocasionado esta enérgica marejada es el Acuerdo de La Habana suscrito por Santos y Timo. De todo esto hay tres realidades concluyentes: 1) La guerra está derrotada socialmente 2) El nacimiento tácito de un pacto social de no violencia 3) El país se volvió rehén de la paz. La primera realidad es irreversible, la segunda es un triunfo de la vida sobre la parca y la tercera es una paradoja. Echemos una mirada a vuelo de pájaro:
Hasta antes de los resultados del plebiscito era posible que algún demagogo amenazara con arreglar el conflicto del país a perdigones. Los 13 millones de sufragios (Sí y No) son un irrebatible mandato de paz que ningún partido o «personaje» pueden pasar por alto a riesgo de convertirse en los viles pistoleros del pueblo. En la Colombia de hoy no es rentable, en términos políticos, ofrecer una ruta de confrontación a las guerrillas. Estamos en un momento en el que la reanudación de la guerra afectaría a todos. Esto explica la cínica carta postplebiscito de los 400 empresarios, el afanoso pedido de los 600 militares presos de cuidar los Acuerdos de La Habana y la petición de Uribe de proteger a las FARC y preservar el alto al fuego.
Estamos viviendo un periodo de alta intensidad política. No hay lugar de Colombia o de colombianos en el exterior exentos de polémica sobre los acuerdos de paz y los resultados del plebiscito. Se confronta dentro de la familia, en el lugar de estudio o trabajo, en la cantina del pueblo, en la peluquería, en la calle. A veces la polémica se torna crispante, pero nada más. Creo que el país viene alcanzando un grado de convicción sobre lo terrible que resulta avalar la violencia como forma de resolver las rivalidades políticas o ideológicas. Es una especie de miedo a qué alguien muera o salga herido en estos momentos cruciales. Sería bueno que los directorios políticos y las organizaciones sociales estimularan en altavoz este pacto tácito de no violencia que nació de la cotidianidad y el miedo a volver al horrible drama de la guerra.
Entretanto, los operadores políticos siguen mareando la perdiz. Nadie los ha elegido, pero Uribe, Pastrana y Ordoñez se autoproclamaron voceros del No. Asunto que valdría examinar con un mínimo de detalles. Millares de los que votaron por el No nunca votarían por Uribe y menos por Pastrana o Ordoñez. Los resultados del plebiscito prueban, además, que los llamados «barones electorales» tampoco movieron un dedo durante la jornada, en vista de que sus intereses perratas (contratación pública, clientelismo, burocracia y marrullería) prevalecen sobre el noble interés de la paz. Una cosa es abrir el dialogo con la gente que pone reparos honestos a los Acuerdos de La Habana y otra cosa es consentir que la agenda partidista del Centro Democrático, los despropósitos de un político como Pastrana (que no pinta nada en esta historia puesto que ni siquiera es reconocido por su propio partido) o las escenificaciones del lunático Ordoñez, dicten el destino de Colombia.
Santos, así no nos gusten sus actuaciones económicas y sociales, tiene un mandato constitucional que debe emplear sin vacilaciones en este impasse y tomar decisiones que desbaraten los planes de un puñado de políticos -incluyendo a su desleal vicepresidente- que lo que menos les importa es la reconciliación de los colombianos dado que sus intereses están puestos en el botín electoral de 2018. Santos no puede dejarse atrapar por la telaraña dilatoria tendida por Uribe y compañía, y debe abrir las puertas del Palacio de Nariño a los estudiantes de «Paz a la Calle», por ejemplo, y tomar en serio las recomendaciones de los movimientos sociales que creen en la paz y no en la demagogia de la paz.
El Nobel de Santos es un galardón merecido. En los momentos críticos de la negociación, Santos no cayó en la tentación de romper el proceso y conseguir a cambio unos miserables puntos en los sondeos de opinión y optó por tirar del tren de la paz a costa de su desplome en las encuestas. Santos es apenas la alegoría de toda esa gente colombiana que, en los tiempos en los que nadie daba una calderilla por la negociación, defendían sin vergüenza el dialogo con los rebeldes. Pero el Nobel es para usarlo. Santos debe en los siguientes días tomar las decisiones que sean necesarias para que los Acuerdos de La Habana se materialicen. Ante el fracaso de la diplomacia internacional (Siria, Yemen, Irak, Libia, Afganistán), Colombia tiene la oportunidad histórica de mostrar ante el mundo de que la humanidad no puede ser condenada al desastre.
Las FARC, de otra parte, se han mostrado pacientes y ponderadas a la hora de evaluar los resultados del plebiscito. Su actitud me hace recordar aquel corto relato de Kafka titulado Informe para una academia en las que un mono que ha sido atrapado, encerrado y maltratado por unos cazadores consigue con el tiempo humanizarse hasta el punto de sentar cátedra frente a sus antiguos victimarios, quienes no tienen más remedio que aplaudir y aceptar sus sabios consejos. Empero, en los momentos de crisis, lo recomendable es tener uno o dos voceros que sepan hablar y así evitar que la imprudencia de algún guerrillero díscolo se vuelva carnaza para los medios y renta para sus adversarios.
Aún es prematuro para saber si el movimiento callejero por la paz consigue desbordar la estrategia de bloqueo y dilación de la trinidad compuesta por Uribe, Pastrana y Ordoñez. Es una trinidad tan astuta como el mismo demonio y le preocupa el ruido de la calle, pero cree que la bulla es cosa de días y luego todo el asunto volverá al terreno de los picapleitos. El 15-M en España fue exitoso porque supo aguantar días, semanas, meses y consiguió, además, que las multitudinarias acampadas de Puerta del Sol y Plaza Cataluña, fueran replicadas en el resto de ciudades y pueblos del Estado Español. ¿Cuántos municipios tiene Colombia? ¿1122? ¿1122 acampadas por la paz? ¿Por qué no?
Nota para la izquierda: Compa, hay momentos de la vida en la que debes decidir en tirarte o no tirarte. El plebiscito era uno de esos momentos. Sí, «pero», dijeron algunos. Ese «pero» fue barrísimo.
Nota para el ELN: Chévere que se hayan montado en el tren. Creo que era el último.
* Escritor y analista político – En twitter: @Yezid_Ar_D – Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/
Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/yezid-arteta-davila-nobel-eando-prisioneros-de-la-paz/499011