Monseñor Oscar Arnulfo Romero
San Romero de América
La voz de un pueblo reprimido, la voz de los pobres. La voz de San Romero de América años después ni las balas han podido callar.
Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo Salvadoreño, denunció la pobreza, la injusticia y la sangre que corrió por la tierra de su pueblo en manos de un gobierno violento y represivo. Comprendió que su Iglesia se construía de su gente, a los que estaban persiguiendo, desapareciendo y asesinando.
Un hombre convencido de que esa iglesia debía asumir entonces, también una postura política en defensa del desfavorecido, del que no tenía voz, un hombre que hizo ver la posibilidad de aspirar y construir nuevos pueblos libres.
Su lucha, era la lucha de su gente salvadoreña, su lucha, fue la razón por la que bajo las manos del gobierno y la orden del Mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson, encontró la muerte. Mientras consagraba el vino y el pan, un hombre le disparó en el corazón, el 24 de Marzo de 1980, en la capilla del Hospital de La Divina Providencia.
Salvador lo lloraba y siguió sumido en la guerra hasta 1992, una guerra que dejó en impunidad el cobarde asesinato de Monseñor Romero, pero que nunca pudo oscurecer la verdad. En 1993, la comisión de la Verdad halló culpable al Escuadrón de la muerte, un grupo de militares y paramilitares de extrema derecha encargado de eliminar las amenazas de la oposición, dirigidos por el Mayor D’Aubuisson, también fundador del partido de la Alianza Republicana Nacionalista ARENA. Más adelante, en abril del 2000, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, hace responsable al Estado Salvadoreño por impedir la investigación, la justicia y la reparación. En el 2004 se indemniza a la familia de Monseñor y en 2009, casi treinta años después el Estado reconoce su responsabilidad en el homicidio.
Monseñor Romero sabía que su muerte se anunciaba, las amenazas eran incesantes, querían callar la verdad, él lo sabía y le dijo al Salvador “No creo en la muerte sin resurrección, si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Desafió el poder pusilánime de un gobierno ambicioso y opresivo, porque la verdad es subversiva; desafió el poder de la Iglesia, porque hizo de su gente la Iglesia. Cada 24 de marzo aunque se conmemora su muerte, también se celebra la vida, la resurrección, porque no resucitó en el pueblo salvadoreño, resucitó en todo el pueblo latinoamericano que se siguen inspirando en su última homilía, en su vida, en su templanza para continuar las luchas en defensa de los derechos humanos.
Monseñor Romero, en la memoria.
Monseñor Romero Sin Olvido