Modelo Thatcher en retirada
Miles de trabajadores festejan en Londres la muerte de Margaret Thatcher; otros tantos protestan en las calles de Lisboa contra la devastación que su revolcón neoliberal causó: desempleo; recortes en salud, educación y seguridad social; privatización de los servicios públicos; empobrecimiento de los más y enriquecimiento estrafalario de los menos.
Pero Portugal es apenas el último escenario de una crisis que emula la de los años 30 y de la que no escapan Europa y Estados Unidos. La desaparición de Thatcher sella el declive del periplo neoliberal que se bate en retirada, con todo y las loas a esta heroína del capitalismo más rapaz. También periclita en Suramérica, cuna del paradigma que se autoproclamó el fin de la historia, parido sobre los cadáveres de la dictadura Pinochet. Salvo en Colombia, donde la doctrina sigue aplicándose con fe de carbonero. Sordos a su letanía postrera, nuestros amanuenses se postran todavía de hinojos ante el moribundo. Mientras tanto, casi todo el subcontinente contrae los TLC a acuerdos razonables, con control moderado de importaciones, rescata la planeación del desarrollo y la iniciativa del Estado.
Había desatado Pinochet aquella oleada, con el abrazo de Milton Friedman, de Reagan, del papa Wojtyla y, a poco, de su amiga Thatcher, que elogió al dictador por “devolverle la democracia a Chile”. Pronto se apiñó el Cono Sur en la alianza Cóndor —contrainsurgente y neoliberal— con ausencia del Brasil. A la par que este país, México y el Sudeste Asiático sustituían importaciones, el resto abandonaba la industrialización. En Colombia se había preparado ya el camino. Misael desviaba los fondos públicos hacia la producción no exportable de vivienda y López Michelsen sacrificaba después la perspectiva industrial a la expansión financiera. Le ganaba así la partida al desarrollismo de Carlos Lleras, para sentar las bases del capitalismo rentista que prevalece hoy, afincado en la especulación inmobiliaria, comercial y financiera. Epílogo de las dictaduras del Cono Sur, el Consenso de Washington de 1989 y su adaptación neoinstitucional de 1996 formalizaron el modelo de mercado en la región. Desmontaron el Estado social y las políticas de desarrollo. Primero, con medidas de shock, y después, amortiguando los efectos sociales de aquella incursión arrasadora. Pero la nuez del programa seguía intacta: liberación del comercio y las finanzas, privatización de empresas públicas y vuelta al Estado mínimo, ahora constreñido a proteger el mercado. Se trocó el Estado promotor del desarrollo por el Estado para la globalización que convenía a las multinacionales.
Sobre dos rieles marchó la nueva divisa: vuelta a la democracia y a la economía de mercado sin control. Y fue César Gaviria su más entusiasta promotor. En la Carta del 91 el principio igualitario de la democracia abrió el abanico de participación política. Su principio liberal reafirmó el Estado de derecho y la división de poderes, pero abrió de par en par las puertas a la libertad de mercado y desmontó piezas clave del Estado desarrollista. Por ejemplo, los préstamos del banco central al Gobierno deben pasar ahora por la banca privada, con mayor margen de interés para ésta. Sólo en los dos primeros meses de este año, las ganancias del sector financiero fueron $7,99 billones. Y los tres grupos bancarios mayores concentran el 70% de todos los créditos y depósitos.
Manes del modelo Thatcher, aquí y en Inglaterra. Aunque también allá se sintió el latigazo, el entierro de la dama le costará al Estado US$15 millones. Ken Loach propuso “privatizar el funeral, licitarlo en ofertas competitivas y aceptar la más barata. Es lo que ella, sin duda, hubiera querido”. Sea.