Mirando llover
No deja de llover. La gente mira, corre, escampa, se empapa. Se inundan calles, barrios, veredas, municipios, departamentos.
La mitad del país está cubierta de aguas –en su mayoría contaminadas, negras– y de barro, fétido. Las víctimas se suman día a día. Van 235 muertos y un millón y medio de afectados. Los daños se calculan en dos billones. El gobierno considera los hechos una “tragedia nacional” y decretó la emergencia económica, social y ecológica. El Presidente se desmonta por las orejas y culpa al cambio climático, aprovechando que el tema está de moda y que en Cancún se reúnen gobernantes y expertos para ver cómo hacen para que EE.UU., China, Rusia e India acepten limitar la emisión de gases que envenenan el planeta. El cambio climático agrava fenómenos como La Niña y el Niño, pero no los causa. La saturación atmosférica de gases contribuye, vía calentamiento global y “efecto invernadero”, a que llueva más, pero no es el único origen del problema.
Los empresarios se han conmovido ante los desastres invernales. Generosos unos, amarrados otros. También los ciudadanos de a pie, conmocionados, se tocan el bolsillo. El gobierno sacará de alguna parte un billón de pesos y sin duda este fin de semana decretará nuevos tributos o aumentará alguno de los existentes. Nombrará prohombres –y promujeres– para manejar los dineros. Habrá fotos, declaraciones y oportunidades mil para pescar en las revueltas aguas. Habrá muestras de solidaridad conmovedoras y desprendimientos ejemplares. Se repartirán –con fotos y declaraciones previas– cobijas, carpas, agua potable, leche en polvo, y, dada la época, hasta papás Noel. Después se barrerá el barro de algunas calles, se reconstruirán puentes y se levantarán derrumbes. Se enterrarán los muertos, se curarán las heridas y en unos meses las lágrimas se secarán. Pero todo seguirá igual porque la verdadera causa, la directa, la que no se nombra, seguirá inmodificable. Hablo, por supuesto, de la deforestación. En un año se tumban un millón de hectáreas, se convierten en ceniza donde se siembra maíz para hacer potreros para criar vacas y valorizar la propiedad. La potrerización del país es avasalladora. Los descumbres ya llegan hasta las divisiones de agua. En los valles y en los llanos se desecan humedales para sembrar palma, soya, caña. La capa vegetal protectora –que impide los derrumbes y retiene el agua lluvia en las cuencas– es destruida. Se salvan las zonas cafeteras y las campesinas –cada día más reducidas–. La esponja que eran nuestras selvas y montañas ha sido arruinada. De ahí los derrumbes, los deslaves, y en general las inundaciones. La tragedia del barrio La Gabriela en Bello es un ejemplo brutal del efecto de la deforestación de ladera. Nada detiene la tierra desnuda una vez se llene de agua y pese más. Simple: se derrumba, echa monte abajo y se lleva barrios, veredas, carreteras, puentes.
Los gobiernos saben de sobra que esta es la mamá del ternero. Técnicos ilustrados lo han advertido y repetido. Pero poco dicen, por una razón simple: la causa de tanto daño es la ganadería: 40 millones de hectáreas, 25 millones de vacas comiendo pasto y haciendo huecos con sus pezuñas y, además, cagando –lo que ayuda al aumento de gases en la atmósfera, así parezca un chiste–. A esto hay que agregar el cultivo de la papa, palma, caña y en pocos días la minería, que ya tiene concesionados seis millones de hectáreas para su uso y abuso. Las tragedias serán cada día mayores si no se toman medidas radicales. Hay que ponerle coto a la deforestación de las cuencas para lo cual una medida paliativa inicial sería la exigencia de planes de manejo ambiental –y por tanto licencia previa– para las explotaciones ganaderas y agrícolas. Hoy día se obligan estos planes para explotar minas y yacimientos de petróleo; construir carreteras, puertos y ferrocarriles, porque pueden afectar el orden ambiental. ¿Acaso la gran ganadería y el cultivo de la papa no tienen, en su conjunto, peores efectos? Si toda actividad que afecte los Parques Nacionales, según la ley, requiere Plan de Manejo Ambiental, ¿por qué la ganadería que los rodea y los grandes cultivos de caña, papa y palma que los amenaza no? La licencia ambiental para la explotación agropecuaria de predios mayores no será una medida definitiva, pero ayudaría a reducir la brutal deforestación que apenas comienza a mostrar sus terribles consecuencias en los últimos inviernos.
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Alfredo Molano Bravo