Mentiras y mantras por Catalina Ruíz Navarro
Según se escucha en Caracol Radio, todo anda muy bien por Puerto Gaitán. A unos 180 kilómetros hay una nueva ciudadela cuyos habitantes son felices porque hacen parte de una gran familia que los cuida con amor.
Una familia, gracias a la cual, ganan todos: desde los trabajadores de la zona hasta Colombia entera, gracias a la cual hay bienestar y educación. En esta hermosa villa de cuento hubo unos disturbios el año pasado, sí, pero todo ha quedado atrás y ahora es sólo una memoria nebulosa en la mente de los trabajadores, que cantan y ríen en un remanso de paz y repiten orgullosos: “Si a Pacific le va bien, a mi esposo y a mi familia les va bien”, “Desde que trabajo en Pacific la vida me sonríe”, “Pacific es para mí”. Finalmente, se escucha al locutor decir, en ese tono meloso y esperanzador tan conocido por todos: “Pacific es Colombia”.
El compromiso de Pacific Rubiales es tan grande que no se queda ahí. Ahora también son patrocinadores de la selección de Colombia, esa que inexplicablemente entusiasma a los colombianos, lo que al parecer la convierte en “un símbolo patrio”; según Federico Restrepo, vicepresidente de asuntos corporativos, “Pacific Rubiales es una empresa colombiana”. Añade que la “inversión” es “una forma de coadyuvar a esa revolución educativa que necesita el país” (¿?).
No hay que ser muy suspicaz para ver que la agresiva propaganda de Pacific es un pastiche ramplón de la ridícula y fallida “Colombia es pasión”, otra equivalencia que bien puede llevarnos a pensar que Colombia es cualquier cosa. Usa un efectivo y viejo recurso: a fuerza de repetir una mentira, todos creerán que es verdad. La táctica es muy popular en el país, como lo muestran otras campañas: “Fe en la causa” y “Más trabajo mejor pago”. Pacific, además, tiene todo el capital para repetirnos su estribillo hasta que lo sintamos nuestro, hasta que nos parezca que una empresa extranjera que sólo tiene ocho años de creada y que explota el suelo nacional para lucrarse, es nuestra y piensa en nuestro bienestar.
La campaña ya ha hecho olvidar a muchos que en septiembre hubo una huelga de los trabajadores. Se quejaban de la falta de agua, luz y alcantarillado, de la incomodidad de dormir en hamacas colgadas de cambuches hechizos, de los bajos salarios y las largas jornadas de trabajo. La huelga fue el único recurso porque, entre otras cosas, la oficina del trabajo más cercana queda en Villavicencio, a 330 kilómetros de vías destruidas gracias a las mismas tractomulas de Pacific. De todas formas, y por si las moscas, en ese entonces Pacific bloqueó las carreteras públicas y recurrió al Ejército que, como en otras ocasiones, se alineó con los patronos extranjeros y dejó heridos a 12 huelguistas.
Según la empresa, nada de esto es culpa de ellos pues apenas empleaban a 1.500 trabajadores y tenían al resto (alrededor de 13.000) tercerizados en cooperativas, una triquiñuela de casi todas las grandes empresas para zafarse de las obligaciones que tienen con sus empleados y que los colombianos aceptamos con pasividad con tal de tener un “trabajito”.
En agradecimiento a esos trabajitos, y arrullados por la propaganda, muy pocos nos preguntamos si es reparable el costo que implica la extracción de nuestros recursos o si conviene que la ganancia de esa extracción se vaya a bolsillos privados y no a los colombianos, y mucho menos si hay una proporción justa entre la cantidad de plata con la que ellos se quedan y la que nos dan.
Ese es el poder de las palabras: cuando son omnipresentes en los medios y están a la disposición de quienes las puedan pagar, repetirlas como mantras infinitos puede resignificar la realidad. Y entonces la explotación natural es progreso, el enriquecimiento de los extranjeros es construir patria, las multinacionales son familia, el aislamiento es paraíso y un salario mínimo es bienestar.
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