¿Mano de seda o mano de hierro?

Por buena profesional que sea Sandra Morelli, y por meritoria que sea su carrera, hay que decir que su elección como Contralora General fue escandalosa y que la grosera manipulación que se vio en el Congreso para asegurar las mayorías que la respaldaron cuando todavía había dudas sobre su triunfo, no la honra.


Todo lo contrario: lesiona su prestigio y deslegitima su nombramiento, aunque haya obtenido el apoyo ardoroso del Ejecutivo y la consecuente votación del 85% del parlamento. Pero como aquí priman los argumentos a favor del unanimismo, y las disculpas de que “eso siempre ha sido así”, muchos señalan que debemos darnos por bien servidos, pues la Contralora ¡es más honesta que su antecesor! A la hora que lo vienen a expresar: en momentos en que el recién salido está en el desierto y ya no tiene vacantes ni micrófonos para amenazar con investigaciones.

Morelli fue elegida de la siguiente manera: 1.- Con el lobby, en Cámara y Senado, uno o dos días antes de la elección, de amigos influyentes, de lagartos espontáneos y hasta de un supuesto enviado de Alejandro Ordóñez que ofrecía cargos en la Procuraduría, a cambio del voto por la ‘doctora’. 2. Con el “guiño” del Mandatario, a cuyo gobierno ella presuntamente vigilará. 3. Con la presión —copia exacta de la conducta de Pretelt y Cía. en épocas de reelecciones presidenciales— del ministro Vargas, de José Fernando Bautista, consejero de Santos, y de otros enviados del Palacio de Nariño que repartían papeles de colores entre los congresistas para identificar sus votos e impedir que les pusieran conejo. Y 4. Con la coyunda de 222 senadores y representantes, quienes se valorizaron hasta el último minuto asegurando que sus bancadas se habían decidido, ora por Morelli, ora por el otro candidato, Alberto Rojas, que alcanzó a asustar a más de uno.

En el Congreso “siempre ha sido así”. En esta ocasión, sin embargo, hubo un elemento novedoso: el hallazgo de una función exponencial de dominio de la elección, con el método descarado de las papeletas de colores, marcadas con números. Le sirvió al gobierno para constatar cuáles parlamentarios y de cuáles partidos habían llegado a la urna sin trampitas. Y, del otro lado, a los congresistas, para que les quedara copia de la factura que les pasarán en las próximas semanas a la contralora Morelli, a la Casa de Nariño y al Procurador. Entre los dos órganos de control y el Ejecutivo hay cargos oficiales hasta pa botar pa’rriba. Por eso, es tonto que alguien se hubiera asombrado con la espontaneidad de la doctora Sandra cuando pronunció la siguiente verdad: “Todas las fuerzas políticas del Congreso van a tener representación en la Contraloría”. Sencillísimo: resumía así el agradecimiento por su éxito electoral, a pesar de que se hubiera arrepentido después de su “desafortunada” afirmación, ante la evidencia de que la Constitución prohíbe esa práctica.

De cualquier modo, el Gobierno les ganó este pulso a los díscolos que estaban montando disidencia con el aspirante Rojas. Demostró que no está dispuesto a dejarse tomar ventaja de nadie. Demostró, de paso, que si hubiera querido, habría influido en la composición de la Comisión de Acusaciones, adonde no entró ningún testigo de la oposición. Y dejó claro que, mientras le sonríe amablemente a todo el mundo, es capaz de hacerse el loco con lo que no es de su interés o que intervendrá con mano de hierro, si le conviene. Por ejemplo, en la elección de la Contralora. ¿Hará lo mismo con el sometimiento cariñoso de las cortes? Pronto lo sabremos.

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Cecilia Orozco Tascón