Mandela, un sueño no realizado
Llevamos bastantes días glosando la figura de Nelson Mandela, todas las tendencias políticas coinciden en ensalzar su figura, su compromiso y sus logros; hablan sobre él en términos diversos pero gloriosos, como de un mito. Seguramente pasará a la narrativa histórica como una persona que ha sido fuente de inspiración en el compromiso. No pretendo desmerecer ni su labor ni su figura, sino simplemente mirar otras aristas del personaje.
Para los no sudafricanos que se comprometieron y solidarizaron con el sufrimiento de la población sometida al apartheid, Mandela fue el símbolo a través del cual canalizar la lucha y la solidaridad. Pero es el momento de tener presente y recordar que como él otros muchos líderes sudafricanos pasaron muchos años en las prisiones sudafricanas y que otros muchos murieron en las mismas, en las comisarías o en las calles como consecuencia de su lucha contra el régimen imperante.
Todos hablan de sus buenas maneras en el trato con las personas, de la dignidad con que trataba a todo el mundo y, de cómo supo utilizarlo para generar apoyos alrededor de sus propuestas. Pero Mandela no fue un pacifista, nunca renegó del uso de la violencia. Su apuesta por la noviolencia no lo fue desde los valores éticos; su opción fue pragmática. Su visión política consistió en proponer a blancos y negros compartir el poder político y construir un país en base a libertades políticas y democracia. El partido de la ANC iba más allá de modificar el régimen político, pretendía modificar las reglas sociales y las desigualdades. Pero Mandela no modificó el sistema económico y las mismas elites empresariales anteriores a la caída del apartheid continuaron gobernando la economía del país.
Podemos afirmar que Mandela evito la guerra civil. Evitó que el sufrimiento que generaba el apartheid se convirtiera en venganza y represalias hacia los blancos. Propició la unidad de blancos, negros y otras comunidades étnicas. Propuso una catarsis colectiva en donde los asesinos, verdugos y victimarios explicaran ante las victimas los crímenes que habían cometido y les pidieran perdón, a cambio de no ir a prisión por los delitos cometidos.
El programa de construcción de la nueva Sudáfrica de Mandela no contemplaba depuraciones en las fuerzas represivas, ni en los aparatos de la administración pública ni en las estructuras empresariales. Su programa consistía en compartir el programa político entre blancos y negros.
Evitar una guerra ya es una gran hazaña, pero la población sudafricana, vive en la actualidad con muchos indicadores por debajo del periodo del apartheid. Gracias a Mandela el país no ha vivido la guerra civil; pero es un país sumido en la violencia social y estructural y sufre índices de violencia muy elevados; Ciudad del Cabo es la segunda ciudad del mundo con el mayor número de asesinatos; la ONU hace constantes llamadas para alertar sobre la violencia sexual contra las mujeres, un 5% de los hombres afirma haber violado a una mujer el año anterior. Los índices de pobreza, desigualdad y corrupción son de los más elevados del mundo.
La propuesta de Mandela de compartir el poder entre blancos y negros se llevó a cabo en el ámbito político, pero no llegó al ámbito económico y social. Hoy el mundo de los negocios y el control de la economía siguen bajo control de los blancos, aunque una minoría negra ha podido prosperar. La violencia y la desigualdad de la Sudáfrica actual es culpa de una transición que no puso énfasis en el valor de la justicia social y ha generado frustración en una mayoría de negros que no encuentra esperanza de mejora en sus condiciones de vida.