MAESTRO EDUARDO UMAÑA LUNA
El maestro Eduardo Umaña Luna nos dejó. Fue una persona que marcó la historia de Colombia.
Gran luchador, sabio de la ciencia jurídica, defensor de la justicia, maestro de centenares de discípulos, él quedará en nuestras memorias como una luz que ilumina el futuro.
Un día Colombia será a la imagen de su sueño, pero por eso él ha pagado un precio muy alto.
La muerte de Camilo fue para él un golpe duro, pero que asumió intelectual y moralmente con toda la energía del recuerdo y de la fidelidad a su memoria.
La muerte de su hijo Eduardo fue todavía más dura, sabiendo que fue asesinado por su coherencia con el ideal que él mismo había enseñado.
He tenido el privilegio de visitarlo pocos días antes de su muerte. Hemos hablado mucho del pasado, pero también del futuro.
El me decía: todos debemos morir. Y le contesté: pero entre tanto vivimos.
Hasta el final él fue fiel a sus convicciones profundas. Nunca abandonó el combate.
Realmente Colombia ha perdido uno de sus hijos más valiosos.
Recordarlo en este tiempo de profunda crisis política y social, significa una señal de esperanza.
A toda su familia y a sus amigos, envío mis pensamientos y deseo de serenidad y paz, y el acompañamiento de mis oraciones.
François Houtart
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Encuentros siempre inconclusos, en la fina artesanía y la ciencia de palabras comprometidas que transparentan obras vivas, que fluyen como sangre que grita. Ni siquiera uno sólo de sus silencios fue un coagulo, materia inerte o en vano. Por eso su paso presente a la muerte no hará más que afirmarlo en su naturaleza, la de la humanidad que recomienza su búsqueda.
El amigo y maestro Eduardo Umaña Luna cultivó las expresiones intensas de una profunda inteligencia aunada de sensibilidad con determinación. Por eso sus lecciones son ejemplos, hechos carne y sueño. Fue profesor y abogado, en tanto profesó y abogó, hiriendo a su modo, como lúcido acusador, la cómoda moral criminal de los que han hundido este país y el mundo en el oprobio. Lo hizo como académico, escritor, parlamentario, jurista, sociólogo, intelectual, científico. Hacedor y testigo. De las preguntas con disyuntivas, sobre los derechos humanos y los derechos de los pueblos, para un humanismo social, es decir sin promiscuidades ni complicidades. Sin amos, sin siervos. Por eso optó, desde la no venta de su pensamiento, descifrando la etiología de la violencia, señalando la estructural del hambre y la miseria, la que imponen los de arriba a los de abajo. Explicó por ello el fundamento del delito político, como defensor de insumisos, comprendiendo el derecho a la rebelión; él, quien fue, además de un excepcional estudioso, un insobornable custodio de la resistencia como faro, con las proposiciones que van de Bolívar a Marx, o con los legados de Gaitán y Camilo Torres Restrepo, su permanente evocación.
Nos quedan las luces de horas de conversación en el amanecer y el ocaso de sus libros libres. Su abrazo. Fue compañero que supo abrigar el deber ser de la lucha político-social y la cultura de verdad ante un régimen degradante al que llamaba a combatir con discernimiento, con superioridad ética, con pasión y razón, para que la rebelión (re)construya el humanismo y para que un humanismo social (re)construya la rebelión. Junto con su hijo José Eduardo, cada uno a su manera, trataron ambos las correspondencias teóricas y prácticas que hoy nos dicen que sí es posible la libertad como brega de cada segundo y cada día por la dignidad.
A Chely, a Germán y Luz Ángela, a Camilo y demás familia, a nietos y nietas, a amigas y amigos, nuestra respetuosa compañía y cercanía desde otras tierras.
Carlos Alberto Ruiz