Los que no se rinden

Fernando Londoño Hoyos, uno de los más desaforados miembros de la derecha de la derecha e insigne fundador de Los que no se rinden —Rito Alejo del Río, Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Uribe Vélez— cayó sobre Las Pavas, el predio que los campesinos desplazados reclaman para cultivar.


Londoño es conocido de autos por el caso de Invercolsa —con un falso título se apropió de $9.000 millones— y el caso Recchi, por el que la Procuraduría lo inhabilitó por 15 años para ocupar cargos públicos. Las Pavas significan, para este millonario abogado, la muestra adelantada de la Ley de Tierras. O, como él mismo dice: la cuota inicial de un proceso de violencia que —vocifera— nos va a llevar hasta la Guerra de los Mil Días. Su argumento es venenoso: en lugar de aplicar la Ley de Extinción de Dominio, que permite quitarles la tierra mal habida a los bandidos, ahora, con la Ley de Tierras, se la van a quitar a sus legítimos propietarios y por eso la llama “Ley de guerras”. La conclusión es una consigna incendiaria que recuerda aquella que lanzó Laureano Gómez para atacar la Ley de Tierras de López Pumarejo: hacer invivible el país a través de la acción intrépida y el atentado personal, que fueron las piezas maestras de la violencia de los años cincuenta. Cierto: cada vez que se toca, aunque sea con la punta de un esferográfico, el asunto de la tierra, se desatan todos los demonios de la propiedad privada, y la ultraderecha suelta los perros. Cuando se instituyó la función social de la propiedad al autorizar la expropiación de tierras no explotadas, los terratenientes fundaron Acción Patriótica Nacional, la tenebrosa APEN, un sindicato de grandes hacendados cuya consigna fue “propietarios de todo el país, uníos”. La APEN era dirigida por Camacho Carreño —uno de Los Leopardos, compañero de luchas del padre de Fernando Londoño—, y por Juan Lozano y Lozano, el abuelo de Juan Lozano —el de la U—. Otro Leopardo, Augusto Ramírez Moreno, tronaba por la Voz de Colombia: “Hay que desobedecer. Los ciudadanos quedan relevados de toda obligación de obediencia a las leyes inicuas”.

No sabemos hasta dónde pueda llegar la ley de Desarrollo Rural del Gobierno actual porque por ahora son meros enunciados. Pero ya están despelucados los que se sienten aludidos cuando se habla de invertir la carga de la prueba, que quiere decir que aquellos a quienes los campesinos —o las autoridades agrarias— señalen como despojadores, deberán probar que no lo son. Difícil prueba si hay justicia. Más aún, presiento —y lo digo por lo que he oído y visto en regiones donde manda el latifundio— que hay síntomas de reorganización de las bacrim como un poder militar organizado contra la política agraria de Santos. Londoño tiene razón, aunque sea terrible darle la razón a este energúmeno: las tierras de los grandes propietarios, venga de donde venga su fortuna, serán defendidas a bala. O con motosierra. Textualmente dice: “Y es que la Ley de Extinción de Dominio vale para despojar de bienes mal habidos a sus detentadores, mientras que la Ley de Tierras está diseñada para quitárselas a quienes las obtuvieron legítimamente”. En el caso concreto de Las Pavas, quienes obtuvieron el predio fueron los señores Dávila Abondano y Macías, mediante escritura el 10 de marzo de 2007 en la Notaría 9 del Círculo de Barranquilla —ciudad donde se lavan títulos— “sin que en algún momento apareciera la advertencia de que sobre el predio que se estaba negociando había un proceso de extinción de dominio abierto”, como señala La Silla Vacía. El Incoder trataba en ese momento de poner en claro la tradición de los títulos de Las Pavas porque los campesinos las reclamaban al haber sido desplazados por paramilitares al mando de Raulito o Rapidito, hecho que ahora la fiscal general, Viviane Morales, deberá poner en blanco sobre negro. De cualquier modo, el grito de guerra del héroe de Invercolsa, como lo llama Ramiro Bejarano, ya fue lanzado. Lo traduce Fabio Echeverri Correa, oráculo del establecimiento: una pelea entre Uribe y Santos es una guerra. Los que no se rinden vienen haciéndola desde los años treinta.

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