Los premios a la calumnia
Está circulando en internet un artículo de un señor Eduardo Mackenzie en el que reproduce una entrevista de Fernando Londoño Hoyos a Olivo Saldaña, el ex miembro de las Farc que ha sido elegido por el presidente Uribe como gestor de paz, gracias a sus delaciones y supuestos remordimientos.
Saldaña “habló ampliamente acerca de las verdaderas intenciones del movimiento Colombianos por la Paz (CPP) de Piedad Córdoba, y sobre la ambigua posición de los dirigentes del Polo Democrático ante las Farc. Saldaña dio, además, informaciones precisas sobre el sindicato Fensuagro y reveló un dato que podría ser crucial para desmantelar un “andamiaje en la sombra” que las Farc habrían instalado en la Fiscalía General de la Nación”.
Es decir, se vino con todo para sabotear la acción humanitaria de Colombianos por la Paz, justo en momentos en que se estaba logrando la liberación de otros secuestrados, como el cabo Moncayo. Varias cosas sorprenden en esta entrevista: en primer lugar, contrasta la actitud de Londoño, quien siempre ha expresado que las versiones de delincuentes no son aceptables. En este caso sí lo son.
Sorprende también que Saldaña, quien está preso, conozca las intimidades de Colombianos por la Paz, de manera que pueda inclusive adentrarse en la psique de sus miembros. El sujeto dice, en efecto, que “el movimiento de Piedad Córdoba intenta sabotear la acción de ‘Manos por la Paz’ (el ‘movimiento’ de Saldaña, ACG), pues quiere devolverles a las Farc los guerrilleros que salgan de la cárcel. Pues el CCP (sic), donde trabajan también Gloria Cuartas, Iván Cepeda, León Valencia y ahora el ex rehén Alan Jara, busca impedir que los combatientes digan lo que saben de la guerrilla”.
Y, ¿qué tal el comentario sobre el Polo? No sólo es ignorante y malintencionado, sino bobo. Pero es una bobería que contribuye a la estigmatización de una organización política alternativa que ha rechazado la lucha armada de manera sistemática.
Lo de la Fiscalía ya es cosa de delirio, y no merece muchos comentarios.
Rebatir estos infundios es fácil: basta que alguien se tome la molestia de leer los mensajes enviados por Colombianos por la Paz para darse cuenta de que la exigencia de liberación de los secuestrados va acompañada de severas críticas al proceder de las Farc. No reconocer esto es malicioso, perverso. También basta leer los nombres de los firmantes para ver que allí no hay simpatizantes de las Farc sino, por el contrario, compatriotas dedicados a lograr un acuerdo humanitario que permita la liberación de los secuestrados.
Esto lo puedo afirmar en mi calidad de firmante de las cartas: las firmo porque no tengo simpatía alguna por las Farc, repudio radicalmente el secuestro, la extorsión, la lucha armada y la llamada combinación de todas las formas de lucha. Y también repudio la calumnia y la traición como un mecanismo de búsqueda de premios y gabelas.
Uno no sabe, en efecto, si el nombramiento de Saldaña como gestor de paz es un premio a su descaro o a su capacidad de calumniar. No es un premio a sus esfuerzos de paz y reconciliación, porque éstas no se logran por esta vía maliciosa. Más parece una intención de darles en las venas del gusto a personajes como el autor de la entrevista.
Álvaro Camacho Guizado
Alan Jara
Por: Lisandro Duque Naranjo
CUANDO EL PRESIDENTE ÁLVARO Uribe, hace seis años, dijo en una alocución que “en Colombia no hay conflicto armado”, el todavía hoy secuestrado oficial Luis Mendieta lo escuchó por radio y luego le dijo lo siguiente a su por entonces compañero de cautiverio Alan Jara: “Oiga, dizque no hay conflicto armado. ¿Entonces qué estamos haciendo aquí, hermano?”. La anécdota la contó Alan Jara en charla del pasado miércoles en la Universidad Autónoma frente a un auditorio seducido por este dueño de tan buena palabra, quien además abundó en conclusiones que de lo puro normales resultan agudas en este país que perdió el juicio hace rato. A tal extremo que hasta las obviedades adquieren una acústica hereje y las perogrulladas hay que pronunciarlas sotto voce. Por ejemplo la de que si se pide acuerdo humanitario es justamente porque hay guerra, pues esa figura en tiempos de paz es una entelequia.
Habló también de los uniformados que estaban en poder de las Farc desde antes que esa organización comenzara a agarrar políticos, y continúan allí mucho después de que éstos ya disfrutan de su libertad. Si bien los últimos lograron estar por la calle a desgano del Gobierno y luego de muchos ruegos y peligros, el hecho es que esa mayoría de militares que permanecen cautivos son para el Gobierno los de lavar y planchar: se los asciende en ausencia, se les reconoce el sueldo, y si no se fugan o se esperan a que los rescaten por asalto, o mueran, frescos que hasta de su jubilación sabrán algún día por radio. En cuanto a sus exequias, que cuenten con unas muy pomposas, con Presidente a bordo y todo.
Alan, un gallo fino al que Uribe no le da un brinco, esgrime reflexiones que les suenan sacrílegas tanto al Gobierno como a esa galería de concurrentes insaciables a un circo romano que son los uribistas. Esta, por ejemplo: “Si la política de las Farc es soltar gente, ¡bienvenida!”. El ex secuestrado no olvida cuánto se le remozaba la vida cada vez que escuchaba por radio sobre cualquier gestión emprendida por quien fuera para devolverlo a casa, aunque al final se malograra.
“Los segundos en la selva son eternos, pero como los días son iguales, las semanas se hacen cortas”, dijo también Alan. Refiriéndose a su readaptación, ya libre, a la vida urbana en Villavo, comentó que “las primeras noches el silencio no me dejaba dormir”. La fauna salvaje parece llevar una vida nocturna más intensa que la de la Zona Rosa. Como durante su secuestro no tenía almanaque, las cuentas de los días las hacía mentalmente, así que cuando regresó a casa en febrero siguió derecho del 28 al 29 y de éste al 30, convirtiéndolo en algo más que un bisiesto. Sobre las formas de matar el tedio, contó que a las noticias que escuchaban el día anterior les hacían al siguiente debates en ruso o en inglés. Ahí me acordé de un viaje que hice en barco, de Cartagena a Cuba, con Enrique Buenaventura, en el que nos la pasábamos en la cubierta mirando el mar oscuro como un televisor apagado. El buque era tan lento, que una noche se varó, y aunque los tripulantes, para repararlo, lo anclaron durante diez horas, los pasajeros ni siquiera nos alcanzamos a dar cuenta. Uno de esos días interminables le propuse a Enrique que nos fuéramos a jugar cartas. Me dijo : “Y si jugamos hoy, ¿qué hacemos mañana?”.
Jara, aludiendo a aquellas jornadas dramáticas en que pareció frustrarse su regreso a casa, lo que por fortuna no ocurrió —pese a los aviones que Juan Manuel Santos puso a zumbar para tirarse en todo—, dice: “Entonces fue cuando los planetas volvieron a alinearse”. Ignoro si el ingeniero es aficionado a la astronomía. De no ser así, esa referencia cósmica pudiera atribuirse al hecho de que los secuestrados deben mirar mucho hacia arriba, en esos escasos lugares donde la selva permite ver el cielo.
Sensaciones de mucha altitud para que las entienda alguien que en estos tiempos es capaz de hablar de algo tan charro como “las encrucijadas del alma”. No hay caso.
Por: Álvaro Camacho Guizado
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