Los Negocios De Los Hijos Del Presidente La Lista Negra
“… una cosa es desarrollar un espíritu emprendedor sin despertar suspicacias y otra, caer en la tentación de hacerse millonarios utilizando su condición de hijos del Presidente. Son demasiado jóvenes para estar en tanta vaina.”
¿Mentí el 23 de noviembre del 2008 cuando escribí eso? El Presidente y sus hijos pensaron que sí. El Mandatario proclamó, urbi et orbi, que eran trabajadores juiciosos que en nada se beneficiaban de su apellido. Los muchachos, por su parte, en sus correrías por los medios de comunicación, llegaron a decir que no tenían ni carro y que el mayor, recién casado, vivía en apartamento arrendado, insinuando que sus ingresos eran modestos.
En una reunión en la oficina del codirector de EL TIEMPO de entonces, Rafael Santos, y en presencia de Roberto Pombo, los Uribe Moreno me hablaron de sus iniciativas empresariales presentándolas como el preludio de un arrollador futuro. “Somos jóvenes de éxito”, aseveró Jerónimo. De las inversiones especulativas en lotes, nada nos dijeron, pero en algunos medios las presentaron como insignificantes inversiones en una empresa de su tío y su abuelo paterno.
Ahora constatamos que faltaron a la verdad aunque algunas cosas ya eran evidentes. Si no compraron casa es porque no quisieron, no por falta de recursos. Y si no tienen carro es porque utilizan los del Estado, necesarios por sus problemas de seguridad.
No dieron la cara –ellos que alardean de frenteros– en lo que respecta a los lotes adquiridos con el solo fin de enriquecerse. Especulación pura y dura, papá, que diría Juanes. Fueron ellos, y no su tío, quienes gestionaron las tierras adquiridas a Bavaria en Mosquera y Tocancipá para multiplicar al infinito su rentabilidad. Es decir, no eran socios pasivos, sino promotores de algo que el Presidente dice detestar: comprar un bien y esperar que engorde para venderlo, moviendo hilos.
El debate del Congreso fue otra demostración más del estilo anquilosado de la Casa de Nariño. Sin entrar al fondo de las intervenciones, si yo fuera Tomás y Jerónimo sentiría vergüenza y no permitiría que un ejemplar de la rancia politiquería como Roberto Gerlein me defendiera. O que toda una pléyade de congresistas lentejos, sólo para mostrar al jefe Uribe que son sus más fieles escuderos, alardearan de lo inteligentes que son ellos por lograr en tiempo récord lo que al empresario de a pie le lleva lustros.
Hasta un senador presumió de que ganaron la minucia de doscientos millones de plusvalía vendiendo un pedacito de lote.
Y fue lamentable que el Ministro de Hacienda, un hombre recto, le gritara al país que la frontera de la ética es la legalidad. Eso lo resume todo. Es un virus palaciego: quien no aprovecha su cuarto de hora, es un pendejo.
Los hijos del Presidente seguirán haciéndose millonarios sin tener que concursar en televisión ni hacer lobby para que Bavaria y otros grandes los reciban, con la anuencia de gran parte de la sociedad. Basta con decir que somos antiuribistas recalcitrantes, envidiosos o tontos quienes pensamos que no es ético aprovecharse de la Presidencia y que de no haberse llamado Uribe, jamás habrían levantado tan rápido un emporio.
Pueden anotarme también en la lista negra por escribir que Bernardo Moreno llevó a su despacho a funcionarios del DAS para mostrarles fotos de la toma de posesión de Iguarán, a ver si identificaban a Ascensio Reyes entre los invitados. ¿Objetivo? Embadurnar al Fiscal; que José Obdulio Gaviria recibió la información sobre los magistrados de la Corte de manos del Director de Contrainteligencia, un militar que sólo cumple órdenes. En Nari querían manchar jueces. O que Edmundo del Castillo permitió a Juan José Chaux asistir a la reunión para saber si ‘Job’ silenciaría sus estrechas relaciones con los ‘paracos’; o que Mario Uribe y su primo Santiago urdieron la tramoya de ‘Tasmania’