Los animales en tiempos de crisis

DURANTE UNA SEMANA LA UNIÓN Europea se la ha pasado preguntándose qué hacer con Sarkozy: su decisión de expulsar a los gitanos no sólo ha chocado por ser contraria al espíritu de la Unión, sino por la casualidad dolorosa de que haya sido justamente Francia, cuyos antecedentes en materia de derechos humanos forman parte del patrimonio nacional, el país responsable de semejante despropósito.


A la vicepresidente de la Comisón Europea, Viviane Reding, le cayeron encima por haber dicho: “Creía que Europa no volvería a conocer situaciones de este tipo después de la Segunda Guerra”. Los políticos europeos, en cuanto a ellos, hubieran podido ponerse del lado de la ley (ya no digamos de los ciudadanos más débiles), pero no lo hicieron: le recriminaron a Reding la comparación, por lo exagerada, en vez de recriminarle a Sarkozy la toma de una decisión con criterios étnicos, por racista. Pero se ve que, en tiempos de crisis, no hay que pisarse las mangueras.

Porque no hay que ser muy agudos para ver la mano de la crisis detrás de la nueva ola de populismos que recorre Europa. No, Europa no: el mundo entero. En todo el mundo los gobernantes viven horas bajas, muchas veces por su culpa y otras por culpas heredadas del gobierno anterior, y todos se han puesto como locos a hacer lo que han hecho toda la vida todos los gobiernos en crisis: buscar chivos expiatorios. Que toda la vida han sido los mismos, además: los extraños. Mucho antes de 1939, Adolf Hitler hizo carrera en aquella Alemania en crisis montándoles la guerra a los judíos. Ganó el respaldo popular y llegó al gobierno con ese respaldo. También Sarkozy está en crisis, y eso desde hace tiempo, y ha decidido apelar a los votantes de derecha para salvar el barco: un pueblo resentido y temeroso, un pueblo que teme por su empleo y su seguridad, es un pueblo que vota. Hay que darles lo que piden. Y Sarkozy ha sabido hacerlo.

Así todos sacan votos del río revuelto de la crisis. La gobernadora de Arizona, por ejemplo, sacó los suyos en Estados Unidos criminalizando a los inmigrantes y, de paso, dando estatus legal a los prejuicios raciales (dudo mucho que a un blanco y rubio le pidan los papeles: los ilegales escandinavos pueden pasearse tranquilos por Phoenix). Hizo lo mismo el sonriente Silvio Berlusconi, que llegó aun a permitir la actuación de vigilantes civiles contra los barrios gitanos (pero de Berlusconi ya no nos sorprende nada). La extrema derecha ha sacado veinte escaños en las recientes elecciones suecas, y sería una fuerza si los dos grupos mayoritarios no se hubieran puesto ya de acuerdo para no pactar con ella. ¿Su enemigo? Como en Holanda y Dinamarca, los inmigrantes musulmanes.

En Psicología de masas del fascismo, Wilhelm Reich recuerda que el partido Nacional Socialista alemán tenía 800.000 votos en 1928, cuando comenzó el peor momento de la crisis económica; cuatro años después, obtuvo 17 millones. En el mismo libro dice Reich que la mente del hombre promedio está construida para el fascismo: nada tan fácil como apelar a todo lo que tiene de primitivo, a sus miedos atávicos y a sus inseguridades políticas, para lograr su favor y también sus votos. Todos somos animales, al fin y al cabo. Aunque sea cierto, como hubiera dicho Orwell, que algunos son más animales que otros.

Juan Gabriel Vásquez