Lo que llamamos justicia
1. LAS PUSSY RIOT ENTRARON EN LA catedral de Cristo Redentor de Moscú con sus trajes vistosos y sus instrumentos electrónicos; se calaron sus pasamontañas verdes, fucsias y amarillos, y en ese atavío de enmascaradas de la era punk cantaron, pidiéndole a la Virgen María que las librara del gobierno de Putin.
También le pidieron a la Virgen que se hiciera feminista, denunciaron a Putin por estar enviando a los homosexuales a Siberia como en los tiempos del stalinismo y reprimiendo manifestantes, y acusaron a la iglesia ortodoxa de creer más en Putin que en Dios. En los videos que se grabaron del hecho es posible ver el desparpajo de las muchachas y el azoro de las religiosas que cuidan el culto, lo mismo que la final intervención de las autoridades que las arrestaron.
Creímos que habían pasado los tiempos en que podía prohibirse cantar. Pero cantar canciones en un templo gesticulando no debería ser más que una contravención, menos grave de lo que sería la intromisión de un desconocido en un hogar privado. Un templo, y más si pertenece a una iglesia cristiana, que proclama su universalidad, es un sitio público. Siempre se dijo que el templo es “la casa de todos” y dudo que la iglesia ortodoxa rusa diga otra cosa.
Las chicas contrariaron la solemnidad del recinto, se enmascararon de colores, llevaron al templo una música estridente y espasmódica (alternada de todos modos con un canto ritual), pero nadie podrá negar que le estaban cantando a la Virgen María, y que hoy es muy frecuente ver a los fieles incorporando al ritual los ritmos de la época. Las muchachas rusas invocaban la protección divina contra un gobernante al que detestan o temen, y no podemos olvidar que también el rey David invocaba a Dios contra sus enemigos, y tocaba el arpa, y alguna vez no encontró mejor plegaria que la danza.
Pero las Pussy Riot han recibido una condena a dos años de cárcel.
2. Julián Assange defiende y reivindica en el mundo el derecho de los ciudadanos a enterarse de los secretos de sus gobiernos, y ha filtrado en Wikileaks archivos confidenciales del Departamento de Estado de los Estados Unidos, en una revelación cuyas consecuencias sobre la información y la política no alcanzamos a medir todavía. Nadie parece estarlo procesando por eso, pero curiosamente es reo de un proceso por abuso sexual en Suecia, que lo ha pedido en extradición desde Inglaterra, y se teme que esa extradición abra camino para su ulterior traslado a Estados Unidos, donde podrían cobrarle muy severamente la divulgación de esos archivos. El soldado que le brindó acceso a la información, Bradley Manning, está preso e incomunicado en una prisión federal en Virginia, y hasta podría afrontar la pena de muerte.
Ahora Ecuador le ha concedido el asilo diplomático a Julián Assange en su Embajada en Londres, y el Reino Unido amenaza con violar la inmunidad diplomática de esa sede para capturarlo, cumpliendo una ley inglesa de 1987, pero violando la Convención de Viena de 1961. Lo cierto es que esa acusación en uno de los países con mayor liberalidad sexual de Europa, suena poco convincente: dos mujeres declararon haber tenido sexo voluntariamente con él, pero cuando Assange sacudió al mundo con sus revelaciones políticas, las mujeres cambiaron su testimonio y declararon, una haber sido violada y otra haber padecido acoso sexual. En algún momento la corte desestimó las denuncias, pero ha mantenido vivo el proceso, cuya gravedad parece menor que el proceso político que Assange tendría que enfrentar por el caso de Wikileaks.
Ecuador está en su derecho de examinar el caso y decidir soberanamente si concede el asilo, e Inglaterra está obligada a respetar esa decisión. Ahora Ecuador, que ha dado una prueba de carácter y de firmeza que lo honra, tendrá que buscar la solidaridad de América Latina, que por fortuna no se hará esperar, conociendo el modo como Venezuela y Bolivia denuncian las viejas heridas del imperialismo, conociendo el diferendo de Argentina con Inglaterra, la independencia del gobierno uruguayo y el tradicional respeto del Estado mexicano por el derecho de asilo.
3. Sigifredo López, único sobreviviente de los diputados secuestrados por las Farc en Cali, después de permanecer siete años cautivo de las guerrillas, ha sido encarcelado tres meses bajo la acusación de haber sido cómplice del operativo que lo secuestró. Las pruebas aportadas por la Fiscalía no podían ser más deleznables y se fueron desvaneciendo con los días. La Fiscalía, en lugar de aceptar la evidencia, emprendió una absurda búsqueda de acusadores, los encontró en desmovilizados de la guerrilla que ya otras veces habían prestado falso testimonio, y aceptó con mayor facilidad las acusaciones inconsistentes que las fuertes evidencias a favor del acusado. ¿A quién se le ocurriría sacrificar a sus propios amigos, contra los que nada tenía, y someterse él mismo a un cautiverio de siete años, lejos de su familia, perdiéndose de acompañar el crecimiento de sus hijos, bajo el peligro cotidiano de morir, y acabando sin ningún motivo con su salud y con la tranquilidad de su hogar? Ninguna de esas consideraciones elementales pudo más que el perverso principio de la sospecha contra toda evidencia.
¿A qué le estaremos dando en estos tiempos el antes sublime nombre de justicia?
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