Lo divino y lo humano, Alan Jara
Cuando el presidente Álvaro Uribe, hace seis años, dijo en una alocución que “en Colombia no hay conflicto armado”, el todavía hoy secuestrado oficial Luis Mendieta lo escuchó por radio y luego le dijo lo siguiente a su por entonces compañero de cautiverio Alan Jara:
“Oiga, dizque no hay conflicto armado. ¿Entonces qué estamos haciendo aquí, hermano?”. La anécdota la contó Alan Jara en charla del pasado miércoles en la Universidad Autónoma frente a un auditorio seducido por este dueño de tan buena palabra, quien además abundó en conclusiones que de lo puro normales resultan agudas en este país que perdió el juicio hace rato. A tal extremo que hasta las obviedades adquieren una acústica hereje y las perogrulladas hay que pronunciarlas sotto voce. Por ejemplo la de que si se pide acuerdo humanitario es justamente porque hay guerra, pues esa figura en tiempos de paz es una entelequia.
Habló también de los uniformados que estaban en poder de las Farc desde antes que esa organización comenzara a agarrar políticos, y continúan allí mucho después de que éstos ya disfrutan de su libertad. Si bien los últimos lograron estar por la calle a desgano del Gobierno y luego de muchos ruegos y peligros, el hecho es que esa mayoría de militares que permanecen cautivos son para el Gobierno los de lavar y planchar: se los asciende en ausencia, se les reconoce el sueldo, y si no se fugan o se esperan a que los rescaten por asalto, o mueran, frescos que hasta de su jubilación sabrán algún día por radio. En cuanto a sus exequias, que cuenten con unas muy pomposas, con Presidente a bordo y todo.
Alan, un gallo fino al que Uribe no le da un brinco, esgrime reflexiones que les suenan sacrílegas tanto al Gobierno como a esa galería de concurrentes insaciables a un circo romano que son los uribistas. Esta, por ejemplo: “Si la política de las Farc es soltar gente, ¡bienvenida!”. El ex secuestrado no olvida cuánto se le remozaba la vida cada vez que escuchaba por radio sobre cualquier gestión emprendida por quien fuera para devolverlo a casa, aunque al final se malograra.
“Los segundos en la selva son eternos, pero como los días son iguales, las semanas se hacen cortas”, dijo también Alan. Refiriéndose a su readaptación, ya libre, a la vida urbana en Villavo, comentó que “las primeras noches el silencio no me dejaba dormir”. La fauna salvaje parece llevar una vida nocturna más intensa que la de la Zona Rosa. Como durante su secuestro no tenía almanaque, las cuentas de los días las hacía mentalmente, así que cuando regresó a casa en febrero siguió derecho del 28 al 29 y de éste al 30, convirtiéndolo en algo más que un bisiesto. Sobre las formas de matar el tedio, contó que a las noticias que escuchaban el día anterior les hacían al siguiente debates en ruso o en inglés. Ahí me acordé de un viaje que hice en barco, de Cartagena a Cuba, con Enrique Buenaventura, en el que nos la pasábamos en la cubierta mirando el mar oscuro como un televisor apagado. El buque era tan lento, que una noche se varó, y aunque los tripulantes, para repararlo, lo anclaron durante diez horas, los pasajeros ni siquiera nos alcanzamos a dar cuenta. Uno de esos días interminables le propuse a Enrique que nos fuéramos a jugar cartas. Me dijo : “Y si jugamos hoy, ¿qué hacemos mañana?”.
Jara, aludiendo a aquellas jornadas dramáticas en que pareció frustrarse su regreso a casa, lo que por fortuna no ocurrió —pese a los aviones que Juan Manuel Santos puso a zumbar para tirarse en todo—, dice: “Entonces fue cuando los planetas volvieron a alinearse”. Ignoro si el ingeniero es aficionado a la astronomía. De no ser así, esa referencia cósmica pudiera atribuirse al hecho de que los secuestrados deben mirar mucho hacia arriba, en esos escasos lugares donde la selva permite ver el cielo.
Sensaciones de mucha altitud para que las entienda alguien que en estos tiempos es capaz de hablar de algo tan charro como “las encrucijadas del alma”. No hay caso.
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