Las elecciones que vienen
Examen cuidadoso de las encuestas y del contexto político para ayudar a entender estas raras elecciones. De aquí resultan pistas convincentes sobre quién, cuándo, cómo y por qué resultará elegido el próximo presidente de Colombia.
Comienzo por las cifras. La Gráfica 1 describe la trayectoria de intención de voto por cada uno de los cinco candidatos, según las 12 encuestas que han sido publicadas desde el momento de cierre de las inscripciones.
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sabemos que hay diferencias en la cobertura, en los métodos de muestreo y de entrevista (personal o telefónica), en el cuestionario y en la confiablidad de las cinco encuestadoras. Por eso la “noticia” de cada nueva encuesta puede ser engañosa; pero por eso mismo son más creíbles los niveles y las tendencias que confirman esas varias mediciones.
Con todo y eso, debo advertir sobre dos fuentes de “ruido” (quizá el lector prefiera saltarse este par de tecnicismos):
Por una parte (y por razones probabilísticas) entre menor sea el apoyo del candidato, mayor tiende a ser la variabilidad de sus resultados.
Por otra parte las categorías residuales (voto en blanco, “ninguno de los candidatos”, no sabe/no responde) pesan demasiado (entre 20 y 50 por ciento) y varían muy caprichosamente entre una y otra encuesta (ver Cuadro 1 al final del artículo). Esto se debe a falta rigor de las fuentes para aclarar si se trata de abstención (caso en el cual un 50 por ciento es optimista), de voto en blanco efectivo (o sea de protesta), de indecisión sobre el voto o sobre el candidato, de error al incluir un encuestado (digamos, un menor de edad), de si “no sabe” significa indecisión o ignorancia…
En la práctica internacional -y con buenos argumentos- lo normal es suponer que los “residuales” acabarán repartidos en la misma proporción que los demás votantes, es decir que al final no alterarán los resultados. Procederé sobre este supuesto, pero el lector está avisado del “ruido”.
Volviendo a la Gráfica 1, hay tres inferencias claras:
· Santos es el primero en todas la encuestas, y en todas lleva una ventaja grande sobre el segundo.
· Santos sin embargo no ha pasado del 33 por ciento, lo cual implica que habrá segunda vuelta.
· Los otros cuatro candidatos se dividen en dos grupos: Zuluaga y Peñalosa se disputan el segundo lugar, mientras Ramírez y López se mantienen a la cola.
Sin la misma contundencia pero, igual, con claridad estadística, hay otras dos inferencias pertinentes:
· Aunque en promedio hay un empate exacto entre Zuluaga y Peñalosa (13,5 por ciento de intención de voto), aunque las cifras de ambos son fluctuantes y aunque ambos han tendido a mejorar, tanto la estabilidad de los resultados (el “coeficiente de variación”) como el progreso temporal (“confiabilidad de la línea de regresión”) favorecen ligeramente a Zuluaga.
· Esos mismos ejercicios estadísticos, pero de modo más nítido, dan la ventaja a López sobre Ramírez.
La mala hora de Santos
La primera y tal vez única sorpresa de estas elecciones es que habrá segunda vuelta. Y es porque había dos buenas razones para esperar que Santos fuese reelegido sin mayor dificultad:
1. En los regímenes presidenciales, el ganador suele ser el incumbente; de hecho, la reelección implica un período de ocho años, sometido a un referendo a mitad de camino (en Estados Unidos, por ejemplo, han repetido 24 de los 31 presidentes que seguían vivos y no habían renunciado).
2. Estamos en un país subdesarrollado, y con un presidente que maneja el Congreso, el gran periódico y la gran revista, y la mayor cantidad de “mermelada” que haya estado disponible en nuestra historia.
Pero Santos está lejos de ganar en primera vuelta. Esto se debe sobre todo al desgaste acumulado por su mala gestión de las crisis: desmenuzando las encuestas, uno encuentra que la emergencia invernal, la quiebra de Saludcoop, la reforma a la justicia, la ley de educación, los frenazos en La Habana, el fallo sobre San Andrés, el paro del Catatumbo, el pasado paro agrario, el remezón del mando militar y la novela de Petro fueron seguidas por bajas de popularidad más o menos pronunciadas (y más o menos bien documentadas), aunque después de un tiempo la imagen presidencial se recupera sin regresar al buen nivel de antes.
¿Qué ha tenido de común el manejo de esas crisis, y por qué el desencanto progresivo con el gobierno Santos? La respuesta es evidente: los bandazos, los cambios de dirección, las posiciones firmes que duran solo unos días. Esto confunde a la gente y la ha ido convenciendo de que el candidato-presidente tiene dos defectos: (1) es pragmático, calculador, oportunista o voltiarepas (depende a quién se le pregunte), y (2) es conciliador, o débil, o falto de carácter, o incapaz de lidiar con los toros de la Presidencia (las encuestas y los focus groups confirman que estos son los dos problemas de imagen de Santos).
Detrás de lo anterior hay percepciones -o realidades- más hondas:
Primero, en el plano personal, la imagen de “oportunista” fue preformada por la carrera zigzagueante de Santos, y en especial por su deslealtad hacia el líder que lo llevó a la Presidencia (por razones culturales, ser “desleal” es quizás el peor pecado que puede haber en Colombia).
Segundo, Santos “no tiene carácter” porque no es un caudillo sino más bien un tecnócrata, o un político ladino, o un cachaco más bien frío. Por eso el peor enemigo de Santos es el recuerdo de Uribe: en un país de niños-viejos, la mayoría de la gente añora al papá-presidente que estaba día y noche en todas partes como el símbolo de la seguridad y de la autoridad.
Tercero, la indecisión es consecuencia de la ambigüedad fundamental de Santos, que comenzó su gobierno como el Uribe-Antiuribe y desde entonces ha tratado de jugar de lado y lado: (a) el de la paz y el de la guerra; (b) el de la mermelada y el de la anti-corrupción, (c) el de los pobres y el de los ricos.
Cuarto y más de fondo, la indecisión no es apenas de Santos: es de Colombia entera. Después de Uribe y la derrota de las FARC, no existe ningún “propósito nacional”, ningún proyecto, ningún eslogan capaz de encender las pasiones y movilizar las mayorías alrededor de una idea o de una meta colectiva.
Las cosas para Santos serían más sencillas si no existiera la segunda vuelta. Es más: en los países serios la reelección se decide en una sola vuelta. Pero Colombia no es seria, y a punta de manoseos armamos este otro enredo: Álvaro Gómez y Antonio Navarro crearon la doble vuelta en el 91 para tener futuro político, y en 2003 Uribe impuso la reelección para lo que sabemos. Pero nadie pensó en arreglar ese detalle…y “el pobre” Santos está pagando el pato. ¡Oh patria del Sagrado Corazón!
Peñalosa y Zuluaga: por qué si y por qué no
Las tres semanas que faltan para primera vuelta serán pues una carrera entre Zuluaga y Peñalosa.
Peñalosa despegó a raíz de la consulta del 9 marzo, donde la Alianza Verde no compitió con nadie y logró dos millones de votos. Su apuesta es ser “el candidato de la opinión” o del “voto independiente”, tal vez el Mockus de la Ola Verde que hace cuatro años le dio un susto a Santos. Por eso su bandera es acabar la corrupción, y por eso quiere ser “la oposición” (en concreto: defendió la tutela contra Santos, y su partido apoya abiertamente el paro agrario).
Pero la ambigüedad de Peñalosa es por lo menos igual a la de Santos. Ha estado en todas partes, la Alianza Verde es una colcha de retazos, y empezar a tomar posiciones a estas horas será o parecerá oportunismo (tanto así que el candidato se apresuró a aclarar que no haría “política con el paro agrario”).
Peñalosa no tiene maquinaria, pero tampoco tiene la consistencia necesaria para lograr una “oleada de opinión”, la consistencia de un Mockus (o de un Uribe). Y aunque él fuera Mockus: en Colombia la opinión no da para ganar las elecciones en segunda vuelta.
Peñalosa de pronto le gana a Zuluaga el 25 de mayo, pero no puede ganarle a Santos el 15 de junio: son demasiado parecidos entre sí, y Santos tiene todas las demás ventajas.
Zuluaga tiene a su favor la consistencia: es Uribe, y su apuesta es ser visto como Uribe.
Por eso mismo Zuluaga cabalga sobre la grieta esencial de la política colombiana: a diferencia del resto de América Latina (y de casi todo el mundo) la política aquí no es una puja entre izquierda y derecha, sino entre la derecha y la derecha dura. En mi opinión esto es de vieja data y se debe a la existencia de guerrillas. Pero eso mismo llegó a su clímax desde la primera elección de Uribe, se acentúo bajo sus dos gobiernos y se ha encargado de que la oposición a Santos no sea la del Polo sino la del uribismo.
Por eso Clara López tiene tan pocos votos. Por eso los otros cuatro candidatos vienen de la casa Uribe: Santos, Zuluaga, Ramírez y Peñalosa son herederos leales o desleales del ex, que han aspirado o aspiran a pelechar a su sombra.
Por eso en estas elecciones no hay debate sobre el modelo económico, ni opciones verdaderas en los temas que afectan la vida de la gente: empleo, precios, impuestos, distribución del ingreso, salud, educación y tantos otros. La gente puede oír “rollos” distintos, pero en el fondo sabe que su vida no será muy distinta bajo uno u otro presidente.
¿Qué ha tenido de común el manejo de esas crisis, y por qué el desencanto progresivo con el gobierno Santos? La respuesta es evidente: los bandazos, los cambios de dirección, las posiciones firmes que duran solo unos días.
¿Por qué votar entonces? ¿Por quién votar si los (cuatro) candidatos son tan parecidos? De aquí creo que vienen los otros datos “raros” de estas elecciones: la apatía, la abstención, el voto en blanco, la confusión y el poco arrastre de los candidatos.
Pero sigamos con Zuluaga. Colombia no ha querido o no ha pedido acabar de digerir el “fenómeno Uribe”: Zuluaga es el intento abierto de seguirlo viviendo.
Esta es la fuerza de Zuluaga porque son muchos los que añoran a Uribe, los poderosos que apoyan a Uribe, los ciudadanos que en segunda vuelta podrían creer que Zuluaga es la antítesis de Santos y que podría derrotar a Santos.
Pero también es su debilidad. Zuluaga no es Uribe. Ni Uribe es presidente. Ni tiene ya la misma maquinaria. Ni tendría un saldo suficiente de votos de la izquierda y del “centro” (lo dicen las encuestas).
Y es porque Zuluaga – al igual que Uribe y que un pedazo grande de Colombia- viven inmersos en un anacronismo. Las FARC ya no son lo que fueron, y han comenzado a pasar a la historia. Gracias precisamente a Uribe, las FARC entraron en barrena militar y están buscando la salida en La Habana, donde en efecto han logrado muy pocas concesiones. Sé que estas cosas suenan extrañas, cuando no molestas… pero esto mismo prueba que vivimos en un anacronismo.
Lo diré de otro modo: la tragedia (y la comedia) de Uribe y del uribismo consisten en que no pueden o no quieren entender que su tarea está hecha. Por eso, después de todo, el presidente no será Zuluaga: por mucho que lo deseen, los países no pueden vivir lo ya pasado.
El ganador
A falta de entusiasmo, los presidentes se eligen por descarte. Por falta de entusiasmo, Santos tendrá que ir a una segunda vuelta. Pero sus dos rivales eventuales en la recta final no tienen votos suficientes para derrotarlo:
Zuluaga toca una fibra honda en la opinión (¡nada con las FARC!) y Peñalosa trata de tocar otra (¡no a la corrupción!). Sin embargo la primera fibra se ha diluido o se está diluyendo, y la segunda valdría sólo para un Mockus.
La ambigüedad de Santos – su mayor defecto- también implica que no será fácil pintarlo en blanco y negro, como un blando con las FARC o como un corrupto. Por eso buena parte del voto “de opinión” va estar con Santos. Y él es, de hecho- quien lidera las encuestas, tanto en primera como –estadísticamente (1)- en segunda vuelta.
Y al presidente-candidato le quedan sus platos fuertes:
· En ausencia de una recesión o un mega-escándalo, ningún presidente de Estados Unidos o América Latina ha sido derrotado.
· La situación económica es bastante buena y favorece a Santos.
· Los inversionistas también lo favorecen y el tiene mucho más dinero para la campaña.
· La gran prensa es santista por parentesco o por interés.
· Los partidos santistas (sin el Conservador) obtuvieron el 58 por ciento de las curules en marzo pasado; las maquinarias son votos seguros y pesan más cuando hay más abstención o menos opinión.
· Santos dispone del presupuesto (que ahora llaman “la mermelada”) y al parecer lo está usando.
Lo verdaderamente raro sería entonces que el presidente para el próximo periodo no sea Santos. O que Santos no haga lo mismo que ha venido haciendo: pero eso es otro cuento.
Cuadro 1. Los votos “residuales” según encuestas (marzo y abril de 2014).
Cuadro 2. Segunda vuelta: evolución de la intención de voto según encuestas (marzo y abril de 2014)*.
*Tomando en cuenta los dos ganadores en primera vuelta.
Fuente: recopilación de los datos publicados por los medios de comunicación que contrataron las encuestas respectivas.
Notas
(1) Santos gana por 10 a 20 puntos en ocho de las doce encuestas, pierde por 2 a 5 puntos en la otras cuatro (“empate estadístico”), gana en las de Gallup e Ipsos (más cobertura, entrevista personal), muestra menor variación y tiende a mejorar con el tiempo (ver Cuadro 2 al final de este artículo).
Tomado de http://bit.ly/1mCoZTJ
*Director y Editor General de Razón Pública.