Las cifras y la realidad
Entre 1978 y 1995 la pobreza pasó del 80% al 60% y la indigencia del 45% al 23%, aumentaron las coberturas de electricidad y agua potable, y disminuyeron la desnutrición y la deserción escolar (Alejandro Gaviria, Del romanticismo al realismo social, Norma, pág. 55).
Pero la crisis de fin de siglo estropeó las cosas. En 2001 la pobreza alcanzó el 67% y la indigencia 26%. Desde 2002 hasta 2008 hubo buenos vientos en el mundo, la economía del país creció por encima del 5% y las cifras de la pobreza bajaron de manera sensible. Pero incluso en los años posteriores, cuando el primer mundo ha dormido muy mal, nuestra economía ha capeado bien el temporal. En 2011 la pobreza cerró en 34,1%, la indigencia en 10,6% y el presidente celebra que tengamos, con respecto a 2010, 674.000 indigentes menos y que 1’200.000 personas hayan salido de la pobreza y engrosado las filas de la clase media.
Yo también celebro estas noticias, claro, pero tengo algunas reservas. Por ejemplo, no estoy muy seguro de que todos los integrantes de este millón largo de personas pertenezcan ahora a la clase media. No creo que el hecho de que el ingreso total de un grupo familiar de cuatro personas pase, digamos, de $700.000 a $800.000, implique un cambio sustancial en su nivel de vida (Planeación considera pobres las cuaternas familiares cuyos ingresos sean inferiores a $750.000 mensuales).
MacMaster celebra que el índice Gini haya pasado del 0,560 de 2010 al 0,548 de 2011, “una cifra para destacar porque Colombia nunca había bajado de 0,55” (revista Semana # 1568). Se equivoca el director del Departamento Administrativo para la Prosperidad: en 1978 el índice fue 0,53 y 0,54 en 1988 (DANE. El Gini mide la concentración de la riqueza de un país entre cero y uno: cero sería una distribución perfecta, igualitaria. Uno indicaría que toda la riqueza está concentrada en una sola persona. A mayor Gini, más desigualdad).
César Caballero recela de este descenso (doce milésimas), porque a Brasil, el caso más exitoso en la región en la guerra contra la desigualdad, le tomó ocho años bajar dos centésimas del Gini. También desconfía Mauricio Cabrera, quien asegura que no se vio ningún cambio sustancial en la distribución del ingreso en 2011 que provocara la caída de la desigualdad: “Si las empresas tienen ganancias del 15% y el salario mínimo aumenta 5,8%, el Gini no puede bajar”.
A pesar de sus reticencias, los expertos aceptan que sí ha habido una disminución de la pobreza por el aumento del empleo y los subsidios, pero consideran que las cifras oficiales están distorsionadas. Tienen razón. Uno quisiera celebrar sin reticencias la aparición de cifras positivas, pero la verdad es que las estadísticas oficiales se volvieron sospechosas desde que el DANE cambió la metodología en 2003, un subterfugio que, por desgracia, se ha vuelto costumbre.
El sueño de que los avances sociales sean más ágiles y significativos seguirá siendo una utopía mientras los guerreristas, las EPS, los mercachifles de la educación, los grandes mineros y los contratistas tengan sus alfiles enquistados en el alto gobierno. Mientras el tráfico de influencias se compute en billones, los avances sociales seguirán midiéndose en milésimas porcentuales.
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