Las bases del recelo
EL discípulo oriental le preguntó al maestro si los cuatro elementos de la naturaleza eran igualmente poderosos.
“En cierto modo sí, dijo el anciano, pero debes saber que hay tres de ellos, el agua, la tierra y el aire, que, si los dejas solos en casa, no se convierten en una amenaza; en cambio el cuarto, si lo descuidas, podría apoderarse de la casa entera, e incluso del mundo: es el fuego”.
Lo mismo pasa con la guerra, y vale la pena recordarlo ahora, cuando la decisión de permitir el acceso y las operaciones de soldados norteamericanos en siete bases militares colombianas ha hecho que se vuelva a hablar del peligro de un conflicto entre vecinos.
No me parece muy posible que estas bases militares se conviertan en puntas de lanza contra los vecinos del continente, porque, para que ello ocurriera, Barack Obama tendría que estar loco, y no lo está. Suramérica es hoy, a diferencia de otros tiempos, un continente mayoritariamente afín en términos políticos. Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega, presidentes de cuatro países vecinos, tienen proyectos similares que hasta ahora sus países respaldan. Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile, tienen más cercanía con ellos que con el gobierno del presidente Uribe, y hasta ahora el gobierno de los demócratas en Estados Unidos no se ha caracterizado por su entusiasmo frente a Uribe. Lo trata con esa fría simpatía que se suele mostrar por aquellos que nos siguen siendo fieles a pesar de nuestros reparos. El Tratado de Libre Comercio es todavía lo que era: una vieja ilusión por la que el Gobierno colombiano, a falta de mecanismos mejores, cruza los dedos con nerviosa ansiedad. Y la ayuda militar… bueno, es una vieja costumbre de los norteamericanos la actitud de que una cooperación militar que los favorezca estratégicamente no se le niega a nadie, ni siquiera a gobiernos que no les despiertan excesiva simpatía.
El presidente Uribe tal vez cree que con esas concesiones mejorará el afecto del gobierno de Obama, pero es dudoso que las bases hayan sido una necesidad o una propuesta de éste, porque ni siquiera en tiempos de Bush, cuando la amistad era de verdad estrecha, fue necesario ofrecerles tanto a los Estados Unidos a cambio de tan poco.
Se nos cuenta, después de siete años de guerra sin cuartel contra el delito y de un fortalecimiento histórico del pie de fuerza militar, que las rutas del narcotráfico en el Pacífico están fuera de control. El tráfico de drogas sigue siendo un negocio próspero e inalterado, del que Colombia es uno de los proveedores más activos. ¿Podrá ser que el gobierno de los Estados Unidos siga viendo hoy, después del Plan Colombia y del Plan Patriota, en esta cooperación militar una solución definitiva al problema?
Lo más extraño del acuerdo para el uso de las bases es que sea el gobierno de Barack Obama quien lo firme, siendo un hecho que produce crispación en los países vecinos y preocupación en los que no comparten nuestras fronteras. Porque ese acto no se parece en nada a la clara política de distensión y diálogo del presidente de los Estados Unidos. Es una de las decisiones más misteriosas de la política reciente, y no me parecen convincentes ni los argumentos de Uribe, durante su gira por siete países para dar explicaciones, ni los temores de los vecinos, ni las declaraciones de los Estados Unidos acerca de la necesidad de fortalecer la lucha contra el narcotráfico. Se diría que lo que verdaderamente ocurre está lejos de nuestros ojos, y lejos incluso de las interpretaciones de los medios.
Pero el principal perjudicado con las bases podría ser el propio presidente Uribe. En Suramérica, hoy, una decisión como esta puede no ser rechazada, pero no entusiasma a nadie. Dentro de las fronteras los amigos del Presidente son mayoría, pero afuera, la verdad, los gobiernos que lo aprecian no pondrían la mano en el fuego por él, y en algunos otros… es claro que no lo quieren. Uribe recibió el país con un conflicto interno que él mismo calificaba de menor, más aún, al que ni siquiera calificaba de conflicto, y corre el riesgo de entregarlo con un grave conflicto internacional. Sin plena evidencia se empeña en afirmar que los gobiernos vecinos son aliados de las guerrillas colombianas, y no parece darse cuenta de que con ello produce la sensación equívoca de que ese puñado de rebeldes son una fuerza continental que ya gobierna en cuatro países. Eso no favorece su tesis de que el conflicto colombiano es una lucha del Estado de Derecho contra unos secuestradores criminales que no tienen legitimidad política.
¿Le servirá de algo a Uribe crear esa polvareda continental, y tratar de convencer al mundo de que media Venezuela, medio Ecuador, media Bolivia y media Nicaragua son aliadas de estos delincuentes? Tal vez podrá ayudarlo en su reelección, pero una ligereza en ese sentido podría producir el efecto contrario, hacer pensar a mucha gente, adentro y afuera, que una fuerza tan desmesurada y creciente no se podrá derrotar con una costosa y hasta ahora insuficiente estrategia de guerra, que además sacrifica la soberanía.
¿Y qué pensará de todo esto Obama? ¿Creerá de verdad que el viejo y monocorde conflicto colombiano justifica desatar un conflicto continental? Yo dudo que un gobierno que se ha empeñado en acercar las posiciones entre Israel y Palestina, que se ha propuesto la reducción de los arsenales nucleares, que ha moderado su lenguaje frente al Islam, y que está dialogando con Cuba, esté interesado en intensificar las fricciones en una región que, si bien no es su jardín vecino, hace rato dejó de ser su patio trasero.
Son arduas e inquietantes preguntas que no podemos responder, pero que la historia responderá, y quizás más pronto de lo que imaginamos.
William Ospina