La Vía de la Majayura, Woumain (Territorio Wayúu)
Dos memorias. Palabras Wayúu. Palabras de la historia, de la vida, Dos memorias escritas desde el corazón del pueblo que habita ancestralmente en La Guajira. Territorios sobre los que desde hace años el rostro del dinero fijo su mirada ambiciosa, su mano cruenta para apretar el gatillo, para arrebatar al fuego del cielo y de la tierra, el fuego metálico que quita la vida, para apropiarse de una hermosa tierra donde el mar bordea los sueños diarios, y el viento acompaña el silencio contemplativo de vidas indígenas.
Dos memorias frente a la impunidad, dos memorias ante el asesinato indignó, dos memorias frente a la institucionalización paramilitar, dos memorias de una espiritualidad indígena, dos memorias del pueblo Wayúu.
Memoria 1
Fue hace 1.095 días, pero el dolor sigue intacto
Por MIGUEL EPINAYU
Indígena Wayúu, Media Guajirá 28 de diciembre de 2004
“Hace 1.095 días recibí una llamada de la que sólo recuerdo que me decían desesperadamente: “tu padrino”, “tu padrino”, una y otra vez, hasta que lograron decirme, “tu padrino está en la clínica”. Se trataba Franco Boscán Bonivento (89 años).
En ese momento sólo reaccioné a ponerme zapatos y salir a no se dónde a hacer no sé qué. Me senté a esperar una respuesta a dicha llamada, pero mientras tanto sólo pensaba en que para mí, mi padrino era un héroe y que con todo lo que sabia de él, repetidamente se hablaba como si fuera inmune al plomo.
En el momento me sentí nublado, hasta que llegó mi mamá desesperada en un carro y sentí escalofríos de ver la expresión de su alma. Me subí al carro, llegamos al hospital y me encontré a la autora de la llamada diciéndome que mi padrino estaba casi muerto. Aún así, no lo creía, y mucho menos lo sentía, porque poco menos de cinco horas antes lo había dejado en su casa un poco tomado y mas lleno de vida que cualquiera.
De pronto escuché la voz de un tío diciéndome que mi papá también. De repente mi mamá salió del hospital diciéndole “hijueputas” a quien sabe quién y yo sin algo claro me subí al carro y de un grito le saqué un grito peor diciéndome: “que impotencia señor, los mataron”.
¿Qué podía pensar mi padrino, mi padre en ciertas etapas de mi vida?, ¿mi ejemplo de alegría?, ¿mi abuelo? Se acabó el alma de mi abuela, se paralizó el corazón de mi familia y La Guajira gritando por su sangre.
Ya han pasado 1095 días y el dolor sigue intacto, recuerdo las voces sólo diciéndome aunque es mentira, aunque sé que es verdad.
Para recordar el primer año de este luctuoso acontecimiento, mi papá escribió unas palabras, como acostumbra a hacerlo, para llegar al corazón. Las envió a Maicao. Muchos coincidieron en que yo las leyera y así fue. Tome de la mano a una prima porque me sentía sin fuerzas para hacerlo, sabía que podía reventar en llanto.
Cuando levanté la cabeza, vi una infinidad de personas que parecían manifestación de tal injusticia cometida. Recuerdo que las palabras enfatizaban la vitalidad que representa la nueva generación y la esperanza que deberíamos sembrar, lo cual sonó muy lindo y nos llevó hasta la casa llenos de vida.
Hace un año fue todo lo contrario, se hizo una misa a las 6:00 de la mañana y nos fuimos de paseo a Manaure, supongo que era para alimentar el espíritu y las esperanzas.
Hoy, estoy en una tierra de donde no siento que soy, buscando que hacer por la vida, porque nos han sacado de la tierra que siento mía, unos tales paramilitares.
En sus manos estuvo la muerte de mi tío y a su vez el desplazamiento de miles de paisanos que viven una historia aterradora que pocos soportarían sino se tuviera el coraje, la fuerza, pero sobre todo, el amor por mantener una identidad de un pueblo que sólo se inventó una forma de vida junto a un mar, una tierra y un cielo. Nuestro pueblo Wayúu.
Me duele ver a mis tíos, desconcertados.
Me duele mi abuela, su rostro sin alma.
Me duele mi madrina, tanta fuerza detrás de quién o qué.
Me duele mi madre, ¡ya no aguanta más!
A veces creo haber olvidado el significado de la palabra esperanza, pero la vida sigue y hay que continuar.
A los religiosos… Dios escucha siempre.
A todos los que nos han acompañado de corazón… ¡Gracias!
A los Wayúu, un sueño es más que una esperanza.
Memoria 2
Breve Crónica sobre WOUMAIN (Territorio Wayúu),
La Vía de la Majayura
Por KARMEN EPINAYU
Indígena Wayúu, Media Guajira 21 de diciembre de 2004.
“Yo soy indígena de los puros (…)
Yo soy indígena chato, cholo y chiquitín.
Esta tierra es mi tierra y este cielo es mi cielo”.
Canta: Máximo Jiménez
La vida de mi familia transcurría normalmente, visitando parientes en las rancherías, llevando a los chivos a los jagüeyes, bailando la yonna al ritmo de kasha, departiendo chirrinche y wisky en las fiestas, hablando con nuestros muertos en los cementerios, sacándole frutos a nuestras tierras, comerciando con Venezuela. Éramos infinitamente felices. Pero la vida cambió cuando llegaron alijunas que nunca antes habíamos visto y que poco tiempo después supimos que les decían paramilitares.
Nosotros los Wayúu tenemos fama de arreglar nuestros problemas a bala, cosa que no es tan cierta, pero esa es la fama que se ha creado en todo el país. Y digo que no es tan cierta, porque aunque a veces han ocurrido enfrentamientos, también cuando se presenta un problema se puede solucionar pagando una indemnización o palabreando, para lo cual, dentro de la cultura Wayúu, existen leyes muy estrictas al respecto.
Por la vía de La Majayura, en donde quedan las tierras de mi familia, hace más o menos tres años, comenzaron los problemas. Empezaron a robar y a asesinar a muchas personas que se movilizaban por la zona. Este territorio lo ha ocupado ancestralmente mi familia durante muchas generaciones, pero como la vía es una zona estratégica por la cual se transporta libremente desde contrabando, hasta drogas y armamento, porque por aquí no existe control de ningún tipo, comenzó una lucha que en ese momento no era clara para ninguno de los involucrados.
Aparentemente una familia Wayúu de Venezuela le declaró la guerra a mi familia y comenzaron los problemas. En julio de 2001, viajaban de Maicao hacia una de las fincas para la celebración del día de la Virgen del Carmen, dos carros con las mujeres y niños de la familia y fueron retenidos por algunas personas desconocidas, que definitivamente lo que querían dar a entender era que ellos tenían el poder cuando quisieran. Ese día solo fue un susto que no se pudo perdonar, porque en la ley Wayúu, cuando hay guerra, los niños son sagrados, pero más aún las mujeres, y se metieron con las mujeres de la familia.
Se pensó que estas personas eran contratadas por una familia Wayúu de Venezuela, que querían controlar la vía. Lo pensamos, porque luego nos dimos cuenta que todo fue manipulación por parte de los paramilitares para apoderarse del territorio. Y desde entonces todos sabemos que son los paramilitares al mando de un tal Jorge Tobar, alias ‘el Papa’ o ‘Jorge 40′, quienes se quieren apoderar de nuestro Woumain.
Los paramilitares de Jorge ’40’, que hoy se sienta en Santa Fe de Ralito a “negociar” impunidad, llegaron para hacerse al control de los puertos naturales que facilitan la salida de lanchas rápidas y de las salinetas que se usan como aeropuertos, de la vía de la Majayura que es estratégica para comunicar Colombia con Venezuela. Para el efecto se aliaron con algunos jefes indígenas como José María Barrios, alias ‘Chema Bala’, y comenzaron el asesinato de quienes podríamos resistirnos a estas propuestas. Estos “Alijunas” se mueven por todo nuestro Woumain, realizan sus controles, amenazas, asesinatos y desapariciones, con el beneplácito de policías y militares.
Nuestra familia trató de arreglar el asunto, palabreando. Sin embargo, las amenazas, continuaron, varios de mis tíos tuvieron que esconderse mucho tiempo, mientras al pueblo comenzaron a llegar carros extraños que desaparecía en segundos, lo que producía pánico entre la gente.
Un día recuerdo que estábamos con un primo en la puerta de la casa y vimos pasar muchas veces un Toyota con carrocería blanca y vidrios oscuros, y mi primo como buen Wayúu, malició que algo pasaba y me dijo que tenía sospechas de algo. Subimos al segundo piso de la casa y nos escondimos en una terraza que allí hay, y esperamos a que pasara el carro. Cuando volvió, había como diez hombres, todos vestidos de negro, con pasamontañas que apenas dejaban ver los ojos, y todos con armas largas. Nosotros, simplemente los miramos, mientras ellos trataron de pasar desapercibidos Ese día me asusté mucho y como mujer no pude hacer nada, aunque quise. Los hombres de la familia, fueron informados por mi primo, y de inmediato comenzaron a buscar un carro que nunca más apareció. Desde ahí, sabíamos que estaban buscando a mi tío para matarlo.
Durante cinco meses, las cosas pasaron sin novedad, hasta que mataron a dos de mis familiares. Los persiguieron por todo el pueblo. La familia no estaba preparada para reaccionar ante un atentado de tremenda magnitud, todos los intentos de mis otros tíos por evitar las muertes fueron inútiles y fue cuando comenzó este tormento que aún no termina.
Al parecer una familia quería quitarnos un territorio que costaba mucho para ellos. Pero para mi familia costaba mucho más, era la tierra que desde siempre nos había pertenecido, ganada por mis ancestros con esfuerzo y tesón de maneras tradicionales. Y con muertos de por medio, tan sagrados como son nuestros muertos, no estaban dispuestos a dejar las cosas así. Esas cosas han pasado en La Guajira por años, pero siempre o se acaban los hombres de una familia, o simplemente se arreglan, pero nunca, nunca se producían desplazamientos de tipo alguno.
Con lo que no contaban mis tíos era con que este conflicto ya estaba permeado por los paramilitares quienes lo manipularon para quedarse con nuestro territorio, sin que se supiera realmente quienes eran los que estaban detrás de todo esto.
Una noche, en el pueblo se fue la luz un minuto, mi mamá comenzó a sentir mucho ruido en la calle y cuando nos asomamos en la ventana, vimos a muchos hombres armados hasta el cuello, vestidos con prendas camufladas y con pasamontañas, brincando de techo en techo para entrar a una de nuestras viviendas.
Los que nos encontrábamos en la casa tratamos de llamar, pero no había comunicación y mi mamá desesperada por la situación, salió como loca a la calle a gritarle a mi tío que se protegiera, pero por la distancia, mi tío no la oía, y además, de inmediato, un tipo de esos la agarró y la empujó hasta la casa, y la amenazó con su arma, mientras mi hermana cerraba la puerta atemorizada. Intentamos llamar por celular, pero los intentos fueron inútiles, comenzamos a oír disparos durante una eternidad, y finalmente, sin otra cosa que hacer sino llorar de rabia, miedo y tristeza, cuando todo quedó en silencio, nos asomamos y salimos a la calle cuando nos dimos cuenta que ya no había nadie. Mi tío se salvó de milagro, pero le mataron a la mujer.
Después de esto mis tíos tuvieron que salir de La Guajira, porque fueron amenazados y les pusieron precio a sus cabezas. Yo también comencé a recibir amenazas, solo por decir cosas en la calle en contra de esa gente. Luego, mis tíos pusieron denuncias y las amenazas se intensificaron.
Ocurrieron otros hechos como el de un primo, quien trabajaba en una empresa privada encargada de mantener las bocatomas del acueducto que surte de agua a Maicao. A él, le tocaba ir casi todos los días a la sierra a hacer mantenimiento a los ductos de las bocatomas, y todos los días miembros de los paramilitares le hacían retén, hasta que un día le pidieron todos los datos como: con quién vivía, en dónde vivía, teléfonos, y otros más. Luego de confirmar estos datos lo responsabilizaron a él de cualquier cosa que pudiera pasarles en la zona. Además, le quitaban el carro y se lo devolvían a las pocas horas. Un día, le pidieron el carro para “hacer una vuelta”, a él y a los que viajaban con él los dejaron en el pueblo, y los paras, se fueron con el carro. Llegaron a una finca de la vía de La Majayura, en donde se encontraban algunas familias Wayúu. Como el carro que llegaba era conocido, lo dejaron entrar a la finca, y los paras se llevaron a cinco hombres y a una mujer que se encontraban allí. Luego aparecieron muertos por la carretera, con señales de haber sido antes torturados. Además, en ese momento no sospechábamos que el ejército estaba involucrado, pero los paras, llamaron a mi primo y le dijeron que fuera a la base del ejercito para que le entregaran el carro. Mi primo fue y se lo entregaron sin ninguna pregunta, sin ningún papel, sin ninguna firma.
Además comenzaron a aparecer muertos de otras familias, lo que llevó a que se responsabilizaran mutuamente de estos asesinatos. Nuevamente, caímos en el juego de los paras que se aprovecharon de la cultura de guerra que nos afama, pero hasta ese momento no nos habíamos dado cuenta de nada.
En mayo de este año un tío, FRANCO BOSCÁN BONIVENTO, reconocido Araurayú, decidió que viajaría a la finca con un primo, JORGE BOSCAN ORTIZ, que estaba por graduarse y él le quería regalar dos chivos para la fiesta. Mi tío se fue con dos primos y tres personas más. Tres de ellos nunca volvieron porque quince personas uniformadas y armadas de los paramilitares, se los llevaron. Mi tío, mi primo y uno de los acompañantes fueron asesinados, los otros tres se escaparon. Cuando se enteraron del hecho, algunas mujeres de la familia se metieron al monte a buscarlos, convidaron al ejército, primero dijeron que no que era peligroso, pero al ver que las mujeres Wayúu se iban de todas formas, decidieron que entonces iban porque ellas podían guiarlos por las tierras que bien conocen, fueron a una cierta distancia. Todos pensamos que por ser mujeres no se meterían con nosotras, pero nos amenazaron.
Cuando mi tío apareció muerto y vi que la familia ya estaba cansada de la lucha y que estaban esperando a ver que muerto tendrían que llorar después, todos anestesiados por los dolores acumulados, decidimos que no podíamos parar y que teníamos que denunciar, pero continuaron los hostigamientos y nos dijeron que no podíamos poner denuncia alguna porque comenzarían a matar a las mujeres. Entonces, decidimos que en Bogotá nos escucharían, y algo se podría hacer, pero cuando vinimos aquí, nos encontramos con la verdad del asunto.
Fue un golpe duro darnos cuenta que no éramos los únicos en la región pasando por la misma situación y que otros también habían caído en el juego de los paras, de hacernos pensar a todos que eran problemas entre familias, entre Rancherías, cuando ellos eran los que estaban detrás de todo por adueñarse de nuestro Woumain. Las amenazas llegaron hasta Bogotá. Querían llenarnos de miedo para evitar que se hicieran las denuncias que a nivel nacional e internacional se estaban haciendo sobre la presencia de ellos y los crímenes cometidos en nuestro territorio. Pero el golpe fue aun más duro cuando tuvimos conocimiento de los proyectos que el gobierno tiene para La Guajira y en donde los Wayúu somos incómodos. Por ello es tal vez que el gobierno insiste en que son guerras entre familias. Si hubiera sido así, ya lo hubiéramos solucionado a nuestra Sükua’ipa Wayúu, es decir, a la manera Wayúu.
Claramente los paramilitares, el Estado, han aprovechado los enfrentamientos tradicionales entre familias Wayúu, para poner a pelear a todo el mundo. Como por ejemplo, a nosotros, intentan enfrentarnos con otras familias, pero todo ha sido una trampa, tras la cual ocultaron durante un tiempo su presencia en la región, para intervenir sin que fueran responsabilizados.
Hoy, la situación de mi familia es bastante dramática. Muchos de mis familiares han tenido que abandonar la región dejándolo todo, haciendo esfuerzos por rehacer sus vidas en tierras extrañas. Los que se han arriesgado a quedarse, insistiendo en que la tierra es todo lo que se tiene, no han podido volver a trabajar y viven en constante zozobra y temor, incluso algunos no comparten la idea de que se hagan denuncias por miedo a las represalias de los paramilitares. Las tierras se encuentran en total abandono y con riesgo de perderse, debido a que han aparecido extraños para hacer ofertas irrisorias.
El abandono del territorio no ha significado el cese de los hostigamientos y las amenazas por qué estas se han incrementado, sobre todo para aquellas personas que nos hemos unido con otros Wayúu para adelantar acciones de denuncias conjuntas. De momento un encuentro familiar en La Guajira para visitar los cementerios y honrar a nuestros muertos, que son parte sagrada de nuestra vida cotidiana, es bastante improbable, porque no existen las garantías para un retorno seguro. Nuestros muertos tendrán que esperar mejores tiempos para encontrarse nuevamente con toda la familia reunida y nosotros seguiremos añorando poder volver a trabajar en nuestras tierras.
Mientras tanto siguen su curso las cuestionables negociaciones que adelanta el gobierno nacional con los grupos paramilitares, que con toda seguridad, culminarán con la legalización de la impunidad. Los líderes paramilitares han pedido perdón a Estados Unidos, pero nadie se ha acercado a preguntarnos si quiera por nuestro dolor. Nuestros victimarios, que ahora están apareciendo como héroes en los medios de comunicación, están recibiendo la ayuda económica que nos han negado a las víctimas de la violencia paramilitar.
Pensamos que la paz solo es posible si los que hoy se desmovilizan, confiesan en donde están nuestros desaparecidos, por qué mataron a nuestra gente, quienes ordenaron estos asesinatos, por qué sacaron a nuestra gente del territorio tradicional, quiénes los financiaron, quiénes se han beneficiado con todo lo que ha venido ocurriendo, cuáles son las relaciones que han tenido con la fuerza pública y con funcionarios gubernamentales.
Finalmente, nosotros los Wayúu pensamos que mientras a las negociaciones que el gobierno nacional palabrea con los grupos paramilitares no pueda ir un pütchipü’u llevando la palabra en representación de las víctimas de la violencia, la paz que sobrevendrá carecerá de credibilidad”.
Bogotá, D.C., 29 de diciembre de 2004
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz