La tierra prometida… para compradores extranjeros
Este es un nuevo desafío: impedir que las potencias demográficas adquieran en patio ajeno vastas extensiones para cultivar lo que les conviene, cosechar el producto y llevarlo para que coman sus pobladores.
China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí. El país ya entró alegremente en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que nos va a costar sangre, sudor y pollos. Ahora tiene que abrir los ojos ante una nueva amenaza: las empresas y gobiernos extranjeros que andan negociando tierras por el mundo.
La cosa es muy sencilla. Hace poco el planeta alcanzó 7.000 millones de habitantes. En 1995 padecían hambre y miseria 830 millones; ahora las sufren 1.000 millones. En el 2050 habrá 9.000 terrícolas y para alimentarlos será preciso aumentar en 50 por ciento la actual producción de cereales y duplicar la de carne.
Buena parte de la población se asienta en pocos países: China,
India, Rusia, Estados Unidos, Brasil… El problema es que la tierra productiva no está distribuida según las necesidades, por lo que algunas de estas naciones buscan buenas áreas agrícolas en países que las tienen, como algunos del África… y Colombia. Este es un nuevo desafío: impedir que las potencias demográficas adquieran en patio ajeno vastas extensiones para cultivar lo que les conviene, cosechar el producto y llevarlo para que coman sus pobladores.
La operación, por supuesto, se disfraza con palabras bonitas: “transferencia tecnológica”, “creación de empleo”, “multiplicación de riqueza”, “el tren de la agricultura”… Usando léxico parecido, una empresa suiza convenció a Sierra Leona (paupérrimo país africano) de que le alquilara durante 50 años 40.000 hectáreas para producir biocombustibles. Prometía 2.000 nuevos puestos y aportes tecnológicos. Bastaron tres años para arrojar un balance lamentable: a cambio de escasos 50 empleos agrícolas, la empresa había destruido el equilibro hidrológico que procuraba arroz a toda la zona.
Basado en esta y otras experiencias, The Economist señaló (7 de mayo del 2011): “Cuando se plantean negocios de tierras, al país receptor le ofrecen empleo, tecnologías nuevas, mejores estructuras y recaudos adicionales de impuestos. Ninguna de estas promesas se cumple”.
A conclusiones aún más severas llega el informe que dio a conocer en septiembre la fundación internacional científica Oxfam:
“La actual compra masiva de tierra está sumiendo a miles de personas en mayor pobreza”… La demanda “obedece al interés por producir comida para personas de otros continentes, por cumplir con los perjudiciales objetivos de combustibles o por especular con la tierra”. Oxfam ofrece ejemplos. Uno de ellos es Uganda, donde la maderera británica New Forests compró bosques para explotar a expensas de miles de campesinos a los que “desalojaron a la fuerza y abandonaron en la más absoluta miseria”.
Olvídense, si quieren, de Sierra Leona y Uganda: Colombia está en la mira. El 15 de mayo, Alfredo Molano informó en El Espectador que, autorizada por el anterior gobierno, una firma canadiense está talando y exportando a la China 5 millones de metros cúbicos de maderas finas en las selvas del Chocó. A su turno, los congresistas Wilson Arias y Hernando Hernández denunciaron el año pasado que China y Brasil quieren adquirir tierras en Colombia y que en la Orinoquia se adecuan terrenos para entregarlos a empresas extranjeras. “El modelo Carimagua”, apuntan, en referencia a aquel que quiso imponer en un predio llanero el ex ministro Andrés Felipe Arias: la tierra para los ricos.
China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí. Necesita producir comida para 1.300 millones de personas y solo podrá hacerlo si expande su territorio agrícola a otros países. En cuanto a Brasil, su poderosa industria agropecuaria está destruyendo la selva amazónica, y ahora presiona una ley que corona al tractor como rey de la naturaleza.
Aunque otra ley blinda al país contra terratenientes internacionales, muchas compañías brasileñas miran hacia Colombia como un potrero vecino, barato y desprotegido.
Mucho cuidado, pues, con los redentores que se disfrazan de inversionistas en tierras. Esos quieren montar en Colombia enclaves agrícolas neocoloniales.