La servidumbre voluntaria

Carlos Gaviria Díaz publicó hace poco un artículo alrededor de El discurso sobre la servidumbre voluntaria, el ensayo de Etienne de La Boétie (1530-1563), también conocido como el Contra Uno. Cada cierto tiempo, la Historia de los pueblos obliga a volver a este texto fundamental y poco frecuentado de la llamada ciencia política.

Se sabe que el joven Etienne escribió su ensayo a los 18 años y que un grupo de militantes calvinistas lo publicó en edición pirata en 1574. Esta circunstancia habría impedido que Michel de Montaigne incluyera el texto del amigo en sus Ensayos. Entonces, el Contra Uno empezó a tener vida propia después de la muerte del autor.

Aunque no había sido escrito para defender la causa calvinista, fue utilizado como texto militante por los calvinistas. En la medida en que se preguntaba por la aceptación irracional de la servidumbre, su impacto siguió siendo grande en sucesivas causas de la libertad. Hoy, bien podría citarse en los estudios sobre “masa y poder”.

Es probable que el Contra Uno haya servido de inspiración a Jean-Paul Marat cuando escribió Las cadenas de la esclavitud (1774). Pero no hubiera sido del agrado de De La Boétie haber inspirado a quien, en nombre de la revolución, se mantuvo más cerca del terror que de la justicia o sirviéndose del terror para conseguir la justicia.

“¿Es el deseo de sumisión innato o adquirido?”, se preguntaba el antropólogo Pierre Clastres en el prólogo de la edición española de Tusquets, la que leí en 1980. De La Boétie no responde la pregunta. A cuatro siglos y medio de su escritura, el Discurso parece estar más cerca del movimiento libertario que de la política partidista.

“De momento, quisiera tan solo entender cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas naciones, soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga”, empieza por preguntarse el amigo de Montaigne.
Con fingida ingenuidad, se sorprende de ver “cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y sojuzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de Uno (…)”.

Contra Uno sirve por igual para desnudar la obediencia del pusilánime y el “el embrujo totalitario” del poderoso. No es un texto cómodo a oídos del déspota: lo desnuda. Tampoco lo es en los del siervo: pone en evidencia sus miserias. No discrimina tendencia o color político, pues no es este su propósito. El discurso… es una pregunta que cada época responde a su manera y según las causas de la servidumbre.

El discurso se lee como un apéndice de El Príncipe, de Maquiavelo. Lo que se ha tratado de decir desde entonces sobre la naturaleza del poder absoluto tiene mucho que ver con ambas obras. Es posible que De La Boétie haya leído el libro del florentino, publicado en 1532. Ambos textos se apoyan mutuamente: el uno en el cinismo del consigliere que sopla al oído del Príncipe consejos para gobernar y someter, y el otro en la inocencia de quien se pregunta por la ciega obediencia de sus víctimas.

Muchas verdades aterradoras debieron de haber sobresaltado al joven que descubría los terribles consejos dados al Príncipe. Pero si hay uno que pudo haberle servido de inspiración es este: “A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras, ya que de las graves no pueden: la afrenta que se hace a un hombre debe ser por tanto tal, que no haya ocasión de temer su venganza”.

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Óscar Collazos
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