La reconciliación, un desafío para un nuevo país
La reconciliación es la expresión más profunda de humanidad, de reconstrucción de la armonía en la diversidad, que no significa la negación de los conflictos, pero sí de su tránsito por caminos humanistas que posibiliten la justicia, la protección y reproducción de las fuentes de la vida.
La reconciliación no es un acto en sí mismo, como suele creerse, una expresión verbal o un gesto, es un proceso que involucra lo personal y lo social y político en otras dimensiones de transformaciones profundas. Para ser cierta la reconciliación se requiere una subjetividad de sujetos tolerantes, pluralistas y democráticos, dispuestos a cambios por el bien común y por el buen vivir.
En lo sociopolítico significa una sociedad capaz de albergar en su seno las diferencias políticas, religiosas y étnicas, entre otras, en un proyecto de país incluyente, democrático y con justicia social. De ahí el valor central de las víctimas de la violencia sociopolítica, pues cualquier proceso de reconciliación se encuentra en íntima relación con el deber de la memoria y el derecho a la verdad, a la justicia y la reparación integral. Si queremos una sociedad reconciliada, estos derechos son fundamentales al lado de una democracia socioeconómica y ambiental.
En aras de la reconciliación, no se les puede pedir a las víctimas que olviden lo sucedido, es necesario que la sociedad colombiana enfrente la verdad de lo acontecido en tantas décadas de guerra, los crímenes han sucedido y mientras no se sepa la verdad estamos afectando la conciencia o la inconsciencia colectiva, y mientras desconozcamos quiénes se han beneficiado de tanta violencia es muy factible que no se encuentren los caminos de la reconciliación.
La verdad, la justicia y la reparación no son incompatibles con la reconciliación que permita el logro de la paz y la justicia; son, por el contrario, el fundamento ético para el ejercicio de una nueva política, de la economía y de la relación con la riqueza biológica del país.
La reconciliación es la reconsideración desde la ética del arte de vivir bien, del ejercicio de poder para el bien común, el bien de la humanidad y de la multiplicidad de vidas que coexisten en este planeta.
La realidad nos ha convocado desde muchos años atrás a una gran utopía, tal vez nunca la hemos escuchado, y hoy a fuerza de tanta costumbre ante el dolor se nos está abriendo la posibilidad de intentar abolir la guerra, todo tipo de guerra, para hacer posible una democracia incluyente.
Esta es nuestra responsabilidad ética e histórica, la que debemos asumir para brindar una vida buena a las generaciones presentes y futuras. Ese es nuestro aporte hoy en un proceso hacia la reconciliación, terminar la guerra para construir un nuevo proyecto de país de todas y todos.
Piedad Córdoba
Exsenadora
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